No corren los mejores tiempos para el mundo de los toros. El fortísimo bandazo de la crisis económica abrió la puerta a la irrupción de otras ideologías. En ese caldo de cultivo se coció un movimiento de repulsa al hecho taurino que no había tenido precedentes. La Fiesta permaneció impasible ante esos ataques hasta que la abolición catalana marcó un antes y un después. El magistrado Antonio Jesús Rodríguez Castilla se ha sumado a las voces más doctas que, más allá de defender los valores del mundo del toro, pretenden enseñarlos. Ésa es la verdadera filosofía de su libro ‘En defensa de la Tauromaquia’ editado por Almuzara que se presenta esta tarde en la Fundación Madariaga de Sevilla.
¿Hacía falta escribir un libro así?
A mí –por lo menos- me hacía falta como un ejercicio de libertad. Cuando me preguntan sobre el libro sólo digo que se trataba de dar un paso adelante y empezar a vivir los toros con la misma normalidad que los vivimos en la plaza. Hay que desterrar el complejo de no aparecer en la vida pública, recuperar la normalidad de un espectáculo que es legal. Escribir este libro era un ejercicio de coherencia, manifestar la necesidad de retomar unos espacios que nunca se debieron perder. Otra cosa es que otros piensen distinto.
El morbo del libro es distinto antes y después de las últimas elecciones. Vuelven los nubarrones al mundo del toro.
Antes y ahora tengo que repetir lo mismo. Los toros no tienen ideología. Nunca nos ha ido bien acercarnos a la política. En la mayoría de las ocasiones para ellos sólo somos un dato estadístico o un porcentaje de votos. Ni cuando los vientos corren a favor ni cuando corren en contra: nos interesa que los toros no estén marcados ideológicamente para no vernos movidos por la situación política de cada momento. Lo decía Tierno Galván: “los toros son un acontecimiento nacional” y como concepto de nación van más allá de la ideología política. El día que deje de ser así empezaremos a dudar de la subsistencia de los toros.
Hace un par de décadas no habría sido necesario invocar ese ejercicio de libertad. Ni siquiera escribir este libro.
También lo refiero en el propio libro. La crisis de 2008 no sólo fue económica. Fue una crisis de paradigma, un cambio de sociedad. A partir de ahí llegó a las instituciones públicas una opinión contraria a la fiesta de los toros que también es legítima. Posiblemente no supimos reaccionar. No nos dimos cuenta de que la pluralidad implica que haya personas que no estén de acuerdo con nuestra forma de pensar. Ahora sí es necesario. Frente a ese mutismo y la adversidad hay que recuperar la normalidad de lo que significa la Fiesta de los toros. Ya no son conocidos por la mayoría de la sociedad y hay que reivindicarlos pero, sobre todo, enseñarlos. El problema no es que la sociedad esté destaurinizada; es que está desrruralizada y estamos equivocando el trato del hombre y del animal.
Es que el hecho taurino, en definitiva, no deja de ser una mera arista de un universo mucho más amplio. El alejamiento del agro crea un nuevo orden casi perverso...
Y nos estamos llevando por una ideología de origen anglosajón, esencialmente urbana. Corremos el peligro de convertir al mundo rural en una sociedad de segunda o al menos descalificada y hasta descatalogada. Pero aquí cabemos todos. Cabe la sensibilidad urbana, que tiene un conocimiento limitado de la relación entre el hombre y el animal a través de las mascotas. Pero para mí es una sociedad mucho más rica la rural, que conoce al animal en todos sus aspectos: desde el feroz o salvaje, pasando por el de compañía, el que sirve de alimento o el animal herramienta: desde un burro al perro que guarda un rebaño.
Se nos ha olvidado mirar al cielo, tocar la tierra, escuchar a los mayores...
Pues sí. Es que a nosotros sólo nos separan de nuestros críticos los quince minutos que dura la lidia de un toro. Somos una cultura ecologista, conservacionista, protectora del mundo animal, de su supervivencia en relación a la naturaleza... Frente a ello sufrimos la imposición de un mundo urbano que a base de distanciarse del animal tiene un concepto –bajo mi punto de vista- totalmente equivocado de cómo debe ser essua relación con el hombre. Hablamos del especismo, de los que nos tildan de antiespecistas. Para algunos, las familias ni siquiera son exclusivamente humanas sino como un conjunto de seres de distintas especies. Mire usted, eso no es una familia...
Estamos hablando de una perversión de nuestros valores más ancestrales. Pasamos del humanismo al animalismo.
También lo digo en el libro y la frase no es mía. El animalismo pretende que tratemos igual a una mascota que a un familiar. Tenemos que luchar contra eso. Y es una de las razones por las que los toros son atacados: no dejan de ser el estandarte de los errores del animalismo o sus incongruencias. Por eso somos los primeros pero no seremos los últimos. Quizá seamos como aquellos 300 de las Termópilas. Cuando acaben con nosotros irán a por otras cosas. Pero la primera meta es el mundo del toro porque supone el espectáculo de la realidad que ellos combaten.
Uno de los retos más complejos es explicar o justificar la muerte pública de un animal.
Savater ya lo ha dicho. ¿El problema es que se vea la muerte? Nadie se escandaliza de que haya animales en granjas o mataderos. ¿Es el error que esa muerte sea pública? Éticamente no tiene nada que ver.
Lo que no se puede hacer es una fiesta para el que no le gusta la Fiesta
No debemos tener complejos de defender una cultura que existe y es distinta a otras. Ésa es la esencia de la pluralidad. Un estado democrático no es el que impone la mayoría sino aquel que respeta a todas las minorías. Debemos aceptar que somos una minoría cultural. Pero somos cultura.
Y una escuela de vida. Hay un capítulo para enmarcar que enseña que este mundo no se puede entender sin la cultura del esfuerzo.
Frente a la ética de la ausencia de sufrimiento –que es la del animalismo- hay otra ética del esfuerzo y del sacrificio. Es la del mundo del toro. Lo digo en la carátula del libro: los toros son el arte escénico que mejor representa la vida. Por eso ha triunfado a lo largo de los tiempos y pervive una realidad tan ancestral y tan arcaica. Esto no sería posible si no tuviera los elementos propios de una actividad artística y unos principios éticos que se pueden llevar a la vida diaria. Ése es su éxito y por eso soy aficionado, más allá de su estética. Es un compromiso de vida absolutamente actual y vigente: hablamos de esfuerzo, sacrificio, sentido de la responsabilidad... para mí todo eso está en el mundo del toro. Los toros pueden enseñarte a afrontar la adversidad. No quiero que nadie asuma mis postulados pero tampoco quiero que se me prohíba porque no te gusta.
Entonces, ¿cómo se defiende la Fiesta?
Los toros se defienden desde la Constitución, desde la libertad, desde la obligación que tienen los poderes públicos de promocionar la cultura; desde el libre desarrollo de la personalidad, desde la pluralidad, desde los principios básicos de cualquier convivencia... desde ahí es donde hay que defender los toros.
No hemos hablado de la abolición catalana...
Los toros explican España. Lo dijo el poeta García Lorca y fue así: una prueba de fuego. Si los toros vertebraban una unidad nacional, acabar con ellos era el paso previo para intentar acabar con esa identidad común que ahora está en la calle con todo el tema del “procés”. Confío que esta situación sea retornable. La Fundación del Toro de Lidia lo está intentando. Aquello no fue un hecho cultural. Fue un hecho político. Y la política es cambiante. Puede haber una sociedad mayoritaria a la que no le guste ir a los toros pero eso no significa que los toros no se puedan volver a dar en Cataluña para aquella gente que le guste ir. Hay un dato que no se conoce: en Cataluña hay toros dos de cada tres días. Toros sin muerte. Los ‘Bous al carrer’, ‘embolats’... Esa realidad está tapada porque a nadie le interesa expresar el toro, de alguna manera, sigue arraigado con la cultura taurina.
Este libro, de alguna manera, ha sido un regalo para sus hijos...
No sé si los he metido en un compromiso mayor que el que pueden asumir. Ahora mismo lo están disfrutando como niños y ojalá lo disfruten como adolescentes y adultos. Esta es mi decisión. Pero su decisión la tienen que tomar ellos.