Blanco, rojo, azul

El Festival de Cine Europeo de Sevilla mantiene una saludable apuesta: encargar el diseño del cartel a un artista de la ciudad. El motivo de escribir sobre ello tiene una segunda lectura; la autoría se debe a la artista Cristina Lama

05 oct 2015 / 17:09 h - Actualizado: 05 oct 2015 / 17:13 h.
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  • Cartel de Miguel Brieva para el festival de 2012.
    Cartel de Miguel Brieva para el festival de 2012.
  • El de 2008, obra de Bigas Luna.
    El de 2008, obra de Bigas Luna.
  • El cartel de 2015, obra de Cristina Lama.
    El cartel de 2015, obra de Cristina Lama.

{Demasiados años. Demasiados para no contar con una artista entre la nómina de autores de los carteles del festival. No existen excusas para ello, pero debemos, o al menos intentarlo, ver la trayectoria de la cartelería de esta cita ineludible con el cine europeo como un cúmulo de hitos que se han ido solventando a lo largo de las ediciones hasta configurar –por fin podemos decir que en muchas de sus facetas– una verdadera personalidad.

En la década de los 2000 los carteles fueron fruto del retoque fotográfico, más encaminados a intentar distanciar el festival de su predecesor durante los años 80. No se puede observar ningún tipo de línea argumental hasta el año 2007.

No es que sean malas composiciones, sino que son planas, sin riesgo. Conscientes de la importancia de la imagen, y la posibilidad de crear iconos anuales, a partir de 2008 se empieza a tejer una relación con cineastas y artistas para realizar la imagen del cartel. Esta simbiosis tendrá sus puntos álgidos en las creaciones elaboradas por Bigas Luna y Fernando Colomo para las ediciones de 2008 y 2011, respectivamente.

A partir de la entrada de José Luis Cienfuegos como director del certamen se produce una nueva vuelta de tuerca. Los carteles pasan a ser elaborados por artistas de la ciudad, que revisionan bajo su lenguaje plástico distintas etapas del cine: del surrealismo de Brieva al western de Miki Leal, pasando por el neorrealismo de Curro González.

Tres obras que han supuesto una clara apuesta por cuidar todo lo que rodea el evento cinematográfico, con un salto de calidad que engloba un interesante diálogo entre la creación contemporánea local y la iconología del cine.

Sin embargo, después de tres años se antojaba más que necesario la irrupción de una artista entre la nómina de autores del cartel. Cristina Lama lanza sus redes en varios ámbitos, creando «un puzzle dinámico» que lanza un guiño a la trilogía de [Krzisztof] Kieślowski, como dicen desde el festival, a la vez que destila un aroma del expresionismo alemán de los primeros años 20, como no podía ser de otra manera al ver la evolución de su obra reciente.

La obra de Lama se ha venido desarrollando dentro de un expresionismo figurativo con toques naifs. La acumulación de color se centra en una temática que hunde sus raíces en historias que sacan a la luz nuestros miedos más primarios, sugiriendo ensoñaciones y viajes de ida y vuelta a la infancia cada vez que nos acercamos a sus obras.

La grandeza de esta obra radica en la simpleza de su ejecución y a todas las variables que es capaz de evocar, y se conforma casi como una galería de arquetipos.

Una calavera parece acechar a una pareja que se besa, y llama nuestra atención sobre la estética de los muertos mexicanos o los bailes de máscaras de James Ensor, para desenterrar una reflexión sobre los finales felices que vemos en la gran pantalla y que, inequívocamente, conducen a la muerte como final. Lama es capaz de versionar una vanitas y enmarcarla sobre las murallas de la ciudad, y hacer que parezcan parte de la escenografía de una obra de Murnau o Lang.

Sevilla tiene un buen puñado de autoras que, más y menos reconocidas, merecen su sitio en la primera línea del arte nacional y se antoja más que necesaria su presencia en una de las citas más internacionales de la ciudad. Esperemos que esto sea el camino a seguir a partir de futuras ediciones.