En Talavera de la Reina, al anochecer del 16 de mayo de 1920, los cirios alumbran el rostro de cera de José Gómez Ortega, el rey de los toreros... Lo había matado un toro de la viuda de Ortega sentenciando, de paso, el final de aquella Edad de Oro que cambió para siempre los fines del toreo. Pero la muerte de José iba a llevar aparejadas otras consecuencias. El coloso de Gelves había actuado por última vez en su Monumental el 23 de abril de aquel mismo año acompañado de Belmonte, Varelito y su cuñado Ignacio Sánchez Mejías para despachar seis de Miura. En el palco regio brillaba la belleza de la reina Victoria Eugenia, bisabuela de Felipe VI. Pero Gallito no sabía que, de alguna manera, estaba escribiendo el epitafio de aquel coso visionario que tenía las horas contadas. El último festejo de su historia, una novillada picada, se celebró el 30 de septiembre de aquel año acartelando a Maera, Facultades y Joseíto de Málaga que, sin saberlo entonaba el definitivo gori gori de la Monumental al estoquear el último novillo de la tarde.

Muerto José llegaba la oportunidad para dar la puntilla al edificio. La temporada de 1921 ya no pudo celebrarse. El 8 de abril de aquel mismo año, el gobernador recibía un informe negativo sobre el estado de la plaza de la Huerta del Rey. Ya no habría vuelta atrás... El libro de los Carrasco y Carmen del Castillo rescata un dato revelador: las entradas de la plaza de la Maestranza, que recuperaba su reinado solitario, subieron aquel año un 25%. La competencia de la Monumental, que había obligado a abaratar el billetaje había desaparecido para siempre...

Joselito había desafiado a las fuerzas vivas de la época para construir aquella tremenda plaza de toros que sólo se sostenía en el fulgor de su figura. Y los poderosos del momento no le perdonaron la afrenta ni después de muerto... Hubo un joven diario, El Correo de Andalucía, que salió en defensa de José a través de la pluma del impar canónigo Juan Francisco Muñoz y Pabón. El clérigo de Hinojos ya se había destacado dos años antes por alentar la coronación canónica de la Virgen del Rocío en las páginas del decano de la prensa sevillana. Pero en esta ocasión iba a arremeter con dureza contra las fuerzas vivas de la época, que se habían echado las manos a la cabeza por la celebración de los funerales de José en la mismísima catedral de Sevilla.

Fue en la edición vespertina del día 22 de mayo de 1920. Muñoz y Pabón no se cortaba ni un pelo al afirmar que «no han faltado títulos de Castilla –asistentes al acto– que han sentido escándalo de que todo un Cabildo Catedral haga exequias por un torero... Pues, ¿qué? ¿No sois vosotros los que aplaudís a los toreros y los jaleáis; los que los aduláis, formándoles corte hasta las mismas gradas del Trono?». Aquel artículo mereció el regalo de una pluma de oro costeada por suscripción popular. Hoy forma parte del aderezo más genuino de la Esperanza Macarena.