«Era la alegría de mi casa. Era mi niña bonita». Son las palabras con las que, entre lágrimas, Juan Manuel Cortés, describía a su hija, horas después de haber perdido la vida en un fatal e inusual accidente de ascensor. Todos los que la conocían aseguran que la joven era «muy alegre» y que sabía mirar la vida con una sonrisa. «No tenía problemas, estaba feliz con sus dos niñas y con la tercera que venía en camino», señala su cuñado David.

Rocío había nacido en 1991, pero aún no tenía los 26 años, porque vino al mundo un 19 de diciembre. Era la quinta de siete hermanos y para su padre era su «niña bonita», afirma mientras enseña a dos periodistas la última foto que tiene de ella: en Málaga disfrutando en el mar de un baño junto a sus dos niñas, luciendo su embarazo, ya en la recta final. «Es la última vez que la vi. Fue hace unas dos semanas, que fue a Málaga a vernos», explica Juan Manuel. Los padres de la joven residen, «por trabajo», en la capital malagueña y desde allí se habían trasladado esperando conocer a su nueva nieta, «y mira lo que nos encontramos. Es increíble», repite su padre. «Ya no tengo ganas de vivir, porque aunque me quedan seis hijos, que se te muera una hija es muy grande, y más de esta forma».

La joven residía junto con su marido y sus dos hijas en la barriada de Los Montecillos, en Dos Hermanas. Una de sus vecinas, que asegura que la noche antes del accidente se quedó atrapada en ese mismo ascensor, la recuerda «siempre alegre, sonriendo y con la radio siempre puesta en su casa». Ella no trabajaba, era ama de casa, y según su familia estaba «plenamente dedicada a sus niñas, que no les faltara nada». Rocío y Carmen, de cinco y cuatro años, nacieron en este mismo hospital. «Le había ido tan bien que ella quiso tenerla aquí, estaba muy contenta, quién se iba a esperar esto», decía su suegro, que hablaba de la joven como su Rocío, «mi niña».

Sus familiares explicaban en las puertas del hospital que ella «estaba muy ilusionada con este embarazo. Estaba tan contenta como con los otros dos».