El filo de la navaja

Fue este uno de los grandes éxitos literarios de Maugham que, cultivando un estilo mixto entre lo que por entonces se consideraba comercial y lo literario, convenció al gran público y aún hoy lo debería seguir haciendo

04 jun 2019 / 22:24 h - Actualizado: 05 jun 2019 / 10:52 h.
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  • Portada de ‘El filo de la navaja’. / El Correo
    Portada de ‘El filo de la navaja’. / El Correo

La presente novela (no existía la autoficción en la época en la que se escribió si bien hoy podría ser un buen ejemplo) narrada por el propio autor devenido en personaje (que se cultiva a través del conocimiento, las asechanzas y visión del mundo, del multimillonario Elliot para definirlo como personaje) no sólo fue escrita en 1944 por el autor más leído y rico de su época, sino que su figura alcanza la dramaturgia, el cuento y la poesía, además de la novela, alcanzando altas cotas de popularidad y esplendor tanto fuera como dentro del gremio estadounidense. Una serie de escritores que llevaron igualmente su acervo y tramas a una Europa vanguardista, como así lo hizo, por ejemplo, el mejor Scott Fitzgerald y donde el autor de El filo de la navaja, Somerset Maugham, demostró no sólo sus dotes para ser adaptado al cine (dos veces lo fue este The razor’s edge: en 1946 con Tyronne Power y Gene Tierney; y en 1984 con Bill Murray y Catherine Hicks en el reparto principal) sino para entretener y mostrar la vida de acaudaladas e infelices familias durante la segunda posguerra mundial, así lo demuestran.

En su día la crítica internacional destacó sobre todo la función dramática y el pasado de Larry Darrell, un adinerado adán que, primero tratando de auscultar la Historia de la Psicología de William James, y después viviendo un romance con Isabel, una ambiciosa gran mujer que no soporta sus ademanes perezosos y que se acabará casando con el bueno de Gray sin quererlo, dándole este dos hijas, nos va cautivando.

A través de su recorrido novelesco, Somerset trata de ver si Elliot, una suerte de padrino de todos ellos, es o no de fiar como personaje y sólo en una entrevista final con Larry en la que descubre a dos mujeres, la diletante convertida en pintora parisina Suzanne y la desgraciada Sophie, con problemas de drogas, que explican la primera visión vital que Larry mantiene, y en la que es capaz a su vez de esclarecer puntos básicos de la trama, conseguiremos arrojar algo de luz sobre el asunto.

No estamos pues ante una novela negra como pudiera sugerir el título, pues el tono utilizado es el del melodrama romántico, una historia en la que los ricos también lloran sobre todo si sus amistades son superficiales. Esta búsqueda de sí mismos a través de lo material no nos parece hoy más que una agradable premisa a través de la que se conocen unos a otros sin demasiadas honduras.

Novela sentimental y romántica en el sentido a veces hasta decimonónico, existe en su subtexto cierta fatalidad no sólo en un Larry que con tal de no disfrutar acaba cogiendo trabajos de cualquier cosa (desde camarero de cruceros a otros oficios en los que se pide gran habilidad física) sino en los demás actantes que parece que muchas veces se juntan sólo para comentar sus supuestas extravagancias.