No se atreve Francisco Díaz Sánchez, arquitecto, a aventurar si algún vecino recordará el aspecto primigenio del popular Faro de Triana, que nació en los años 20 del siglo pasado como oficina de la antigua estación de la Compañía de Vapores. Sí asegura que, después de la intervención a la que han sometido el edificio, «su aspecto era similar a lo que se ve hoy».

Díaz Sánchez ha elaborado el proyecto y dirigido los trabajos que culminarán en unos 10 días con la apertura de un nuevo restaurante, cuyo nombre también remite a la ciudad de principios de siglo: María Trifulca, playa de Sevilla durante décadas.

De entrada, resume la intervención: «Lo que se ha hecho es desnudar el edificio. Picar paredes, dejar las estructuras vistas, sanear las ocultas, que estaban bastante mal. Ha sido una labor de arqueología. El edificio, desde el veintitantos, ha tenido muchísimas remodelaciones. Sobre todo en el interior no tiene nada que ver con lo que era cuando se construyó».

La intervención sobre el inmueble, que pertenece a la autoridad portuaria, «ha dependido de condicionantes históricos, técnicos y de la estructura», aclara, y añade que todo se ha hecho con una «licencia antigua» a la que ajustarse. No ha impedido, y era una de las claves del trabajo, «que pueda haber una lectura histórica de lo que es el edificio en sí».

Varios aspectos destacan a simple vista. «La piedra y los ladrillos que se ve son los son los del puente de barcas», resalta. Porque el edificio se construyó sobre un contrafuerte del puente de Triana y junto a las escaleras que hoy desembocan en la calle Betis. «Al picar la piedra y recuperar la fachada que da al río se ve una inclinación, pero es porque el edificio está montado sobre la escalera original. Hemos recuperado esa piedra original, que enfoscaron en algún momento, y nos parecía una pena que estuviera oculta».

Destaca también el cambio de color del inmueble, que hasta hace poco pintado en tono albero. La elección del color tiene su historia, porque la documentación que manejaron los propietarios del nuevo restaurante y el arquitecto era toda en blanco y negro. «El color original lo hemos recuperado rascando las pinturas. Algo imaginábamos, pero hasta que no rascamos no supimos cuál era», explica Díaz Sánchez. No fue la única ocasión en la que tuvieron que tirar de imaginación.

«Tuvimos que hacer el proyecto con planos antiguos que nos buscó la autoridad portuaria, y yo iba, me tomaba una cerveza y miraba. Entre una cosa y otra íbamos haciendo el levantamiento. Hicimos un proyecto sobre suposiciones y más o menos encajó», resume, satisfecho: «El trabajo es tremendamente gratificante e interesante. Tener la ocasión de tocar un edificio tan emblemático y de recuperar una fisonomía que estaba muy torturada. Estamos muy contentos con el resultado».