Sexo en tiempos de los césares

En «Roma, un día hace 2000 años», Germán Moldes nos descubre la cara B de la civilización que más influyó en las costumbres de Occidente. Un recorrido apasionante que incluye moda, ocio, amor y mucho, mucho sexo

06 jun 2020 / 12:30 h - Actualizado: 06 jun 2020 / 12:36 h.
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  • Detalle del mosaico ‘del bikini’ en la Villa romana del Casale (Sicilia). / El Correo
    Detalle del mosaico ‘del bikini’ en la Villa romana del Casale (Sicilia). / El Correo

«Muchachas públicas, celebrad el poder de Venus: Venus favorece las ganancias de las que hacen profesión de sus encantos. Pedidle, ofreciéndole incienso, la belleza y el favor del pueblo; pedidle el arte de la seducción y de la gracia». Estas palabras, salidas del ingenio de Ovidio, bien pueden servirnos para glosar la imagen que encabeza estas líneas, y que no es otra que el mosaico «del bikini», pieza única datada entre los siglos II y IV d.C, que se ubica en la Villa romana del Casale (Sicilia). Descubierta por Gino Vinicio Gentili en 1950, su extraordinaria conservación, y sobre todo el curioso motivo que representa, lleva décadas despertando la imaginación tanto de expertos como de aficionados a la historia, quienes no se ponen de acuerdo sobre la identidad de las señoritas y el porqué de sus poses y atuendos. Es cierto que, a primera vista, la pieza parece ilustrar una sesión de entrenamiento de jóvenes deportistas, las cuales se ejercitan con pesas, pelotas y lanzamiento de disco. Inclusive una de ellas luce su corona y su laurel de la victoria, lo que llevaría a pensar en algún tipo de competición atlética. Esa es, de hecho, la interpretación más recurrente. Sin embargo, una reciente publicación se aleja completamente de esta posibilidad y apuesta por algo mucho más original y atrevido. Nos estamos refiriendo al último libro de Germán Moldes, Fiscal General en Argentina, cuya pasión por Roma le llevó a publicar en 2015 un trabajo sobre algunas de sus mejores iglesias —la primera tirada voló en pocos días—, y que ahora retorna con fuerza para hablarnos de la vida cotidiana en tiempos del Imperio. Bajo el título «Roma, un día hace 2000 años» (Crítica), el bonaerense abandona los lugares comunes, huye de tópicos y datos manidos, y se zambulle en las cloacas de la civilización para ofrecernos una visión inesperada de los inventores de los acueductos, el hormigón y las calzadas.

Sexo en tiempos de los césares

Togas, juegos y travestis

El sugerente paseo —porque Moldes ha concebido su libro como una divertida tournée por los aspectos más prosaicos de los emperadores y sus súbditos— arranca con la estética, el ocio, la vestimenta y el peinado que usaban los descendientes de Rómulo y Remo. Una auténtica declaración de intenciones, que revela chismes como el valor de las joyas lucidas por Lollia Paolina, mujer de Calígula; cómo eran las alianzas que se intercambiaban los recién casados; qué materiales usaban para depilarse; o de dónde proviene la palabra «perfume». Pero la cosa no acaba aquí, y además de descubrirnos quién inventó la primera mascarilla facial, o cuál era la edad mínima para lucir toga, Moldes rebusca hasta ‘en los cajones de la cómoda’ para describir la ropa interior de la época (nada sexy, por cierto). También nos habla de la educación —en contra de lo que se piensa, las niñas acudían al colegio en tiempos de Tito Livio—, de los deportes —ya existían la esgrima, los juegos hípicos, así como un antepasado del rugby llamado «harpastum»— y hasta de la obra de teatro que batió récords en la cartelera (ríanse ustedes de «La Ratonera» de Agatha Christie). Aunque, sin duda, lo que más llama la atención es la parte dedicada al sexo, donde el autor se muestra tan desinhibido y locuaz que cuesta creer que estemos ante un libro de historia. Baste como ejemplo una sentencia tomada de Séneca acerca del sujeto pasivo: «En un hombre libre es un crimen; en el esclavo, una obligación; en el liberto, un servicio». Frase que sirve de preámbulo a un repertorio bizarro donde el escritor describe los tipos de prostíbulos que se desperdigaban por Roma (la palabra «fornicar» tiene su origen en las casas de lenocinio); la expansión del «vicio griego» entre las clases adineradas; la pasión de Nerón hacia un travesti llamado Sporus; o la historia de un peluquero especializado en «molles» («hombre que se rasca la cabeza con un dedo», según Juvenal).

Rosas a la diosa Venus

Dicho esto, no debe sorprendernos que, para el autor argentino, las precursoras en el uso del bikini no fuesen gimnastas sino señoritas de vida alegre, las cuales estarían retratadas en alguna de las fiestas romanas anuales. Caso de las «Saturnalias», que tenían lugar en diciembre, o durante los cortejos que homenajeaban a Flora, antigua divinidad itálica de los frutales, las flores y el vino, que se ubicaban en el mes de abril. Estas últimas eran fiestas «famosas por su licenciosidad», y en ellas las prostitutas tenían un papel más que destacado. Según el argentino, «algunos solían atreverse a cosas que jamás hubiesen hecho el resto del año, desde vestir ropas osadas y multicolores que representaban la policromía de las flores del campo, hasta copular a la luz del día con cualquier muchacha que alborotaba por ahí en tren de diversión y algarabía». Ese día las prostitutas ofrecían rosas a la diosa Venus, las noches se iluminaban de antorchas para prolongar la diversión «y se bebía menta en la convicción de que poseía cualidades afrodisíacas». Asimismo, la festividad primaveral incluía espectáculos, por lo que «la muestra de habilidades atléticas de las chicas del mosaico bien podría ser uno de ellos». Pero aún hay más. Moldes señala que uno de los momentos más esperados de la cita era «una suerte de striptease en el que danzaban las mujeres», que solían concurrir a la fiesta cubiertas con una sugerente superposición de gasas transparentes y, a pedido del público, «dejaban caer esos velos uno a uno, entre un griterío entusiasta».