Teatro

«Carsi»: una oda al teatro vocacional

Eduardo Vasco rescata la figura de Felipe Carsi, un actor secundario que formó parte de la compañía de María Guerrero, para construir un espectáculo que a su vez es un homenaje al teatro de la vieja escuela. Repleto de comicidad y música y con el sello de calidad de Noviembre Teatro, gustó a los espectadores de Itálica por el oficio de sus actores.

07 ago 2021 / 15:07 h - Actualizado: 07 ago 2021 / 15:13 h.
"Teatro"
  • Foto: Rafa Núñez Ollero
    Foto: Rafa Núñez Ollero

Benito Pérez Galdós, Jacinto Benavente, Valle-Inclán, los Hermanos Álvarez Quintero o Pedro Muñoz Seca son algunos de los autores interpretados por Felipe Carsí (Valencia, 1843) entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Especialista en papeles cómicos y considerado uno de los grandes secundarios del teatro español, su primer reto fue eliminar la tilde de su apellido y convertirse en Carsi, demostrando así que iba a por todas en la profesión ya desde su juventud. Sin embargo, el valenciano no lo tuvo fácil, y en una España plagada de desigualdades y poca estima por la cultura —nada nuevo bajo el sol— hubo de batirse el cobre hasta convertirse en un intérprete «de clase media» y de este modo poder acceder a la compañía de su vida, aquella regentada por la célebre actriz María Guerrero y su marido Fernando Díaz de Mendoza, que le darían la estabilidad que buscaba. Junto a ellos, Carsi recorrería numerosos escenarios de España e Hispanoamérica, recibiendo miles de aplausos por sus papeles de «gracioso» y retirándose a una pensión cuando las fuerzas comenzaron a menguar. Fallecido en Madrid a la edad de 93 años, su nombre no destacó en los carteles ni figuró en las listas de premios, al menos hasta el siglo XXI, cuando un enamorado del teatro como es Eduardo Vasco, decidió escribir una obra en torno a él.

«Carsi»: una oda al teatro vocacional
Foto: Rafa Núñez Ollero

Así comienza la historia de Carsi, uno de los más recientes proyectos de Noviembre Teatro, que más allá de tomar la figura del actor levantino como base para su argumento, es un homenaje a la profesión con mayúsculas. Estrenado en el Teatro de la Abadía el pasado mes de febrero, y repleto de ingredientes que le permiten conectar con el espectador prácticamente desde el inicio, Carsi es un montaje que aglutina todas las virtudes de Vasco —sin lugar a dudas uno de nuestros mejores directores de escena—, sobresaliendo su gusto por los textos clásicos y su amor por la carpintería teatral, aquella que huye de lujos y aparatos escénicos y se centra en el discurso y la emoción. Asimismo, el espectáculo, que sedujo a los espectadores del Festival Anfitrión de las Artes Escénicas en la sede de Itálica por su excelente combinación de gags, música y diálogos brillantes, es una reflexión sobre lo efímero del teatro, algo que nace y muere en cada función, y de lo que únicamente queda el recuerdo. Y es que el Carsi de Noviembre Teatro no es el actor que sedujo a Guerrero y Mendoza en los estertores del siglo XIX, sino un personaje que reúne en sí mismo las características de otros actores históricos —desde Ricardo Calvo a Francisco Morano pasando por Carlos Latorre o Antonio Vico—, que gracias al libreto de Eduardo Vasco vuelven a cobrar vida de un modo entrañable. Solo por esa noble intención, poética y a la vez trágica, merece la pena disfrutarlo.

«Carsi»: una oda al teatro vocacional
Foto: Rafa Núñez Ollero

En cuanto al apartado artístico, que en Carsi brilla de manera coral, hay que reconocer el trabajo de los cincos intérpretes que se dejaron el alma en el Teatro Romano, en una noche cálida en lo meteorológico pero también en lo receptivo. Estos son Mariano Llorente, José Ramón Iglesias, Elena Rayos, Rafael Ortiz y Antonio de Cos, quienes, utilizando la técnica del «teatro dentro de teatro» dan vida a los integrantes de una compañía de la vieja escuela especializada en teatro clásico («Lope, Tirso y Calderón») que está atravesando una mala racha en lo profesional. Movidos por la ilusión de representar un texto perdido del Siglo de Oro, deciden contratar a un actor con caché que le otorgue proyección comercial al proyecto —una suerte de Bela Lugosi en manos de Ed Wood—, decantándose por el mencionado Carsi, que sin duda se halla en la «prórroga» de su carrera. Junto a él, este grupo de cómicos viven momentos inefables durante los ensayos, los cuales permiten descubrir qué se esconde más allá de las bambalinas y cuánto esfuerzo implica dedicarse al arte de Talía. En suma, Carsi es un ejercicio crítico repleto de comicidad que, más allá de las risas y los guiños al respetable, sirve para canalizar un mensaje humano y profundamente dramático en el que la dramaturgia posee el sello de calidad al que Noviembre nos tiene acostumbrados.