La heladería Otoño, ubicada en el número 2 de la calle Los Romeros, en la Macarena, fue el escenario la tarde-noche de ayer de un suceso que sobresaltó por unas horas a los vecinos de la zona. Efectivos de la Policía Nacional se desplazaron hasta el lugar para corroborar lo que una mujer –en compañía de dos familiares, un hermano y una hermana– había ido a confesar a primera hora de la tarde a una comisaría de Dos Hermanas, esto es, que había matado la noche anterior a un hombre y que había guardado su cuerpo en uno de los congeladores del establecimiento.

En efecto, dos patrullas de la Policía Nacional y agentes de la Científica se personaban en esta bocacalle de la avenida de San Lázaro y confirmaban la veracidad de la confesión, de manera que a las 20.34 horas el ataúd con el cadáver del finado era sacado de la heladería e introducido en el furgón de una empresa funeraria. A esa hora ya se había congregado en torno al local un centenar de vecinos y varios familiares del difunto.

El hombre, de 62 años, vivía en San Jerónimo, pero frecuentaba la zona desde hace años dado que por allí residía años atrás un hermano suyo. Estaba casado y tenía cinco hijos, los cuales no sabían nada sobre su paradero desde la noche del viernes.

Algunos vecinos de la zona lo describen como un hombre de poca estatura, «menos de 1,50 metros y de unos 60 años». Y sobre su carácter, afirman que «era más bueno... ¡qué pena!», lamentaban dos mujeres de avanzada edad en la misma acera de la calle Otoño.

La mujer que regenta la heladería y presunta autora de los hechos, dado que fue ella misma quien alertó a la Policía del suceso e indicó el sitio donde se hallaba el cadáver, responde a las iniciales M.Q.B., tiene entre 35 y 40 años, es alta y morena –suele llevar el pelo recogido en una cola– y es la propietaria de la heladería desde hace al menos dos años, cuando asumió el traspaso de los anteriores dueños del local. Tras su confesión fue detenida en la misma comisaría nazarena, donde permanecía anoche a la espera de ser puesta a disposición judicial.

En el lugar, un miembro de la Policía Nacional revelaba que, en principio y a su improvisado juicio, el cuerpo debía llevar sin vida «menos de 24 horas» y que el fallecido «iba indocumentado», si bien enseguida uno de sus sobrinos –algunas de sus hijas se encontraban en el lugar, pero lógicamente destrozadas– reconocía que, a falta de confirmación, todo apuntaba a que se trataba de su tío, que «llevaba desaparecido desde ayer» (en alusión al viernes) y que no le constaba que «tuviera nada que ver con la dueña de la heladería», si bien «solía parar enfrente en un bar».

A VUELTAS CON LA HELADERÍA

Alguna de las vecinas que se aproximaron hasta el lugar afirmaba que la heladera no había abierto su negocio «los últimos dos días», si bien otra matizaba que el viernes sí habría abierto «aunque solo hasta las ocho y cuarto cuando lo normal era que estuviera hasta las doce o la una». Una tercera vecina aseguraba que no había abierto el viernes, pero que «en un momento dado se oyó el ruido de la persiana» y que vio «cómo entraba un hombre».

De repente irrumpió en el lugar un vecino marroquí que aseguraba tener «un vídeo con los dos juntos en el bar». La Policía le tomaba testigo y se acercaba hasta el citado bar, donde recogía una copia del vídeo grabado por las cámaras de seguridad del establecimiento, como más tarde confirmó a este periódico el dueño del bar Mi Negro y Yo, un dominicano que aseguraba «ambos estuvieron aquí y salieron juntos del bar en torno a las 20.15 horas. Él se fue para la puerta y ella le siguió y se lo llevó del brazo».

Esta persona revelaba que el difunto «venía todos los días dos veces, por la mañana y por la tarde», pero que apenas tomaba «una copa de tinto». Según su versión, «los dos se conocían, pero no tenían ninguna relación».