Teatro prácticamente lleno. Expectación y ganas de danza. El Teatro Real con todo preparado para arrinconar al SARS-COV-2 y lograr que la cultura siga con el latido duro y suficiente. Solo se pueden tener palabras de agradecimiento.

«Apollo» es la clara representación de la armonía entre lo que el clásico dios romano representaba (la luz, el sol, la verdad, la profecía, la música, la poesía y las artes) en conjunción con la fortaleza y la intensidad de un baile moderno y vigoroso. Alessandro Riga, un bailarín que desprende talento y unas líneas casi eternas al bailar, con fuerza y elegancia, nos arrastra hasta las emociones más intensas. Las musas (Giada Rossi (Terpsícore), Haruhi Otani (Polyhymnia) y Ana Calderón (Calliope)) -como él- vestidas de un blanco pulcro, recuerdan a tres plumas que destellan y desprenden un brillo particular. Cada una conserva su propia esencia, representando como marca la temática clásica: la retórica, la danza y la poesía. A medida que Apollo va instruyendo a sus musas, ellas obedecen a sus movimientos con dulzura y perfecta armonía. El ballet de George Balanchine es un primor que luce impresionante sobre el escenario. Los bailarines muy bien de técnica y de expresividad.

La música de Igor Stravinsky sonó con limpieza, sin atropellos. Manuel Coves logró sacar lo mejor de la Orquesta Titular del Teatro real de Madrid en todo momento.

Sin duda en este primer acto el espectador asciende a lo más puro, liviano y dulce aunque sin perder la energía y la firmeza por el camino. Porque nada es impostado y nada es eliminado.

La siguiente propuesta es completamente diferente. «Concerto DSCH». Shostakóvich, coreografía de Ratmansky. En el escenario catorce bailarines. La coreografía de Alexis Ratmansky remarca con solidez, casi a fuego, cada nota que sale del piano. El vestuario sobrio. Todo se tiñe de una emocionante demostración de pasión y drama. Los dinámicos juegos de parejas y tríos, narran una fábula, un mito, una fantasía. Excelente Gonzalo García. Destacó Giada Rossi por su plasticidad.

Tercer ballet. Cuando creo «White Darkness», Nacho Duato fue fiel a su forma de entender la danza; esa que rompe con todo lo clásico y ofrece una propuesta sincera pero atrevida, estridente y polémica.

«White Darkness» es una reflexión acerca de las drogas y el efecto que tienen estas en el comportamiento de las personas. Arena -simulando la droga- que cae del techo; arena que suena con el arrastre de los pies a lo largo de todo el acto, dibujando formas en el suelo. Ya no hubo luz, ni alegría, ni inocencia, sobre el escenario del Teatro Real. Sin embargo, en el juego de claro oscuros se percibe una fuerza en la trama que emociona con intensidad. El baile es más brusco, más áspero y desapacible. El escenario se convierte en un laberinto del que tienen que escapar los personajes, un territorio en el que si no eres capaz de entender lo que sucede te diluyes sin remedio. Se trata de un ballet enorme.

La Compañía Nacional de Danza gustó. Sobre todo el «Apollo» es para dejar grabado en la retina con sumo cuidado.