«Dejar de componer fue por mi parte una extravagancia»

El Centro Nacional de Difusión Musical ha encargado esta temporada una nueva obra a Manuel Hidalgo (Antequera, 1956). De esta forma resurge del silencio una de las voces más privilegiadas y extraviadas de la moderna composición española

27 oct 2017 / 16:52 h - Actualizado: 27 oct 2017 / 20:09 h.
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  • El compositor Manuel Hidalgo, en una fotografía de archivo.
    El compositor Manuel Hidalgo, en una fotografía de archivo.

«La música de Hidalgo es tan concisa, tan clara, que a muchos aterra» (...) «Música de enrevesada simplicidad, de incómoda comprensibilidad». En esos términos se expresa el compositor Nikolaus Brass al respecto de la obra de su colega, el andaluz Manuel Hidalgo. Ajeno a todo foco público y radicado desde hace décadas en Alemania, esta temporada visitará Badajoz para asistir al estreno de su nuevo Cuarteto de cuerda, un encargo del CNDM que interpretará el Cuarteto Gerhard. Esta conversación pretende ser una transcripción fiel pero necesariamente imperfecta de la conversación mantenida con Hidalgo, nombre esencial de la composición contemporánea.

–Volvemos a saber de usted gracias a este encargo. Es su tercera obra para esta formación instrumental tras Hacia (1980) y Streichquartett Nr. 2 (1993/94)...

–...No, no. En realidad sería el cuarto cuarteto. Hice un tercero al que no lo denominé como tal, una obra ocasional dentro de una colaboración con otros compositores. El título de esta nueva obra es Tierra ingrata. Justo cuando estaba empezando a recopilar material y a prepararlo, tarea en la que todavía estoy, falleció el escritor Juan Goytisolo. Hacía mucho tiempo que no lo leía pero de joven presté una gran atención a su obra. La ocasión me pareció propicia para releerle y me detuve en un trabajo que siempre he apreciado mucho, Reivindicación del Conde Don Julián (1970). Lo leí del tirón. Ahora tengo 61 años y volver a este texto me hizo darme cuenta de la enorme influencia que había tenido inconscientemente en mí. Me remito a una cita que tomo prestada y que aparece impresa al principio de este nuevo Cuarteto: “Ciñendo la palabra, quebrando la raíz, forzando la sintaxis, violentándolo todo”. En esta frase se condensa lo que yo llevo haciendo, en mi música, muchos años. Yo y otros compañeros compositores de ahora y de toda la historia, claro. Cada vez veo más evidente la gran similitud que existe entre el lenguaje hablado y el lenguaje musical... En fin, esta nueva composición, que durará, entre 15 y 20 minutos, y que se escuchará [el 7 de febrero de 2018 en la Diputación de Badajoz] en compañía del Cuarteto nº 2 de Roberto Gerhard y la Suite Lírica, de Alban Berg, me ha hecho muy feliz. Porque además es el primer encargo oficial de un organismo estatal español que recibo.

–En su primer cuarteto, Hacia, la impronta estética era claramente deudora de la música de Helmut Lachenmann. En su Segundo, su personalidad se impuso, amainando el carácter más experimental del primero. ¿Cómo suena Hidalgo hoy?

–Esa es una pregunta excesivamente periodística que me cuesta trabajo responder. Hace no demasiado Helmut Lachenmann escuchaba un ensayo de una obra mía, Muestrario de oraciones. «Es lo mismo de Manuel pero no es lo mismo», comentó. Claro, yo es que no puedo huir de mi propio lenguaje, de mi mundo sonoro, que es simple y complejo a la vez. Quien conozca varias obras mías creo que al oír este nuevo Cuarteto reconocerá que está ante Manuel Hidalgo. Y aparte de cómo sea, de cómo se juzgue, mejor o peor, creo que el resultado sonoro es diferente; estoy en otro momento.

–En su catálogo, editado por Breitkopf & Härtel, su última obra data del año 2000/01, el teatro musical Bacon. Han pasado prácticamente 17 años de relativo silencio, salvo algunas adaptaciones de obras clásicas. ¿Qué ha sucedido?

–Sí, ciertamente este Cuarteto va a ser la primera obra de música enteramente mía que yo acabe en muchos años. Le diré que perdí la ilusión por componer. Ahora debo varias obras, varios encargos, en Alemania y en España, que espero por fin atender. No diría que he recuperado la ilusión, simplemente he visto que dejar de hacer lo único que sé hacer, componer, es una tontería. Lo que me pasó fue que la rutina me apartó de los pentagramas y se me ocurrió la extravagancia de dejar de escribir. Ha sido un error.

–A pesar de todo percibo, y es una apreciación personal, que su figura es extremadamente bien valorada, aunque quizás poco conocida debido a la escasa difusión de su obra...

–Bueno, la realidad es que toda mi música se ha tocado, desde luego en Alemania, y algunas piezas también en España. Tengo la suerte de que mi obra es apreciada por unas pocas personas que la defienden. Y siempre he tenido encargos. Pero la realidad es que nunca me he metido en las ‘cortes’ musicales. No lo he hecho porque no sé moverme en esos círculos; hay personas que saben hacerlo muy bien, que son maestros en las relaciones públicas, yo no.

–¿Alguna vez ha sentido que la sombra de Helmut Lachenmann es alargada? A menudo se le tiende a señalar como el compositor español alumno del autor de Das Mädchen.

-Ni me ha molestado ni me molesta. La fachada de mis primeras obras, después de pasar por las clases de Lachenmann, es lachenmaniana; insisto, la fachada, lo exterior. Pero mi estructura musical nunca ha sido como la de él. A los pocos años de recibir sus clases comencé a hacer música más o menos propia. Somos muy buenos amigos. Que alguien se refiera a él para hablar de mi música es un elogio. Ojalá fuera mi música lachenmaniana, pero mi obra es más simple y más pequeña que las buenas obras de Lachenmann, que son únicas e históricas.

–Lachenmann dice que «la función del arte es irritar». ¿Ha tenido usted alguna vez la misma tentación con su obra?

–Lachenmann nunca ha tenido la intención de provocar y no le gusta que su música suscite reacciones adversas. Un día le dije después de un concierto en el que se interpretaba una de sus obras: ‘Parece mentira que tu obra irrite tanto todavía hoy’, suponiendo que ese carácter subversivo de su música le gustaría. Y sin embargo me dijo que hubiera preferido que el público hubiera permanecido en silencio. En lo referente a mi música, esta provocó algunas protestas hace muchos años. Hasta me pusieron una zancadilla en Donaueschingen después del estreno de Harto, zancadilla que felizmente logré evitar.

–Nunca ha dejado de realizar arreglos de obras clásicas, de darles nueva vida instrumental... ¿A qué se debe esa dedicación?

–Mi ocupación musical está también entroncada con la música que han hecho otros y, sobre todo, con aquellos compositores que estimo; de ahí viene que un día empezara a realizar arreglos. A la hora de adaptar, de presentar una música que no es tuya pero que valoras muchísimo, yo nunca he alterado nada; solo he hecho que esas mismas notas, sean las de la Gran Fuga de Beethoven o las de El arte de la fuga de Bach, suenen en otros instrumentos. Con esto además aprendo muchísimo. Además estas adaptaciones te crean la ilusión de que esas piezas fueran tuyas. No sé si volveré a hacerlas, ahora mismo no estoy en eso.

¿Está atento a las nuevas derivas estéticas de la composición actual? ¿Por ejemplo, se ve integrando la electrónica y el vídeo en alguna futura creación?

Es que eso que se está haciendo ahora no es nuevo, ya se empezó a hacer en las últimas décadas del siglo pasado. En 1983 cuando estrené la obra orquestal Harto en el Festival de Donaueschingen ya vi programado un concierto de jazz. No tengo nada en contra, pero creo que el jazz, como otras músicas, tienen su propio público y no hay que entremezclarlos. No me parece preocupante, pero no me interesa. Lo que sí me inquieta es que tanta mezcla en la creación musical impide discernir la obra que bebe de la tradición musical centroeuropea y la que deriva de lo popular. Es un mestizaje que no se entiende y que obedece más a una cierta campaña de marketing. Luego está el público de conciertos, que se parece cada vez más al turismo cultural, que prefiere oír cosas fáciles antes que obras estrictamente contemporáneas que proponen algo original o que, al menos, lo intentan.

–¿Le preocupa el futuro de su obra?

–No, en absoluto. Mi trascendencia personal y la de mi música me importan cero. Compongo porque es lo que sé hacer desde que tenía 14 años. Lo que sí puedo entender es aquel pensamiento de Beethoven: «La música es una revelación mayor que toda la sabiduría y la filosofía». Esto sí lo veo claro, que la música tiene un componente que a mí al menos me mueve y me remueve.

-Tanto que mencionamos a Lachenmann. Su catálogo, como el de él, parece tender a un esencialismo, como persiguiendo que solo estén en él las obras estrictamente necesarias.

El esencialismo es aplicable a Lachenmann, no a mí. Yo he hecho bastantes obras para vivir de ellas. Siempre he trabajado componiendo y he aceptado, no todo, pero sí casi todos los encargos que recibí en los años 80 y 90. Además, siempre he escrito muy rápido. No, lamentablemente en mi caso no es así.

¿En este momento le hace más feliz la reposición de su música o los encargos?

Yo es que prefiero que mi música no se haga en España a no ser que quien me lo proponga se comprometa con las suficientes horas de ensayos. Y si son buenos músicos, encantado entonces. Pero eso casi nunca se da. Por eso el encargo de este Cuarteto que estoy componiendo me entusiasmó tanto, porque lo va a tocar un muy buen grupo, el Cuarteto Gerhard. Ahora mismo quiero componer porque creo que no tiene sentido que siga esperando a que se me ocurra crear otro tipo de música.

-No hace falta tener conocimientos de psicología para señalar que quizá su mayor conflicto como creador lo mantiene con su excesivo perfeccionismo...

Meditaré sobre lo que me dice, pero siempre he pensado que en mí es mucho más importante el egocentrismo. La razón por la que dejé componer es porque nunca he buscado tener éxito, nunca lo he perseguido y desde niño lo he odiado. Yo en mi tierra, en Antequera, era un adolescente muy activo y mi padre, Antonio Hidalgo, era un cirujano muy conocido. No pude hacer muchas cosas porque, como le digo, era el ‘hijo de Don Antonio’. Tal vez por eso siempre he buscado dedicarme exclusivamente a lo que disfruto. Para lo único que de verdad sirvo es para componer.

–¿Se ha planteado volver de Alemania?

–Me vine a Stuttgart en 1976 porque con 20 años, tras dos años estudiando con Juan Alfonso García, yo ya no podía hacer nada más en Granada. Esa Granada no es que estuviera en el siglo XVIII, es que no estaba en ningún siglo. No había música alguna. Y me vine a Alemania como se vinieron muchos emigrantes españoles, con el pensamiento de que algún día volvería. Pero cuando vi que España no tenía solución cultural decidí quedarme. Si pudiera regresar, lo haría. Quisiera vivir donde se habla mi lengua.

–¿Es posible rastrear alguna huella andaluza en su música?

–No lo sé, es un asunto delicado. Eso es como cuando alguien dice que la virulencia sonora de Francisco Guerrero es deudora de su origen andaluz. Paco era un gran músico pero su obra no tiene nada de andaluza, esa fuerza la aprendió de Iannis Xenakis, y él lo hizo mejor que Xenakis, que fue original pero no era un músico de verdad. En mi caso yo soy antequerano, andaluz, español. Soy de dónde he crecido pero también de donde he vivido. Eso es importantísimo para el desarrollo de un creador. A mi padre le encantaba el flamenco, Mozart y Beethoven. Y con seis años me puso a estudiar guitarra clásica y, luego, guitarra flamenca. Ese bagaje está ahí, cómo no.