La eventualidad de una mulata, sugerente y travestida, que se presenta en cada uno de los actos de la Bienal de Arte de La Habana para sembrar la curiosidad, la polémica, o la ironía entre los asistentes a la misma, adquiere en la ciudad caribeña unas connotaciones especiales.

Miss Bienal de La Habana es el avatar elegido por el artista visual Luis Manuel Otero Alcántara -con una larga trayectoria de provocación- para su penúltima acción. Hay que darse cuenta de que el hecho transformista presenta características particulares en Cuba, y no tiene la misma recepción que en esta Europa atestada de drags, divas, y mujeres barbudas. Aquí el fenómeno se ha banalizado, especializándose en creaciones de marketing y construcciones identitarias, mientras que allí, el transformismo en general continúa muy vinculado a la marginalidad sexual, a la purga de los intelectuales y los artistas iniciada con el Congreso de Educación y Cultura de 1971, y al acto violento de enfrentar a una sociedad machista. El hombre vestido de mujer, sea cual sea la causa de ese vestido, todavía escandaliza, molesta e hiere.

Pero la performación va mucho más allá, es más astuta, el artista quiere simbolizar con su outing la prostitución del mundo del arte –en donde TODO tiene un precio-, y de los mismos símbolos de la cubanidad, el máximo de los cuales es la mulata de rumbo.

La aparición de la hembra semidesnuda se ha convertido en algo tan entrañable –o tan trascendente por su simbolismo- como un aurresku delante de un caserío vasco. La mulata sale contoneándose como serpiente entre barbudos, militares, y discursos, en la celebración del año nuevo mientras se escucha el himno nacional. La mulata emerge bailando al terminar un sesudo congreso académico, para estupor del ministro de cultura iraní, al que se le salen los ojos de las órbitas. Ésta mulata se apropia de los escenarios de la Bienal para que los turistas se fotografíen con ella, poniendo en evidencia el paradigma. Dando la bienvenida a la época de los cruceros, preguntándose –como hicieron los taínos en su ingenuidad- ¿Qué va a pasar después?

Su anterior acción fue llenar algunas calles de la capital con carteles publicitarios que anunciaban que «por aquí no pasó el Papa», poniendo el foco sobre el lifting al que se sometió La Habana ante la visita del pontífice, avenidas limpias, asfaltadas, ordenadas, en una de esas operaciones propagandísticas con las que los políticos han intentado esconder sus vergüenzas siempre. Toda la reflexión a la que mueve este acto de guerrilla urbana –que imaginamos transportado a la Valencia de la Gurtel, en donde los afiches señalarían los únicos lugares donde nadie robó nada- se sintetiza en una de las fachadas en la que se prendió un pasquín y que se derrumbó ante la mirada celular de los vecinos.

Son admirables el tesón, la voluntad política, y la vocación auténtica que demuestran estas actuaciones, sobre todo teniendo en cuenta las escasas posibilidades que tienen los artistas de rentabilizar sus obras en Cuba y poder vivir de su arte. Aunque diremos también que produce envidia el prestigio de la cultura entre la gente corriente, las diferentes ventanas, galerías, muestras, y posibilidades de compartirlo y respetarlo, que si bien son asistidas por la cooperación exterior de países como España, Francia, o Noruega, no dejan de ser uno de los frutos dulces de la Revolución, madurado tras muchos otros descartados, amargos y podridos. La propia Bienal de Arte Contemporáneo, el Festival de Nuevo Cine Latinoamericano, el de Jazz, la Feria del Libro.

Para conmemorar los 400 años del hallazgo la Virgen de la Caridad del Cobre, Otero emprendió una peregrinación desde Santiago a La Habana, arrastrando una imagen gigante de papel maché. Pretendía recoger en su camino peticiones para el santuario, y dinero para los damnificados por un ciclón, en lo que era también una vuelta de tuerca sobre temas esenciales de la cultura cubana. Era por supuesto un acto de provocación, una gran burla. El papel de la religión y la ostentación del hecho religioso, la resonancia del sincretismo afrocubano, la intervención en el espacio público, y la capacidad de las autoridades para controlar, comprender y gestionar la diferencia, convirtieron aquel viaje en una cosa berlanguiana -sarduyesca diríamos mejor aquí- Fue detenido a mitad de camino, encarcelado, requisados sus óbolos y la propia imagen, conminado a no continuar con una acción que nadie entendía y que por eso mismo devenía peligrosa, como lo es siempre la ignorancia. El asunto terminó en prolijas burocracias caribeñas, descripciones desquiciadas e infinitas enumeraciones, seguidas por legajos jurídicos y referencias legales, que lo convirtieron en un monumento a lo grotesco del comportamiento humano en su afán de regular, y al poder de la provocación.

Otero tiene otra obra menos efímera y muy interesante, que sigue la estela de artistas como Elso Padilla, Tania Bruguera, o en cierta forma Alejandro Aguilera, trabajando con materiales orgánicos y tradicionales en la creación de ídolos modernos, de iconos contemporáneos impregnados siempre de la ambivalencia de las relaciones culturales con el gigante del norte. Sus esculturas de Batman, de Superman, son notables, lo es una Estatua de la Libertad que estuvo en el Malecón, un regalo de Cuba a los Estados Unidos que aguarda en el taller del artista su solemne y demorada entrega.