Nueva Pompeya y el tango

La crisis económica asola Argentina. Otra vez más. Sin embargo, aunque las personas deambulan por las calles en busca de trabajo, todavía existen rincones que merece la pena conocer

19 sep 2019 / 22:29 h - Actualizado: 19 sep 2019 / 22:46 h.
"Viajes"
  • Fotografías de Concha García
    Fotografías de Concha García

Cerca del Riachuelo, al sur del barrio de Boedo de Buenos Aires, hay un barrio llamado Nueva Pompeya. Suelo viajar atraída por los topónimos de los lugares. Pompeya tiene nombre de ciudad arrasada por el Vesubio, pero en realidad en Buenos Aires llega a través de un religioso napolitano, Bartolo Longo, que escuchó una voz en el valle de Pompeya que le dijo que si propagaba el rosario sería salvado.

La Iglesia del Rosario de Nueva Pompeya construida en 1900, ocupa una manzana entera, no ha sido reformada en todo este tiempo, lo que le otorga un aura especial que atraviesa los años.

El 15 de setiembre de 1885 se inauguró la capilla, originalmente ubicada en la calle Enrique Ochoa al 300, bajo la advocación de la virgen del Santísimo Rosario que se venera en el valle de Pompeya (Italia), razón por la que el barrio fue denominado como Nueva Pompeya.

Nueva Pompeya y el tango

La arquitectura neogótica me llena de admiración. En el interior había dos personas durmiendo sobre los bancos, algunos feligreses andaban concentrados orando ante sus vírgenes porque dentro del templo hay varias, la Virgen del Rosario de Pompeya, la de Itatí, la de Copacabana, la de Guadalupe y la Aparecida. Los vitrales son originales, algo oxidados los marcos de origen alemán; representan quince misterios; en el centro del patio hay un monumento de la virgen de Pompeya del que mana una fuente que algunas personas utilizan para llenar botellas de agua milagrosa. Anduvimos por un pasillo que nos llevó a una serie de oficinas, una era para los matrimonios y bautizos, - en esta iglesia fue bautizado Maradona cuando tenía un año-, en otra se hallaba un confesionario, el sacerdote estaba sentado junto a una mesa de madera, esperando que alguien entrase. Era un hombre alto y entrado en años, vestía una túnica y su rostro reflejaba un alma apacible. Quienes rezaban se concentraban ante las imágenes de diversos santos, somos seres con muchas necesidades, alguna vez alguien escuchará los ruegos. Tanto silencio contrastaba con el exterior. La Avenida Sáenz adueñada de líneas de autobús que salían hacia la provincia, dejaba una serie de ruidos estruendosos, a lo lejos vi el puente Alsina, una extrañeza neoclásica bajo la cual miles de automóviles pasan cada día.

Nueva Pompeya y el tango

En Pompeya nació el tango. Casi todos los porteños conocen la estrofa de Sur, del gran letrista y poeta Homero Manzi (1907-1951): Pompeya y más allá la inundación. La letra es certera, cortante, melancólica. Sur... paredón y después...Sur... una luz de almacén.../Ya nunca me verás como me vieras/,recostado en la vidriera/y esperándote/,ya nunca alumbraré con las estrellas/nuestra marcha sin querellas/por las noches de Pompeya.

El tango nació bailado entre hombres en este lugar, a orillas del Riachuelo Matanza. En los años treinta comenzaron a ser bailados entre hombres y mujeres. Casi nada evoca el barrio obrero que fue donde se juntaron emigrantes de varias naciones europeas. El ambiente no te retrotrae al pasado, sino a un presente duro, de pobreza, de gente triste que se busca la vida como puede, se amontonan minúsculos negocios donde venden todo tipo de objetos y alimentos. Con la crisis que asola Argentina de nuevo, cada vez hay más gente sin trabajo por las calles. En el interior de una antigua farmacia todo estaba colocado como si el tiempo no hubiese pasado: las vitrinas que exponían cremas y medicamentos, los dos mostradores de madera, el techo alto y abovedado. La farmacéutica me dijo que no tenía crema labial fabricada en Argentina, solo una marca estadounidense que rechacé.

Nueva Pompeya y el tango

Caminamos por una avenida donde hubo fábricas hasta que llegó la crisis en los años noventa. Iba con las poetas Teresa Arijón y Bárbara Belloc. Trataban mis amigas de reconocer la pizzería donde comía con su padre una de ellas, cuando iba a buscarlo a la fábrica. Anduvimos atravesando más calles hasta que nos encontramos con la Colonia Obrera, nos sorprende la torre que se alza, casi en ruinas, en medio del barrio. El primer anillo de casas que rodea a la torre queda separado del segundo por un pasaje peatonal. Nos acercamos a una mujer que barría la vereda frente a su vivienda, nos explica que allí se han filmado películas porque la torre de cuatro pisos tiene un mirador y cuatro relojes, ninguno funciona, y en la parte inferior una gruta con la virgen a la que adoran. Se trata de un barrio con 96 viviendas de una planta, algunas protegidas con enormes rulos de alambre puntiagudo, otras parecen abandonadas, nos adentramos a recorrer el barrio y el silencio nos hace escuchar nuestros pasos y ladridos de perros cercanos. Todavía hay vida, pero es una vida mucho menos solidaria entre vecinos que no se atreven a cruzarlo de noche. Fue fundado por una colonia laica católica hace más de 100 años. Es hermoso el barrio, pero se está deteriorando sin que nadie se ocupe de rehabilitarlo, nos alejamos y llegamos hasta la plaza donde vemos una calesita (tíovivo) que conserva aún los autos de hierro, caballitos, tanques, ciervos... El reverso del tiempo, que se queda instalado en detalles como estos, me conmueve. Hay demasiada pobreza. La calesita más antigua es la de Pompeya instalada en 1939, ahora es Patrimonio Cultural de la Ciudad.