‘Los expedientes de la madrugada’, de Felipe Benítez Reyes: un balance necesario
Con este poemario, el autor andaluz vuelve a confirmase como un indiscutible de nuestras letras
El escritor Felipe Benítez Reyes / EPE / Juan Carlos Abril
Juan Carlos Abril
Felipe Benítez Reyes (Rota, Cádiz, 1960) ha publicado uno de los poemarios más relevantes de toda su trayectoria literaria, y son muchos sus libros imprescindibles en la poesía española reciente, los cuales forman parte ya del canon historiográfico de las últimas décadas. El excelente Los expedientes de la madrugada vuelve a confirmarlo como un indiscutible de nuestras letras.
El volumen se plantea como un balance necesario en 32 composiciones, cuando en la vida empieza a preocupar más lo que nos queda por vivir que lo que hemos vivido, es decir, cuando le vemos al futuro sus aristas poco propicias para el solaz y el esparcimiento.
Fantasmas
En ese sentido, llega un momento en que cumplir años se convierte en un problema, aunque asimismo hay que señalar que no cumplirlos es muchísimo peor. Nos vamos convirtiendo en fantasmas, invisibilizándonos, adelgazándonos en nuestra corporalidad. «El tiempo se mueve por dentro de nosotros / como una materia líquida» (46). La existencia se expresa como un estar a este lado del espejo (23-24), y mientras tanto nos transfiguramos en salvaguardas de nuestra propia presencia: «Tú, el centinela de la vida invisible, / miras ya el tiempo pasar como si nada / contuviera en su esencia esa abstracción / que demarca tus tránsitos, / la historia de fantasmas que ahora eres, / el perdido de ti cuando te buscas, / pero ausente de ti cuando te encuentras» (21). La conciencia de nuestra finitud se troca en una especie de losa: «Y cualquier día / cerraremos los ojos para siempre, / y estaremos también en un espejo, y poco más» (24).
Ese proceso (véase El tránsito, 19-20) de fantasmagorización no solo nos atañe a nosotros, sino al mundo y los seres que nos rodean, como en Tanatorio municipal (34-35), Oda a los empleados madrugadores (36-37), Fantasmas en el Café Restaurante Martinho da Arcada (38-39) o El vecino hechizado (50-51), entre otros, hasta llegar a Los ausentes (54-55), donde Benítez Reyes asegura que «El fantasma te advierte a cada instante / de que todo es fugaz pero a la vez eterno, / de que él sigue aquí, de que no pienses / que se olvida de ti cuando lo olvidas» (55), para concluir que «Y así acabamos convertidos / en una especie de casa encantada / repleta de fantasmas que no duerme, / que nos siguen los pasos para nunca estar solos, / que nos rozan la cara con las manos del frío, / esquivos en espejos, sombras raudas» (ibíd.). La vida, como observamos, va mudando hacia la desposesión. Y lo hace con absoluto descaro y naturalidad, ante nuestro estupor. Como un vértigo.
Llegamos a los compases finales del poemario, no sin antes señalar uno de los mejores textos, precisamente titulado Las posesiones (56-58), una impresionante reflexión sobre los bienes materiales y nuestro apego a ellos. Porque cuando se va acercando esa hora última nos damos cuenta de que casi nada -de nuestros empeños- tuvo importancia, y solo un puñado de razones nos justifican: «Qué extraña historia escriben de nosotros los objetos» (58).
¿De qué sirven colecciones y afanes? «El joven que se pensaba el dueño de la vida, / ¿desde dónde le habla al envejecido, / el de las metáforas artificiosas, / el del discurso divagatorio?» (64). De este modo nos responde el poeta: «Somos la sucesión de los inconexos, somos / la trama secuencial de los sometidos a una memoria / que no se piensa, que se limita a suceder» (ibíd.). Una suerte de Dasein heideggeriano se impone, a pesar de todo, situándonos en «El punto de intersección de la memoria y el olvido» (69-70), cuando apenas da igual todo y escasamente nos sostienen unas pocas intenciones o necesidades básicas.
Hay más poemas impresionantes, pero dejamos ahora que los lectores se acerquen a este libro magnífico, del que nada más vamos a agregar, excepto recomendarlo vivamente. La verdad palpitante de la poesía de Felipe Benítez Reyes ha sido capaz, una vez más, de resetearse y extraer una razón de la perplejidad del mundo y la existencia. De nuestras raras certezas. Y es que «Cada cual reinventa, en fin / su espiral de acontecimientos / con un pincel mojado en humo» (67). Benítez Reyes, ese maestro del humo.
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