Contar a Paco de Lucía, que además fue guitarrista
Almuzara lanza ‘El primer flamenco ilustrado’, de Manuel Alonso Escacena, que no es el primer libro sobre el genio de la sonanta, pero sí el que más profundiza en todas sus facetas como persona y personaje
Paco de Lucía / Álvaro Romero
Álvaro Romero
Ahora que va a cumplirse la primera década del sorpresivo fallecimiento de Paco de Lucía, el abogado sevillano Manuel Alonso Escacena ha publicado, en la editorial Almuzara, un libro sobre Francisco Sánchez Gómez (Algeciras, 1947 – México, 2014), el mayor revolucionario de la guitarra flamenca de todos los tiempos, con todos los permisos de Niño Ricardo, Sabicas o Manolo Sanlúcar, por supuesto. La obra, integrada en la colección de flamenco de la editorial del exministro Pimentel, no es exactamente una biografía ni un estudio ni un ensayo, pero contiene un poco de todo ello y resulta un libro, aunque excesivamente largo, delicioso en su lectura porque está escrito con la ingenuidad y la pasión de alguien que ya había plantado un árbol, ha tenido hijos y se gana la vida defendiendo a quienes lo precisan. El libro, con todo, no es una hagiografía, sino una zambullida en todos los aspectos que pueden analizarse de un tipo que, además de todo lo que se cuenta sobre él y sus circunstancias, era guitarrista.
Su admiración por Paco está fuera de toda duda, empezando no solo porque en el libro demuestra haberse leído todo lo que estuvo a su alcance –desde el volumen de entrevistas que publicó Juan José Téllez (Paco de Lucía en vivo) hasta la biografía de su paisano, El hijo de la portuguesa, pasando por lo que han escrito sobre el genial guitarrista quienes mejor lo conocieron, como el poeta Félix Grande (Paco de Lucía y Camarón de la Isla)-, sino también haber visionado cuanto documental, reportaje o grabación casera pulula hoy por ese océano sin fondo que se llama Internet y, sobre todo, haberse empapado de toda referencia periodística en que hablara Paco o hablaran de él. Alonso Escacena llevaba años rumiando hacer algo con todo lo que sabía Paco y vio la oportunidad cuando el simposio internacional que tuvo lugar en Sevilla pocos meses después de haberse muerto el artista. Allí tuvo el privilegio de ver desfilar a quienes lo habían conocido tan íntimamente, empezando por su primera mujer, Casilda Varela, y terminando por el colega y tocayo Paco Cepero, pasando algunos de los amigos de toda su vida, como Manuel Nieto Zaldívar o Victoriano Mera. Con todos ellos tuvo la oportunidad de charlar en entrevistas más o menos extensas. De modo que el abogado no tuvo más remedio que lanzarse a poner toda aquella información por escrito y terminar de contar cuando tuvo la sensación de volverse repetitivo. Para entonces ya le había sugerido el título uno de los artistas que más estrechamente había convivido con Paco, en la época del sexteto: el saxofonista y flautista Jorge Pardo. Fue él quien le soltó en Sevilla, durante una entrevista que le concedió al autor del libro, esta frase tan cierta como proverbial: “Manuel, no me extraña que sientas curiosidad por Paco de Lucía. Paco fue el primer flamenco ilustrado”. Otros muchos entrevistados le habían soltado titulares igualmente sugerentes sobre Francisco Sánchez Gómez, pero Escacena se agarró a este porque, en rigor, ni él ni nadie ha conocido a un flamenco que leyera tanto –sobre todo cuestiones científicas-, que hablara con soltura en inglés y que, para colmo, se hubiera casado con una mujer especialmente culta, hija de un ministro de Franco.
El adjetivo ilustrado le sirve igualmente al libro, porque ilustra sobre todos los aspectos imaginables de una persona que tuvo que cargar con el personaje en que se había convertido –“yo nací para observar no para ser observado en el escenario”, decía Paco, a su pesar- gracias a su tesón, su talento y su genialidad con un instrumento que le descubrió el padre, Antonio Sánchez Pecino, de cuyas necesidades y severidad también se da buena cuenta a lo largo de estas 400 páginas que indagan en toda la familia, desde la madre, la portuguesa Luzía –por cuyo amor hacía Paco lo que hiciera falta-, hasta sus hermanos, Ramón –un guitarrista extraordinario que dio un paso atrás para convertirse en segundo padre de todos-, Pepe –el padre Malú- y los otros que no se desenvolvieron en el universo artístico, Antonio y María. Por supuesto, también los hijos de Paco, -especialmente los tres primeros, que tuvo con Casilda, la primera mujer- la escritora Casilda, la abogada Lucía y el documentalista Curro son para Escacena fuentes fundamentales de información, más allá del productor Ricardo Pachón o el cantaor Gómez de Jerez.
Un guitarrista que se vestía por los pies
Este libro de Escacena no ilustra especialmente sobre los aspectos artísticos o técnicos de un guitarrista sin parangón, sino sobre todo aquello que no se ve cuando un personaje al que no le gustaba nada hablar en el escenario se subía a él con su guitarra: de la hondura de su personalidad, de su bondad y generosidad, de su mirada controladora y de sus manías, de sus aficiones, de la evolución de su indumentaria, de su perfil como padre o esposo, de su éxito con las mujeres y de su infinito sentido del humor, pero también de sus inquietantes silencios, de sus complejos, de sus vicios y de su razonable vanidad.
En 1984, cuando el crítico flamenco de El Correo de Andalucía, Manuel Bohórquez, aterrizó en esta casa y cubría el acto del Giraldillo del Toque de la Bienal de Sevilla para Radio Aljarafe, Paco de Lucía asistió como jurado. Manolo Franco fue el ganador, y Rafael Riqueni el finalista. Pero Bohórquez quiso hablar con Paco, claro, y este le prometió que lo haría después de la entrega del premio. Escacena relata con mucha gracia el revuelo que se formó al final del todo, cómo una nube de guitarristas y allegados se llevaba en volandas a Paco de Lucía y cómo este, a pesar de todos los impedimentos, no había olvidado el compromiso con Bohórquez, hasta el punto de espetarle a quien se lo llevaba del brazo: “¡Que me dejes, hombre, que tengo que atender a este señor!”. Y cumplió con el crítico de El Correo. Esta anécdota, como tantas otras de las cientos que se refieren en el libro, sirve para ilustrar el fondo sencillo y cabal de quien se había criado en el barrio obrero de La Bajadilla, se había ganado sus primeros duros fregándole los platos a su hermana, hacía un potaje para todos en la habitación del hotel de cinco de estrellas donde se alojaba hasta el último técnico y se había acostumbrado a ganar medio millón de pesetas al volver de una actuación, entregárselo a sus padres y recibir luego quinientas pesetas para salir a tomarse algo.
Paco fue pionero en todo, lo cual no es de extrañar en quien había sido arrancado del colegio con solo diez años para ensayar con la guitarra durante ocho horas diarias, como un reloj; con catorce ya trabajaba en Madrid; y con diecisiete ya había recorrido EEUU con la compañías de José Greco y Gades, antes de que lo representase como mánager Jesús Quintero, más conocido luego como El Loco de la Colina... Sin embargo, su autoexigencia no tenía límites. Casilda, cuando ya había salido la nube de rendidos admiradores, podía preguntarle simplemente: “¿Qué?”, y Paco podía responderle: “He tocao como una mierda”. Cuando le concedieron el Goya, se excusó con que estaba de gira por el extranjero y por eso mandó a recogerlo a Casilda, pero donde estaba en realidad era en el sofá de su casa de Mirasierra, tumbado con su bata china y viendo la gala por la tele, “porque no se quería poner pajarita y darles la mano a trescientas personas”. A Paco, que no paraba de enrollar una servilleta de papel en cualquier entrevista para calmar el estrés, le encantaba afinar la guitarra en los cuartos de baño porque los azulejos devolvían un eco especial que él valoraba especialmente...
Paco era así, extrañamente tímido para las multitudes y extraordinariamente generoso en las distancias cortas. Que se lo pregunten a Matilde Coral, con quien coincidió en un tren a Madrid cuando su marido, Rafael el Negro, iba tan enfermo que Paco, llorando, ni se acercó a verlo al asiento, pero le dijo a Matilde: “Júrame por él que lo que necesites me lo vas a pedir a mí y a nadie más”. Su madre, tantos años atrás, le había encargado a la bailaora cuando se fueron con el Greco a una gira por América: “¡Matilde, cuídamelo, que es un niño!”. Y Matilde y su marido le preparaban un puchero después de cada actuación. Y Paco, que era capaz de intervenir en un disco por media docena de melones cuando ya era una estrella universal, como hizo con el mallorquín Tomeu Penya, o de acudir a un programa de televisión de los que ni siquiera veía solo por honrar a un viejo amigo como Chiquito de la Calzada, era incapaz de olvidar a los suyos, aunque estos no siempre le correspondiesen de igual modo, como le pasó en los conciertos en su propia tierra, donde cualquiera era capaz de desajustarle el sonido para cantar una rifa minutos antes de que él actuase, y eso después de venir del Madison Square Garden de Nueva York con el “no hay billetes”... Le pasó, como todo el mundo intuye, incluso con Camarón.
El calvario con José Monje Cruz
Es inevitable escribir un libro sobre Paco de Lucía y no referir su relación con el único cantaor que él permitió que le hiciera sombra, porque lo adoraba: Camarón de la Isla. Más allá de la magia que ambos produjeron en la constelación flamenca dibujaron para la Historia, Escacena también aborda los dolorosos dardos que se le clavaron a Paco por culpa de esta relación. El primero ocurrió a finales de los años 70, cuando después de haber grabado con José algunos de sus mejores discos, bajo la dirección del padre del guitarrista –“Don otra vez”, lo llamaban Paco y Camarón, por su perfeccionismo-, el genial cantaor de la Isla abandona a la familia de los Lucía para casarse con La Chispa, venirse a Sevilla con Ricardo Pachón y adoptar como escudero a Tomatito. Todo ello no impidió nunca que Camarón no pusiese el punto final a ningún trabajo sin el visto bueno de Paco, que viajaba desde donde fuera y contra el criterio de su propia familia. El dardo más definitivo tuvo lugar en el propio entierro de Camarón, donde después de llevar el féretro hasta el cementerio oyó a alguien que decía a sus espaldas: “¡Ahí va el ratero ese!”, por todo el desagradable guirigay que se había formado con respecto a los derechos de autor que la esposa del cantaor reclamaba y que una frase forzada del pobre José en el programa Informe Semanal había catapultado en sus últimos tiempos, coincidentes, por cierto, con cuando el propio Paco interrumpía giras internacionales, en las que dejaba de ganar millones, para terminar de grabar el disco Potro de rabia y miel con el cantaor al que le dedicó el 60% del Príncipe de Asturias... Evidentemente, Escacena argumenta el disparate e insiste en que nada de aquello le cuadra.
Un cachondo incorregible
Tal vez uno de los aspectos más desconocidos de Paco que aborda el libro es el de su sentido del humor, que lo definió siempre entre quienes compartieron tanta vida con él. Enamorado del carácter jovial de los andaluces, a Paco le encantaba jugar a las medias verdades y al despiste con cualquier periodista que lo abordara incluso en el camerino. Cuando le preguntaban por dónde y cómo había conocido a algún artista de renombre, él solía contestar: “En la cárcel”, para sorpresa del reportero. Y luego solucionaba: “¿Cómo voy a estar yo en la cárcel si soy Premio Príncipe de Asturias?”, bromeaba quien en sus años de juventud se bajaba de los autobuses con Camarón, por cualquier ciudad europea, vestido de boxeador... Paco Cepero asegura que le temía, porque solía ponerlo nervioso sentándose en la primera fila cuando el de Jerez actuaba en cualquier parte, diciéndole que no se oía o que la guitarra desafinaba. Una vez, Paco de Lucía llegó a abrirle la bragueta a Cepero y le echó pegamento en la pelvis, y en otra ocasión le pegó los pelos al asiento de un autobús... A su compañero Emilio de Diego le llegó a montar una broma, con la complicidad de un amigo común ginecólogo, en la que el pobre guitarrista se vio desnudo de cintura para abajo en el cuarto de la limpieza del hospital, con las limpiadoras cogiendo balletas del armario y Paco desternillándose al otro lado de la ventana...
Flamenco con orgullo
El flamenco con más orgullo de ser flamenco que pueda imaginarse protagonizó una espantá –cosa rarísima en un profesional tan formal como él- cuando se vio en un cartel con Julio Iglesias y Plácido Domingo porque su nombre aparecía en letras más pequeñas y, para colmo, junto a los precios. Ocurrió en 1992 y tuvo que ser Sevilla. “Dígale usted a su jefe que no voy a ir”, le dijo al conductor que lo llevaba el ensayo general. “¿Al ensayo?”, le preguntó el chófer. “Ni al ensayo ni a tocar mañana en el concierto”, le contestó él. Cogió un avión y se fue a su casa para jugar al fútbol con sus hijos, dejando allí cinco millones de los de hace más de treinta años... Del flamenco más ilustrado de todos, en fin, merece la pena volver sobre un cuestionario reproducido en el libro que le hico el diario ABC y en el que él contesta como un auténtico intelectual. Aficionado de siempre a la pesca submarina, sorprenden más otras respuestas como que sus escritores favoritos fueran “Lorca, Machado, Borges y Oscar Wilde”, que sus pintores preferidos fueran “Picasso, Velázquez y Antonio López”, que el hecho histórico más relevante para él fuera “el descubrimiento de la penicilina” o que la reforma más necesaria considerase que era “un mejor reparto de la riqueza”. En el cuestionario, en el que puede apreciarse su preciosa caligrafía, también le preguntan cómo quisiera morirse. “Con las botas puestas”, contesta.
Con esas mismas botas sigue, diez años después de haberse marchado de este mundo. El mes que viene, del 20 al 24 de febrero, la Fundación que lleva su nombre organiza en Nueva York el Festival Paco de Lucía Legacy. Estrellas tan cercanas a él como Al Di Meola o Rubén Blades compartirán programación con los principales creadores flamencos del momento, desde Diego El Cigala, José Mercé o Carmen Linares a Rafael Riqueni, Niño Josele, o Farruquito, sin olvidar algunos de los músicos que compartieron escenario con Paco de Lucía, como Jorge Pardo, Antonio Serrano -su pupilo predilecto-, Rubem Dantas, José María Bandera, Antonio Sánchez, Israel Suárez ‘Piraña’ o Carles Benavent, entre otros. El Festival cuenta con el patrocinio de la Consejería de Cultura, Turismo y Deporte de la Junta de Andalucía.
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