Un vino con... Manuel Domínguez

Director del Hotel Doña María de Sevilla

Manuel Domínguez.

Manuel Domínguez. / Carlos M. Montero

Carlos M. Montero

Vuelven a estas líneas mis artículos «Un vino con...» y no podían volver de cualquier manera. Había que hacerlo a lo grande. Con uno de esos personajes que es todo un emblema dentro de su sector y de la propia ciudad. Un auténtico maestro de la vida en funciones. Mi Maestro, así, con mayúscula.

He quedado en la preciosa terraza del Hotel Doña María, que él dirige. Desde aquí, la Giralda, con su esbelta silueta, parece que se va a abalanzar sobre nosotros. Nos hemos sentado. Hace un tiempo fantástico. Los primeros instantes son de silencio. Las vistas no te dejan articular palabra. Entre bromas, Manuel pide un Yllera blanco fresquito, ideal para el calor que hace, a pesar de estar a principios de año, y empezamos nuestra entretenida charla, supervisados por una de las mejores vistas de la ciudad.

Domínguez es todo un caballero. Si buscan en Internet esta palabra, “caballero”, seguro que aparecerá una foto suya. Un señor de pelo blanco y tremendamente carismático que mezcla sabiduría y simpatía a partes iguales. Su presencia en cualquier evento no pasa desapercibida. Nacido en el mítico Puesto de los Monos, en la antigua maternidad de Virgen del Rocío que estaba ubicada por aquel entonces en la Avenida de la Palmera, Manuel es el pequeño de cuatro hermanos. Su padre, Don Eloy, era un funcionario recto y honesto, y su madre, Doña María, una hacendosa, bondadosa y afable ama de casa que recibieron a mi invitado tarde, pero no por eso dejó de ser un niño tremendamente deseado y querido. De las virtudes que destaca de sus progenitores, Manuel las ha heredado todas y al completo.

La lima y el tenis con raqueta de palo eran los juegos de infancia de un niño feliz que vivía en El Cerro y que, caminando, iba todos los días hasta el colegio Altair. Es aquí donde descubre una de sus aficiones: caminar. No por la parte física, que también, sino por los momentos de reflexión que conlleva estar reunido consigo mismo durante un buen rato. Horas quizás. Lo que dure la caminata. Tal es esta afición que ha desarrollado por esta actividad que ha realizado en varias ocasiones el Camino de Santiago, que conoce al dedillo, hasta el punto de proponerse establecer una ruta alternativa a las ya establecidas.

Manuel ha desempeñado su actividad profesional según le iban llegando las oportunidades. Ha vendido faldas escocesas, servido hamburguesas en un McDonald´s en Alemania... y todo para poder complementar su carrera de Turismo con idiomas, experiencia de cara al público y sentido común. Tres cosas que me indica son vitales para ser un buen director de hotel, además del incuestionable cariño por la profesión. La puesta en marcha Don Polvorón en Estepa, una de sus primeras aventuras profesionales, puede ser un ejemplo de eso. Me cuenta que, fruto de la casualidad, fue el inventor de las Papas Arrieras. Una mañana complicada de viaje a la costa onubense, una cocina ya casi cerrada y el fallo a la hora de comandar de uno de sus camareros, hicieron posible que este plato viera la luz, popularizándose en este espacio de la A-92 y corriendo como la pólvora por los restaurantes de Estepa en primer lugar, y de Sevilla y España posteriormente.

Amante de los perros, siente predilección por los San Bernardo. Orgulloso padre, habla con enorme cariño de sus tres hijos. Carlos es el director del Hotel La Malvasía en El Rocío, Laura gestiona eventos en el Giralda Center y María trabaja en la banca privada. Los tres bajo el recto camino que Lola, su madre y esposa de Manuel, les iba marcando.

Y aquí llega Lola. Lola merecería un artículo para ella sola. Ella era la mujer de Manolo. Una mujer carismática y camaleónica, con extraordinaria habilidad para mimetizarse con las circunstancias que se dieran en cada momento en la vida, en buena medida por el amor que le profesaba a mi invitado. Igual departía amistosamente con el alcalde de turno, que realizaba las tareas de la casa de forma sencillamente magistral. Encargada de capitanear el barco familiar al destino que marcara Domínguez, fue pilar de su vida. Pilar y faro. Una vez finalizada su labor por aquí abajo, que culminó con la formación de una feliz y unida familia, Dios decidió reclamarla al espacio de donde venía, del Cielo, y recuperarla como flamante fichaje de invierno para su escuadrón de ángeles para que organizara un poco las cosas por allí arriba. ¿Quién mejor que ella? De todas formas, Lola no se ha ido del todo y no se irá nunca. Sigue presente en la vida de Manolo, pero el palo ha sido enorme, no cabe duda. Ahora le toca a él mandar destino y capitanear el barco, las dos cosas, pero ya con Carlos, Laura y María como grandes marineros y apoyos vitales. Guárdenme un secreto. Se le cae la baba hablando de ellos.

Se termina el tiempo de mi entrevista, pero afortunadamente no el tiempo de estar a su lado. Desde que le conocí, siempre digo que, “de mayor, me gustaría ser como Domínguez”, así que seguiré aprendiendo de uno de los mejores profesionales del sector que tenemos en nuestra ciudad y que tuve el privilegio de que se cruzara en mi camino. La vida continúa y Manolo no es un tipo que se arrugue con facilidad. Al contrario. Se crece ante la adversidad. Domínguez es de esos jefes que no les hace demasiada gracia estar en las trincheras, prefiere la primera línea. Si le das a elegir entre esconderse o salir con el fusil a por el enemigo, no les quepa duda de que optará por la segunda opción. Ejemplar profesional y ejemplo a seguir, posiciona la ciudad allá donde va y, en los eventos nacionales e internacionales en los que participa Sevilla, créanme si les digo que el turismo de la ciudad no puede tener mejor Embajador.