«A la sociedad marroquí le está costando aceptar que jóvenes suyos son terroristas»

FRANCISCO JIMÉNEZ MALDONADO. Director del Centro Cultural Lerchundi en Martil (Marruecos). Lleva 18 años integrando a miles de jóvenes en un ambiente intercultural de fraternidad, desarrollo social y libre pensamiento

Juan Luis Pavón juanluispavon1 /
26 ago 2017 / 21:39 h - Actualizado: 27 ago 2017 / 10:38 h.
"Son y están"
  • Francisco Jiménez Maldonado, en la casa donde nació en Arahal y donde reside su familia. / EL CORREO
    Francisco Jiménez Maldonado, en la casa donde nació en Arahal y donde reside su familia. / EL CORREO

Encuentro universitario sobre las diferencias entre el mundo árabe occidental y el Próximo Oriente. Tertulia sobre los matrimonios mixtos hispano-marroquíes. Charla sobre el éxodo de refugiados por el Mediterráneo, con voluntarios que han atendido en Grecia a quienes sobreviven a la dramática travesía en lanchas neumáticas. Intercambio con estudiantes rusos. Tertulia sobre 'los niños del pegamento' (los desheredados de Marruecos). Velada intercultural con estudiantes de Armenia. Taller de crecimiento personal. Tertulia sobre el concepto de ciudadanía. Curso intensivo de japonés. Tertulia sobre la arabidad diferente de Marruecos. Encuentro de voluntarios. Estas son solo algunas de las actividades programadas y realizadas durante el mes de agosto en el Centro Cultural Lerchundi, de la ciudad marroquí de Martil, a 10 kilómetros de Tetuán, dirigido desde 1999 por el sevillano Francisco Jiménez Maldonado. Y con esta intensidad durante todo el año, con este espíritu de apertura de miras al servicio de los jóvenes marroquíes, en un ambiente de fraternidad global. En su inmensa mayoría no tienen la más mínima intención de emular a los captados en Ripoll para el terrorismo de inspiración yihadista.

José Lerchundi fue un franciscano nacido en Orio (Guipúzcoa) que hizo una ingente labor social, educativa, cultural y pastoral en Marruecos durante 30 años, de 1867 a 1896. La diócesis de Tánger cuenta con cuatro sedes de actividades denominadas Centro Lerchundi. La de Martil, nombre bereber de Río Martín, localidad con unos 40.000 habitantes, ha logrado una muy meritoria dinámica de interculturalidad y de proyección social gracias a la labor de Francisco Jiménez Maldonado. Nacido en Arahal hace 49 años, simpatiza con los principios franciscanos pero él no es fraile sino un seglar que ha convertido la misión profesional de dirigir un centro cultural en su misión personal por y para los demás. Con él hemos conversado en vísperas de la manifestación en Barcelona, utilizada por los secesionistas catalanes para criticar al Rey y a Rajoy en lugar de repudiar a quienes idean o perpetran atentados como el de las Ramblas, con muertos y heridos de 35 nacionalidades.

¿Cómo le encaminaron sus orígenes a su vida actual en Martil?

Mi padre, además de empresario agrícola, era juez de paz. Estudié en centros públicos: el Colegio San Roque y el Instituto Al Andalus. Me sentía muy vinculado al pueblo y a la vez me interesaban mucho las noticias sobre otros países, descubrir otras realidades. Hice la carrera de Derecho y tanto en la Universidad de Sevilla como en el ambiente parroquial, por mi integración en el Movimiento Cultural Cristiano, fui evolucionando hacia el compromiso social y la conciencia sobre la desigualdad en el mundo. Por un lado, participaba mucho en la facultad en los coloquios y debates; por otro lado, iba llevando a la práctica valores como el espíritu asociativo y el trabajo en grupo.

¿Cuál fue su primera vinculación con Marruecos?

Un franciscano amigo de mi familia organizó en 1990 una visita a Marruecos. Me apunté porque tenía mucho interés en conocer la realidad del mundo árabe, que está presente en nosotros por vínculos históricos. Y aquel viaje acentuó más mi curiosidad.

¿Cómo le ofrecieron trabajar en Martil?

Fue en octubre de 1998. Pensó en mí Raquel González, una de las fundadoras en Sevilla de la ONG Arquitectura y Compromiso Social. Una de sus primeras actuaciones, acordada con Antonio Peteiro, arzobispo de Tánger, había sido rehabilitar en esa ciudad marroquí, de 1994 a 1996, la antigua iglesia de la Concepción, de grandes dimensiones, erigida en 1952 con estética del barroco hispanoamericano. En 1980 quedó cerrada al culto. Gracias a la labor voluntaria de los profesores y estudiantes de dicha ONG creada en el seno de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Sevilla, más el apoyo económico de la Junta de Andalucía, fue adaptada a los usos de biblioteca universitaria, aularios para cursos, salones para actividades y habitaciones. Y monseñor Peteiro me llamó para involucrarme. Quería articular una dinamización cultural, en consonancia con la acción social de los franciscanos en Marruecos. Vi que era un reto en el que merecía la pena lanzarse, en el que estaba casi todo por hacer, en el que podía implicarme a fondo para aportar y para aprender.

¿Recuerda sus primeras impresiones?

Martil me pareció hermosa e interesante. Es una ciudad en la zona del antiguo protectorado español, donde tantos compatriotas habían residido hasta los años cuarenta y cincuenta del siglo pasado. Con turismo incipiente en su playa, con mucha tradición pesquera, y con el arraigo universitario al impartirse Letras y Humanidades en la Universidad Abdelmalek Essaadi, cuyo distrito de Ciencias está en Tetuán.

¿Ha hecho de Martil su lugar en el mundo?

Sí. Me ha permitido desarrollar capacidades que no imaginaba en mí, y constatar una repercusión positiva en los demás. He aprendido a ser paciente, a no desmoralizarme por las adversidades, a comprender otras mentalidades, otros ritmos. Me ha servido el espíritu de casa abierta y acogedora que viví desde niño en mi familia, donde se trataba con personas que acudían por muy diversos motivos. Ese bagaje personal, que he interiorizado con naturalidad, vertebra esa sensación de apertura y acogimiento que siente mucha gente cuando pasa por el Centro Cultural Lerchundi en Martil, participa de sus actividades, y se relaciona con personas de otras procedencias universitarias y asociativas.

¿Qué pautas le marcaron desde la diócesis?

Solo orientaciones generales, tanto al comienzo como hoy en día, tengo mucha libertad para programar y organizar. Monseñor Peteiro me dijo que, además de avanzar en lo que ya existía (la biblioteca para universitarios, y los cursos de idiomas) fomentara los encuentros, los diálogos, y la motivación entre los jóvenes. Él percibía que muchos jóvenes marroquíes necesitaban creer más en sí mismos, en sus posibilidades de desarrollo. Por eso nuestra labor es complementaria a lo académico. Tiene mucho de acompañamiento, de apertura, de apoyo psicológico, de motivación, donde todo no puede estar basado en pautas rígidas, en horarios inflexibles, en objetivos excesivamente delimitados.

¿Fue cómodo integrarse?

En Marruecos es fácil la relación con la persona foránea, desde cualquier primer contacto en la calle. En la biblioteca era muy sencillo trabar relación con los estudiantes. Era una época en la que no existía internet y los estudiantes aún estudiaban en grupo, por lo que resultaba más directo proponerles foros que no se hacían hasta entonces, e implicarles para que participaran. Y descubrí que en las universidades marroquíes había mucha gente muy bien preparada, deseosa de hacer evolucionar a su país. El ambiente intelectual era de ebullición, los progresistas tenían más fuerza que los islamistas. En mi labor, tenía que favorecer que profesores y estudiantes expusieran y expresaran sus experiencias, sus conocimientos, sus investigaciones. Siendo consciente de que el entorno social del país es plural y contradictorio. Siempre desde el respeto y poniendo el acento en la persona y sus valores. Y empecé a organizar desde jornadas literarias y recitales poético-musicales (en Marruecos gusta mucho la expresión poética), a foros sobre la pena de muerte.

¿Qué aprendió con más intensidad?

He aprendido a aprovechar el impulso de los jóvenes, esas ganas de transmitir y de debatir, que con el paso de los años se les va enfriando. Darles libertad para que propongan e intervengan. Y, desde ese talante, animarles también a que hablen de algún tema que considero necesario abordar. En consonancia con nuestro deseo de fortalecer su desarrollo personal y comunitario, y no solo sus notas académicas. Para temas académicos ya están, y lo hacen muy bien, instituciones como el Instituto Cervantes.

¿Resulta fácil ser tenido en cuenta por parte de los marroquíes, desde un centro cultural franciscano?

Los franciscanos están muy valorados en Marruecos desde hace muchos siglos. Los primeros frailes llegaron en el siglo XIII, fueron martirizados, pero la orden se asentó con la bandera del diálogo y de la fraternidad. Han sido avanzadilla en el estudio de la cultura árabe y del Islam. Los sultanes les tenían en cuenta para la diplomacia.

¿El español es la lengua vehicular de sus actividades?

Sí, abogando por la histórica implantación de la lengua española en dicha región. Al igual que en la biblioteca, la mayor parte de los libros son en español, para los estudios hispánicos, pero también hay en árabe, inglés y francés. El cineforum es en versión original con subtítulos en español. En las actividades también incorporamos el dariya, que es la lengua oficial de Marruecos, y en ella se realizan muchos foros y debates, procurando nosotros traducirlos, pues hay personas que acuden que no son marroquíes.

¿Cómo hacen sostenible el centro cultural?

Cada socio de la biblioteca paga en dirhams el equivalente a 10 euros al año, y tiene derecho a todos los servicios, incluyendo consulta y préstamo de libros, acceso a internet, películas, etc. Los alumnos universitarios pagan el equivalente a 8,90 euros al mes, y de esas cuotas, más lo que recabamos con los cursos de idiomas, además de permitirnos pagar gastos generales y a jóvenes que nos ayudan en la biblioteca, destinamos fondos para sufragar los estudios a jóvenes en dificultades económicas. Tenemos sillas, mesas y pizarras del año de la pera, pero nos apañamos bien. Donde ponemos el acento es en las personas, donde queremos ser modernos es en las propuestas y en las vivencias.

¿Cuál es el horario base?

Abrimos al menos diez horas al día. De lunes a viernes, de once de la mañana a nueve de la noche sin interrupción. Los sábados, de diez de la mañana a tres de la tarde. Y durante el resto de la tarde tenemos actividades: talleres, cineforum, ludoteca, reuniones en grupo,... La biblioteca está abierta para otro tipo de propuestas, y los domingo también, en épocas de exámenes: enero y mayo-junio.

¿Cómo ha vertebrado una red de colaboraciones para compensar la carestía de medios?

Convenciendo a numerosas personas e instituciones. Nosotros no movemos mucho presupuesto, sino mucha conciencia, mucho voluntariado, mucha solidaridad. Con más alianzas basadas en los compromisos personales que en la tramitación burocrática de convenios o de permisos. Si tenemos ahora una biblioteca con más de 10.000 libros es gracias a las donaciones, por ejemplo, de numerosas universidades españoles. Entre ellas, todas las andaluzas, y sobre todo la de Sevilla. Nos han donado libros muchos estudiantes marroquíes una vez terminado su periodo universitario, por afecto a nuestro centro cultural. También lo han hecho profesores iberoamericanos, arabistas españoles, investigadores anglosajones, el Ministerio de Cultura español... En mis idas y venidas he acarreado en mi coche multitud de libros para la biblioteca. A su vez, los libros que dejamos de utilizar los donamos a la red de bibliotecas de barrio que se ha creado en Marruecos.

¿Y colaboraciones para actividades de puertas afuera?

Todos los veranos organizábamos campos de trabajo con grupos de voluntarios españoles. Y al haber tanta población infantil en nuestro entorno, en muchos casos pasando demasiado tiempo en la calle, y en algunos casos siendo niños abandonados, empezamos a hacer talleres para que los niños de la calle se familiarizaran con nosotros, y empezaran a incorporar valores interculturales. Una profesora de Salamanca, Loli Fraile, muy implicada en ayudar a los niños abandonados, ha viajado cada año a Martil con un camión cargado de víveres y de libros.

¿Y de otros países?

Destaco al japonés Tadayoshi Ishihara, gran investigador de la cultura bereber. Ha trabajado mucho desde nuestra biblioteca, y promueve que, cada año, algunos estudiantes de la Universidad de Tokio hagan voluntariado con nosotros. Con ellos, y con otros americanos (sobre todo argentinos), y de otros países (hace poco hemos tenido rusos), y españoles, en verano alojamos voluntarios en el centro, convertimos las aulas en habitaciones, el salón de actos en improvisado comedor, el patio en sede de actividades, aprovechando el bagaje cultural de todos ellos, sus conocimientos, sus inquietudes, sus propuestas, sus gastronomías, sus cantes, sus bailes... Y se respira ese ambiente de valores interculturales.

¿A los jóvenes marroquíes, qué les interesa más, el español, el inglés o el francés?

Desgraciadamente, el español está perdiendo fuerza en Marruecos. Creo que las autoridades españolas no están prestando la debida atención a este tema. El inglés se está afianzando como la segunda lengua, también en una región como ésta, donde el español era hablado por casi todas las familias, y era una tradición secular que se mantenía a finales del siglo pasado gracias a la popularidad de la televisión y del fútbol. Al menos, nuestro centro es de los que contribuye a que no se pierda.

¿Cómo le ha cambiado internet sus dinámicas?

Internet ha traído ventajas e inconvenientes. Echo de menos esas reuniones y tertulias en las que nadie se distraía mirando el teléfono o el ordenador. Entiendo que, en un país con dificultades para viajar a otros países y acceder a otras realidades, internet permitió a muchos jóvenes salir de su aislamiento y de su sensación de monotonía. Una aspiración justa que colapsaba los primeros cibercafés, por el deseo de hablar con otras personas. Pero también veo hoy en día, igual que en España, que se desaprovecha lo bueno de internet y se usa como evasión, distracción o, desgraciamente, como adoctrinamiento. Se está conformando una tipología de joven acrítico, enganchado a las redes y sin saber gestionar ese caudal de información.

¿Es tensa la correlación entre el espíritu de libertad de puertas adentro, y las restricciones de puertas afuera? Marruecos dista mucho de ser una democracia.

Estamos convencidos de que hemos de tener incidencia pública y social más allá de nuestros muros. Es verdad que la gran confianza que siente la gente para participar y proponer cuando está en nuestro centro, que es nuestro ámbito de responsabilidad, no se corresponde con lo que se vive en el exterior, donde los jóvenes no logran ese protagonismo, y tienen miedo a expresar sus opiniones y sentimientos, incluso en sus universidades. En estos veinte años percibo un retroceso en el espíritu aperturista de sus universidades. Y se desarrolla un doble lenguaje, hay profesores que, cuando abordan temas delicados, se expresan con mayor o menor libertad según donde estén.

¿Al ser un centro cultural de una orden católica, en qué favorece y en qué dificulta que los jóvenes marroquíes, en su mayoría musulmanes, consideren que es un lugar donde hablar de lo que a ellos les importa?

No es obstáculo, ni mucho menos. Nosotros no hacemos proselitismo. Valoran positivamente que seamos católicos, y la gente se siente muy a gusto participando y debatiendo. Para la mayoría de los musulmanes, lo que no entienden es que haya personas ateas o agnósticas, les cuesta concebir que sea posible vivir sin fe. Además, la realidad del Islam en Marruecos es muy plural. Este centro cultural tiene una vida muy internacional y el cariz religioso no es un factor predominante. También participan africanos subsaharianos, y la comunidad de cuarenta estudiantes tailandeses. Es variopinta hasta la comunidad de españoles.

¿Cómo resultan los foros sobre temas donde tradición religiosa y derechos sociales pueden colisionar?

Hemos tenido algunos muy interesantes, por ejemplo sobre los derechos de la mujer, donde la gente marroquí ha sido muy crítica con las tradiciones y con las leyes que perpetúan comportamientos que perjudican a las mujeres. Lo que provoca rechazo es el reduccionismo simplista sobre Marruecos o sobre el Islam. Y las bromas sobre lo religioso. Pero eso es anecdótico, lo importante es darle la palabra a la sociedad civil, a los pensadores, filósofos, abogados, artistas, etc, que se esfuerzan por los derechos de la población. Por derechos humanos cuya materialización podemos firmar todos. Hay quienes hacen ver que en la sociedad solo se habla de fútbol o de choques de civilizaciones. Eso es lo que sale en los medios de comunicación. Pero hay más gente dedicada a temas como los derechos de las mujeres o los problemas de los jóvenes.

La demografía está muy desequilibrada por el altísimo porcentaje de jóvenes.

Hay un alto porcentaje de licenciados en paro. En general, muchos jóvenes se sienten frustrados porque no pueden trabajar en el ámbito para el que se han preparado. Es verdad que se están convocando muchas plazas de profesores para la función pública, y hay empresas invirtiendo en el sector de la informática. Pero a uno y otro tipo de empleos se accede por enchufismo y padrinazgo más aún que en España. Y el autoempleo emprendedor es una nueva tendencia que requiere más madurez y apoyo. El sistema de organización del trabajo está obsoleto y hay una gran masa de jóvenes parados que no pueden emanciparse y casarse a la edad que quisieran. Por eso sigue pesando mucho la vía de buscarse trabajo fuera del país.

¿En las protestas que tienen lugar en el Rif desde hace dos meses, influye más el desencanto socioeconómico o las reivindicaciones políticas?

Es una confluencia de muchos factores. En esa región, habitualmente muy mal comunicada, se ha invertido mucho en infraestructuras pero poco en servicios básicos como sanidad y educación. Reivindican tener un distrito universitario propio, porque siempre han vivido lejos de la enseñanza superior y a sus familias les supone una gran dificultad enviarlos lejos para estudiar una carrera. Todo está mezclado con otro tipo de reivindicaciones identitarias de raíz histórica a las que el Gobierno marroquí siempre mira con desconfianza.

Los atentados de la semana pasada en España han sido perpetrados por jóvenes de origen marroquí cuyas familias están asentadas en la sociedad española. Como los que han protagonizado otros actos de terrorismo en Francia y Bélgica, radicalizados en muy poco tiempo. ¿Cuál es su punto de vista sobre este preocupante fenómeno?

A la sociedad marroquí le está costando trabajo aceptar y digerir que es el origen de jóvenes dispuestos a cometer actos terroristas. Cuando en 2003 tuvieron lugar los atentados en Casablanca, la gente no daba crédito. Se ha tendido a mirar para otro lado, y no se ha cogido el toro por los cuernos, considerando que es un conflicto externo, de grupos muy minoritarios, vinculado a la guerra de Irak, al conflicto israelí-palestino,...

¿Algo está cambiando al conocer detalles sobre los implicados en la masacre de Barcelona?

He notado que les ha impactado más, y hay una reacción sincera de solidaridad con las víctimas. Hay quien opina que este terrorismo nada tiene que ver con el Islam, que está ligado a la marginación en la que viven muchos jóvenes emigrantes en Europa. Pero hay un sector más ilustrado, compuesto por jóvenes licenciados, que lo analizan con preocupación, al ver la edad de los chicos a los que se está reclutando para estos atentados. Y porque saben que en Marruecos desde hace muchos años se está deteniendo, en mayor número que en España, en barrios muy concretos, a chicos que están siendo rápidamente captados y adoctrinados para el yihadismo terrorista. Esa sensación de estupor y de indignación está presente en la sociedad, sobre todo en los sectores más informados y preparados. Cada vez hay más cineastas, artistas, filósofos y periodistas que están abordando este tema para que sea un debate predominante a nivel social.

En general, ¿qué dicen?

Reflexionan sobre el rigorismo religioso que se ha potenciado en un sistema educativo cargado de dogmatismo. Señalan la importancia de la crisis de identidad que sufren muchos jóvenes. No saben muy bien cuál es su sitio en el mundo, no tienen claro cuál es su horizonte y su espacio de protagonismo ni dentro ni fuera del país. Y consideran que las redes sociales están cubriendo ese vacío, lo que no ha sido abordado suficientemente ni por los estados, ni por las sociedades, ni por las organizaciones religiosas. Tras el atentado de Barcelona, creo que está aumentando en la sociedad marroquí la preocupación y la conciencia sobre los jóvenes, que podrían ser sus hijos o los de sus vecinos, se están escapando de las familias para convertirse en terroristas, en lugar de estar discerniendo su futuro profesional. Se calcula que hay más de 3.000 que huyeron a Siria para enrolarse en el Daesh.

¿Y qué proponen desde esos ámbitos del pensamiento y la cultura?

Todo lo que no sea trabajar en los derechos humanos, en la educación, en la formación, es eternizar los problemas. No se van a resolver por la vía policial, por la vía de la represión. Marruecos necesita planes de gobierno más relacionados con el desarrollo social de las personas. Invertir en derechos básicos como sanidad y educación.

Por su experiencia en interculturalidad, y ante este desafío para evitar que algunos jóvenes se conviertan en terroristas, ¿qué recomienda a los profesionales de la educación y la acción social que trabajan en España?

Dedicar tiempo a conocer bien a los jóvenes, sea cual sea su origen. Conocer sus expectativas, sus valores, su entorno familiar, hablar con sus padres, saber de sus raíces, de su procedencia. Hay que conocer bien todo ese bagaje sociológico. Contextualizarles bien, desprenderse de prejuicios culturales y, en los casos de ligazón con una religión, como el Islam, conocer sus fundamentos, valorar su fe, y propiciar puntos de encuentro. En España, noto que se trata el tema religioso con mucho desconocimiento, y con ignorancia convertida en chiste. Eso les molesta mucho.

¿Qué recurso le funciona muy bien para integrar?

Darles la palabra para que, ante otros distintos a ellos, hablen de sí mismos, de sus orígenes. Nos ayuda mucho organizar jornadas gastronómicas, descubrir comidas y compartirlas contribuye a la complicidad. También ayuda que canten algo en su lengua nativa, y acoger eso como algo enriquecedor, no como una excepción. Nunca hay que minusvalorar el legado cultural de un inmigrante. Por ejemplo, con muchos subsaharianos hacemos talleres creativos, y ayuda a valorar otras realidades cuando pintan, o cantan, o bailan. Cuando llegan, nunca les preguntamos cuál es su religión, sino en qué podemos ayudarte.

¿Qué va a impulsar durante los próximos meses?

Seguir potenciando la interculturalidad, incorporando a voluntarios de diferentes nacionalidades. Eso nos hace más abiertos y es la mejor manera de no caer en dogmatismos e intransigencias. Quiero recuperar la intensidad de los intercambios de estudiantes que hubo años atrás con universidades como la de Sevilla. Por otro lado, tenemos que ser capaces de llegar a acuerdos con entidades y colectivos locales para hacer más actividades de interculturalidad en espacios fuera de nuestro centro. Ya sea en plazas, en cafés, o en sedes de otras entidades. Me encantaría hacer ciclos de cine al aire libre. Que también sirva para revitalizar un urbanismo de impronta española, andaluza, acosado por la presión urbanística de los intereses playeros. Otra prioridad que afrontaremos es actualizar la biblioteca a nuevas titulaciones que ya se imparten en Martil, donde no solo está Filología, sino Derecho, Sociología, Antropología, Económicas.