Bruce Davidson: Maestro del claroscuro fotográfico

La madrileña sala Bárbara de Braganza de MAPFRE tiene en su haber hasta el 15 de enero de 2017 esta bellísima exposición de uno de los artistas de la MAGNUM mejor considerados y concienzudos con el medio. Muchos han sido los apelativos que, a raíz de esta amplia retrospectiva, ha recibido la labor reflejada en esta exposición que recorre más de cincuenta años de vida del fotógrafo oriundo de la población cercana a Chicago, Oak Land. Desde «el fotógrafo de la «empatía» hasta el de a «marginalidad».

15 oct 2016 / 12:00 h - Actualizado: 14 oct 2016 / 09:16 h.
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  • En la fotografía de Bruce Davidson el acercamiento a la intimidad de lo retratado se suele hacer de una manera pactada. / El Correo
    En la fotografía de Bruce Davidson el acercamiento a la intimidad de lo retratado se suele hacer de una manera pactada. / El Correo
  • La fotografía de Bruce Davidson no es rígida o encorsetada, sino clarividentemente espontánea. / El Correo
    La fotografía de Bruce Davidson no es rígida o encorsetada, sino clarividentemente espontánea. / El Correo
  • Bruce Davidson cuida el detalle procurando no acercarse con su mirada a excesos sentimentaloides o falsas moralinas. / El Correo
    Bruce Davidson cuida el detalle procurando no acercarse con su mirada a excesos sentimentaloides o falsas moralinas. / El Correo
  • Bruce Davidson: Maestro del claroscuro fotográfico

Bruce Davidson logra lo que logra (y por eso es interesante esta muestra) gracias a una técnica fotográfica que juega con los contrastes de luz; y esto le hace ser no sólo un humanista por los temas que trata (que van apareciendo ante su lente con mayor o menor fortuna), sino por el modo en que lo hace, un modo en el que la identidad de los personajes y de él mismo es tratada con respeto y pudor, pudiendo ser mucho más explícita y exhibicionista, encontrando en estos planteamientos éticos sobre el acercamiento a la vida, no una fotografía rígida y encorsetada, sino clarividentemente espontánea. Al trabajar además en soporte químico sobre gelatina de plata, se ve emparentado con fotógrafos callejeros como Winogrand o la muy posterior Errázuriz. Sin embargo, estos dos ejemplos son más hijos que padres, llegando él a fijarse más en el mismísimo Henri Cartier Bresson (su trabajo sobre la línea o el encuadre al ojo así lo demuestra), Robert Frank o W. Eugene Smith, convirtiéndose en referente generacional a partir de ellos. El hecho de que cuide tanto la forma y la luz es debido a que el acercamiento a la intimidad de lo retratado se suele hacer de una manera pactada, pidiendo siempre el debido permiso, con educación, sin avasallar. Cuida además el detalle procurando no acercarse con su mirada a excesos sentimentaloides o falsas moralinas, lo que hace que siendo un contador de historias nato, no existe en su modo de hacer una invención dramática, sino que ese afán se deja ver en su desencantada mirada sobre la realidad que le rodea. Es curioso a este respecto cómo las fotos más logradas técnicamente son las que consiguen un efecto cinematográfico con un gusto especial por lo francés e inglés.

En Los Wall, serie pergeñada en 1955, ensaya durante el cumplimiento del servicio militar realizado cerca de la frontera mexicana con la que será su segunda familia de acogida allí, a saber John Wall y su esposa Kate; desde la monotonía y atemporalidad, retrata a una familia paupérrima afincada en la región de Patagonia (Arizona) sobre todo a un señor descansando o vigilando desde su coche. De esta serie destaca aquella en la que él tumbado y ella a su lado, se dan la mano, perfectamente enfocada en este punto, estas dos manos no dirían nada, sino es porque le vemos a él mirando al vacío, en una pose por la que se nos hace complicadamente simple saber en que piensa, sueña o aspira.

De 1956 es la serie La viuda de Montmartre, realizada al ser destinado a un campamento militar en Francia, durante cuyos fines de semana visitaba a Margaret Fouché, viuda de pintor impresionista. En una de las fotos la vemos dormitando pequeñita, mientras nos enseña un amplio ventanal de casa que da a un molino de viento. Tiene aspecto de ser más como una madre o abuela italiana, más que francesa; de este modo, la vemos sirviendo un chupito con un brazo que tapa su boca (Davidson lo volverá a hacer más adelante con otro de sus modelos), poniéndole flores a su marido ausente representado en un óleo o sentándose sola en el banco de un parque a mitad de camino entre una dulcificada pareja de novios besándose y un grupo de tres ancianos que leen el periódico.

El año de 1958 fue especial para Davidson por dos razones: su ingreso en la agencia MAGNUM y su visita los circos de Clyde Beatty en Nueva Jersey y de Duffy en Irlanda; el planteamiento de la serie El enano así lo hace ver, partiendo de la idea de no querer mostrar la típica vistosidad y proezas de sus protagonistas, sino su lado solitario más triste y amargo. En un principio, se centra en la vida de Jimmy Armstrong cuando deja de ser ese Little man que tantas carcajadas causa en otros. Lo vemos fuera de las carpas un día lluvioso apurando una colilla, en su diminuta cama en un camerino con literas compartido. Más adelante sabe sacarle aún más partida en la imagen con la mirada caída y los rasgos faciales marcados, mientras come en un restaurante un sándwich; esta imagen nos recuerda a Dominique Pinon, ese actor popularizado en las comedias de los 90 dirigidas por Jeunet y Caro; también lo retrata desenfocado y agudizando el grano de la película, apoyado en un mástil de la carpa. De 1967 son las instantáneas irlandesas en que se nos retrata a trapecistas, contorsionistas,... en lo que parece un grupo de personas más reducido.

En la serie Inglaterra, Escocia de 1960, utiliza una película hipersensible Ilford HPS con la que consigue mostrar cielos opalinos y nieblas melancólicas como las sugeridas por el cine de las capitales británicas. Especialmente interesante es la que logra con el reflejo de las lunas de un coche de miradas entre un señor con bombín y bigote y una mujer reflejada que camina por la acera con elegante sombrero y fino abrigo de piel. Retrata igualmente a una chica rubia de pelo corto que acaricia a un gato callejero y nos recuerda a Jean Seberg en Al final de la escapada de Godard. Disparadas en pueblos como Whitby destaca el retrato del desamor de un hombre que sostiene unas flores caídas mientras baja una escalera, o la de la pareja de abuelitos tomando café con sombrilla en lo que podría ser (el fuera de campo aquí nos hace imaginar) la orilla de una playa o la del típico escocés con kilt, fumando cerca de un castillo de Inveraray.

Tienen también gran interés sus imágenes realizadas en viajes puntuales por Italia, México, Chicago, Los Ángeles o España. De las italianas nos quedamos con ese picado sobre las casas bajas del pueblo siciliano de Lercara Fridi. La parte galesa, quizás más autóctona, dada la serie anterior, destaca por saber captar el instante en que uno de varios ancianos se moja la cabeza en una palangana. De México destaca la de la caza de un ave por un indiano, retratado aprisa de perfil en Oaxaca. En Almería siguió igualmente la marginación de un grupo de niños, destacando la foto en la que gracias a la sombra del fotógrafo, tapa su silueta del sol, pero no así uno de sus ojos, que no consigue el chico taparse del todo. De Los Ángeles destaca la de la mujer con extrañas gafas y un pequeño carro de la compra donde cabe a duras penas un cuadro o la tomada en la carretera de la señorita que anuncia precios de risa desde el arcén de una travesía a la ciudad.

Una de las series más complejas es Bandas de Brooklyn donde notamos especialmente el trabajo con el claroscuro gracias a que son modelos morenos de piel y al juego que dan los escenarios, como esa en la que dos amantes en un coche se abrazan o la del vehículo de servicio público en que cinco personas esperan desesperadas mientras vemos el cartel de prohibido fumar en la parte de arriba. Estos contrastes propiciados por el claroscuro saben hacerse especialmente gratos de mirar en las imágenes tomadas en la playa de Coney Island, son imágenes sugestivas que muestran el poder de una juventud más bella por lo que esconde que por lo que muestra; son imágenes difíciles de entender si no es desde la textura del blanco y negro (en otras de otras series no tiene por qué ser necesariamente así).

Parece que llegados a este punto de madurez la serie Tiempo de cambio de 1965 que muestra los movimientos por los Derechos Civiles de las comunidades apartadas, quizás llame la atención esa foto en formato más reducido en que retrata a tres damas negras vestidas de blanco, con una rosa cada una de ellas, sobre un velo que les cubre parcialmente la cara; y señalo esta foto y no otra por el hecho de que gracias al color de piel, a Davidson no le hace falta ni forzar la sensibilidad de la película ni jugar del modo en que requiere la no utilización del flash de mano, para conseguir lo que se propone. Llama la atención la del Ku Klux Klan tomada en Atlanta o la subserie entera dedicada a Selma (Alabama). Son fotos que para bien o para mal, marcaron una época, ofreciendo un gran valor testimonial y de riesgo.

De la serie dedicada a Harlem, Calle 100 Este, después de cultivar el desarraigo, consigue brindarnos una sonrisa con esa imagen que recuerda tanto al film de Jacques Tati Mi tío, en que una niña apoya sobre el quicio de una ventana su cabeza tratado de mirar en otro ángulo a un pajarillo enjaulado que tiene un espejito desde el que reflejar trinos de luz imaginarios.

Termina la exposición con cuatro series en las que el Metro de Nueva York, la Cafetería Garden, Central Park o diferentes parajes naturales vistos desde puntos de vista insólitos permiten adentrarnos en un epílogo necesario e igualmente sublime.