Queipo fuera: la profecía de Miguel Hernández se ha cumplido hoy
Con la salida de los restos del general franquista responsable de la muerte de 45.000 víctimas durante la guerra civil se cumplen algunas de las más bellas profecías poéticas de la Generación del 27
Álvaro Romero
El destino quiso que el general franquista Gonzalo Queipo de Llano naciera en Tordesillas (Valladolid) el mismo año que el maestro don Antonio Machado nacía en aquella Sevilla donde maduraba el limonero de 1875. El militar franquista, sin embargo, luego tan destinado a Sevilla, duró algunos años más que el autor de Campos de Castilla, y desde luego no murió como un perro expulsado de España, en las postrimerías de la guerra civil, evocando aquellos días azules y aquel sol de su infancia, sino en 1951, el año en que también murió Pedro Salinas tan lejos de aquí... Pero a Queipo, que había mandado matar a más de 45.000 inocentes y que usó la radio de esta ciudad para sembrar el terror entre los más débiles, lo enterraron con todos los honores en la basílica más popular de la ciudad hispalense, la de la Esperanza Macarena. Hasta el 18 de julio de 2008, de hecho, no se le retiró desde el Ayuntamiento, y con la abstención del PP, la medalla de oro de la ciudad y el título de Hijo Adoptivo. Pero sus restos han seguido en la basílica hasta esta pasada madrugada, cuando han sido exhumados gracias a la Ley de Memoria Democrática.
Mientras el coche fúnebre salía, se estaba cumpliendo una profecía del gran poeta Miguel Hernández, el autor de un libro tan comprometido como Viento del pueblo, escrito en el fragor de la guerra civil y en cuyo poema “Jornaleros” puede leerse, en referencia fascistas como Hitler o Mussolini: “Ellos, ellos nos traen una cadena / de cárceles, miserias y atropellos. / ¿Quién España destruye y desordena? / ¡Ellos! ¡Ellos! / Fuera, fuera, ladrones de naciones, / guardianes de la cúpula banquera, / cluecas del capital y sus doblones: ¡fuera, fuera!”. Aquel poema continuaba, tan vaticinador como se ha demostrado esta noche: “Arrojados seréis como basura / de todas partes y de todos lados. / No habrá para vosotros sepultura, / arrojados. / La saliva será vuestra mortaja, / vuestro final la bota vengativa, / y solo os dará sombra, paz y caja / la saliva”. La profecía de Hernández ha tardado 71 años en cumplirse, pero el mundo gira sobre un eje herrumbroso que jamás tiene prisa...
Mucho café para Lorca
El general que dio el visto bueno al asesinato del poeta Federico García Lorca con aquella consigna de que le dieran “mucho café” en su Granada fue ridiculizado por uno de los grandes de la Generación del 27, el poeta gaditano Rafael Alberti. “¡Atención! Radio Sevilla. / Queipo de Llano es quien ladra, / quien muge, quien gargajea, / quien rebuzna a cuatro patas”, escribió el poeta de El Puerto de Santa María camino del exilio. Después de una parodia sarcástica en la que pintaba al general como un cuadrúpedo, aquel poema de Alberti terminaba así: “Estaré por Madrid mañana, / que los colegios se cierren, / que las tabernas se abran. / Nada de Universidades, / de institutos, nada, nada. / Que el vino corra al encuentro / de un libertador de España. / -¡Atención! Radio Sevilla. / El general de esta plaza, / tonto berrendo en idiota, / Queipo de Llano, se calla”.
Muchos años después, durante el I Congreso Regional de Andalucía del Partido Comunista, en marzo de 1978, coincidiendo con la Semana Santa, Alberti leyó su conocido como “poema de la discordia”, que no tiene desperdicio y que protagoniza la Virgen de la Macarena, que ya lucía el famoso fajín del general. “Déjame esta madrugada / llevar tu llanto en mi pena, / Virgen de la Macarena, / llamándote camarada”, comenzaban aquellos versos. “Flor del vergel sevillano, / sangre de tu santa tierra, / de la paz, no de la guerra, / jamás de Queipo de Llano. / Que tú no eres generala, / abogada del terror, / sino madre del amor, / lumbre que todo lo iguala. / Camarada, compañera, / de obreros y campesinos, / nunca de los asesinos / del pueblo que te venera. / Tú la representación / pura de la luz serena, / Virgen de la Macarena, / no de la provocación. / Muchacha de Andalucía, / la más clamorosa alhaja / de la sola cofradía, / de la gente que trabaja”. Hoy conviene recitar este poema en voz alta, para consignar que la palabra, a la postre, es más fuerte que las balas.
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