Desde fuera, a menudo, cuando se habla sobre autónomos la idea central que sobrevuela es la del ‘lujo de poder organizarse el tiempo’ y la comodidad de ‘carecer de jefe’. Es parecido a la imagen externa de los profesores, que tienen ‘muchas vacaciones’ frente a otros profesionales. «Siempre que se habla de trabajadores cualificados generalmente nos fijamos en las fortalezas y bondades de sus situaciones, no tanto en sus problemas; miramos solo la parte buena», opina Javier Benítez, experto en derecho del trabajo.
Con la nueva Ley de Reformas Urgentes del Trabajo Autónomo, que amplía la tarifa plana de 50 euros, permite la deducción de suministros y dietas, flexibiliza la cotización en el Régimen Especial de Trabajadores Autónomos e impulsa medidas para favorecer la contratación laboral y la conciliación familiar se espera que sean bastantes las personas que den un paso adelante. Movidas por distintas motivaciones intentarán abrirse paso en el camino de asentarse como autónomos. «Llegué aquí por necesidad, perdí el trabajo en 2014 y al tener más de 35 años no podía acceder a muchas de las prestaciones laborales para jóvenes. Fue entonces cuando decidí probar suerte y comencé a trabajar como traductor ocasional», explica José Manuel Prendes. Al principio lo hacía sin ningún marco legal a sus espaldas, como podía, «porque tardé en darme cuenta de que, organizándome y preparándome, podía afianzarme como autónomo», reconoce.
Cristina Simón, en cambio, siempre tuvo claro que este, y no otro, era su camino. Conoció lo que era el trabajo por cuenta ajena y decidió dejarlo cuánto antes. «Quise apostar por desarrollarme como autónoma, porque aunque tiene sus dificultades, la libertad que me otorga me compensa», asegura. «No me gusta la vida laboral tradicional, para mí no funciona el establecimiento de horarios fijos, no saca lo mejor de mí. Y veo como algo absurdo el que hoy día un empresario te obligue a estar en una oficina física», argumenta. La firmeza de sus convicciones le han permitido escalar posiciones y ya se plantea crear su propia empresa, para lo que tiene un grupo estrecho de colaboradores. Ella y los suyos se mueven en el ámbito de la presencia en el mundo on-line, gestionando redes sociales, planteando campañas de publicidad y realizando auditorías sobre el estado y la presencia de una empresa en el ámbito digital. «Hay mucho intrusismo y, lo peor, los clientes están acostumbrados a pagar precios muy bajos por estos servicios, pero yo ofrezco una atención muy personalizada y aporto valores que hacen que merezca la pena», considera.
Sobre la nueva Ley de Autónomos, ni Prendes ni Simón son especialmente optimistas. «En lo único que quizás me ayude es en desgravarme ciertos gastos del mantenimiento del coche», dice ella. Porque es vox populi que lo que aguardan los trabajadores autónomos es una reforma que todavía no ha llegado: «Lo que queremos es pagar un porcentaje a la Seguridad Social en función de los ingresos que tengamos, pero el Gobierno piensa que eso daría lugar a fraude, a declarar pocos ingresos para pagar lo menos posible; cuando eso es muy difícil para quienes trabajamos con empresas, en las que todo es legal y declarado», defiende Simón.
«Deberían considerar de manera diferente a los autónomos que tratamos con empresas porque la posibilidad de engaño es prácticamente nula, además todos nos enfrentamos al problema de la estacionalidad, lo que yo puedo ganar en otoño y en invierno nada tiene que ver con lo poco que ingreso en verano, cuando mi actividad se reduce pero la cuota es idéntica», reivindica José Manuel Prendes.
En cambio, la principal noticia para quienes inician ahora este camino es la ampliación del periodo en el que el autónomo sólo paga 50 euros al mes por estar dado de alta en este colectivo. Antes era de seis meses y, a partir de 2018, pasará a ser de un año. «Luego vendrá la criba, porque no todo el mundo está preparado para esta vida, en la que no hay horarios, y por eso mismo podemos estar trabajando un domingo o un día de fiesta», reconoce Cristina Simón, para quien no hay vuelta atrás y no se imagina una vida de asalariada.