El Duero en forma de ballesta

Hacía tiempo que me apetecía conocer la ciudad de Soria. El año pasado pasé cerca, estuve un par de noches en El Burgo de Osma. A pesar de las mascarillas recuerdo que la gente se paseaba por la plaza Mayor atestada de terrazas de bares. Me fui pensando en volver. No a todos los lugares se desea regresar. El deseo es un aroma que empuja a vivir de nuevo

05 ago 2021 / 10:59 h - Actualizado: 05 ago 2021 / 11:10 h.
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  • Imagen del río Duero. / Fotografías de Concha García
    Imagen del río Duero. / Fotografías de Concha García

Soria es una ciudad pequeña, con muchas calles en pendiente. La parte antigua es más transitable. Todavía se conservan escaparates de ropa o de alimentación genuinos. Es un placer sentarte en la Plaza Mayor para ver pasar a la gente, con sus edificios llenos de arcadas. El ayuntamiento es prueba de ello. Seducida por la Fuente de los Leones y el Palacio de doña Urraca, tras de mi estaba la iglesia de Santa María la Mayor donde se casaron Antonio y Leonor. Te puedes hacer una foto junto a la novia, han representado la escena de la boda como reclamo turístico. Un grupo de niños jugaba a dibujar lo que veían a su alrededor. Pero yo fui a Soria porque quería conocer también los lugares donde pasó cinco años Antonio Machado, de 1907 hasta 1912. Seguir las huellas de quienes admiramos y respetamos da continuidad a las vidas que merecen ser recordadas. Hay tantos poemas de Campos de Castilla -escrito durante su estancia en Soria- que reflejan la ruindad del ser humano, como bellas y emotivas imágenes del Duero y sus alrededores, y también de sus gentes humildes. La memoria de quien se detiene a percibir el mundo carece de tiempos, los hueles como un aroma que te llega, te deleitas. En estos momentos de tanto desprecio a la naturaleza -creo que más que nunca- de tanta insolencia ejercida por los políticos, de tanta riqueza para los más ricos- y casi sin poetas que lo expresen. La mediocre poesía que se publica en la actualidad, no le alcanza a la sombra de cualquier poema de Machado.

El Duero en forma de ballesta

Leonor Izquierdo solo tenía 16 años cuando se casaron. Las derechas locales provocaron un escándalo en la iglesia el día de la boda, y luego sometieron a los novios a una cruel cencerrada. Los poemas marcan rutas, siempre lo he dicho, no existe elixir más verdadero que la palabra en el tiempo y en el espacio. A Machado no le gustaba lo barroco, demasiados conceptos que no servían para nada, solo para adornar y darle bombo al poeta.

No sabemos casi nada de Leonor, murió demasiado joven. Sí de Guiomar, la eterna amada de Machado. La amada que no le permitió darle ni un beso, la amada que jugaba con él al escondite, la amada casada y con hijos y una buena situación económica . No hay mujeres iguales. Por qué Machado anduvo tanto tiempo enamorado de Guiomar, es decir, qué goce le producía verla en la fuente de la Moncloa o en los cafés de Cuatro Caminos casi a escondidas. Pero me estoy yendo del viaje a Soria.

El Duero en forma de ballesta

Me encontré con el Olmo del poema, rodeado de una verja para protegerlo, frente al pequeño parque donde había un edificio de cuatro plantas. En el balcón del entresuelo, una mujer de unos ochenta años miraba hacia el olmo enrejado y seco . Estaba sentada y me transmitió la paz que a veces anhelo. Ella y el olmo recorrieron mi imaginación y me sentí partícipe del momento. El camposanto del Espino estaba cerca, allí donde estaba enterrada Leonor. Un cartel con su hombre y una flecha te indicaba donde estaba su tumba. Machado no quiso quedarse cuando ella murió de tuberculosis, la enfermedad contagiosa de aquellos años. Fue a parar a Soria para dar clase de francés ya que no podía aspirar a otras cátedras pues no tenía estudios superiores. Paradojas. Los estudios superiores los hizo tiempo más tarde, para poder acercarse a Madrid con mayores posibilidades de promoción.

Recuerdo la subida hasta la Laguna Negra. Dejamos el coche un poco antes del camino que te llevaba hasta el lugar. Cuando Machado realizó esa excursión, se necesitaban dos días a caballo y en coche antes de la subida a pie. Situada en las alturas de la Sierra de Urbión, nos encontramos con un espectáculo hermosísimo. Se trataba de un glaciar. El sonido, así como el movimiento de aquel agua verdosa paralizaban los calendarios. Reflejar el tiempo en la palabra, fue uno de los grandes logros de la poesía de Machado, y allí se sentía con toda intensidad, en la Laguna Negra.

Machado estuvo en Francia para atender un curso con el filósofo francés Henri Bergson, a quien admiraba. En ese viaje fue cuando Leonor se puso enferma, y Rubén Darío, que vivía en París, ayudó económicamente a la pareja para su regreso.

También, pero quizás menos, se percibía el tiempo en el camino hacia la Ermita de San Saturio, donde el Duero adquiere forma de ballesta, según su verso de A orillas del Duero. Flanqueado de álamos con los troncos atravesados de corazones de gente enamorada, el Duero brillaba también verdoso. Disfrutaba de estar casi solas por aquel lugar casi mágico para quien vive en una ciudad grande como Barcelona, donde ya no queda casi nada de lo que fue, solo se mantiene aquello que es rentable para el turismo, lo demás, cae y cae. No hay más que caminar un poco por cualquier barrio para verte atravesada de patines, bicicletas, orines de perros, persianas de negocios pintarrajeadas así como otros que no cierran, exhibiendo botellas de licor en sus escaparates a toda hora. Barcelona es una metáfora de la ciudad que agoniza de su éxito pasado. Pero regresemos al paseo. A lo que evoca. Machado decía que «Si miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo externo pierde en solidez, y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer que no existe por sí, sino por nosotros. Pero si, convencidos de la íntima realidad, miramos adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es nuestro mundo interior, nosotros mismos, lo que se desvanece».

Antonio Machado regresó a Soria veinte años después, en 1932, porque lo nombraron hijo adoptivo de la ciudad, el acto se celebró en la entrada de la Cueva de San Saturio. No quiso pasar la noche, se fue inmediatamente, ni siquiera visitó la tumba de Leonor. El tiempo no pasa para el dolor.