20 años de la muerte de Er Migue, de Los Delinqüentes, el Duende Garrapata que murió por tener un corazón demasiado grande

Miguel Benítez falleció con 21 años recién cumplidos y una dilatada trayectoria musical

20 años de la muerte de Er Migue, de Los Delinqüentes, el Duende Garrapata que murió por tener un corazón demasiado grande / David López Frías

David López Frías

La mañana del 6 de julio de 2004, Er Migue desayunó un bocadillo de chorizo, se tomó un vaso de leche con Cola-Cao y procedió a echarse otro ratito en la cama. Nunca se despertó. Falleció de un fallo cardiorrespiratorio mientras dormía en su casa de campo en Jerez. No hacía ni un mes que había cumplido los 21 años.

Er Migue. El Búlgaro. El Verde Reverde. El Cuerdo. Er Gufi. El Matajare. El Duende Garrapata. Todos fueron la misma persona: Miguel Ángel Benítez Gómez (Jerez de la Frontera, 1983). Un niño prodigio. Uno de los creadores más prolíficos de la música española si atendemos a la edad que tenía cuando falleció. A pesar de su prematura muerte, dejaba tras de sí un dilatado legado artístico, más propio de un veterano de la escena que de un veinteañero que empezaba a vivir.

Ha pasado a la posteridad como el fundador Los Delinqüentes, junto a su inseparable Marcos ‘El Canijo de Jerez’ y Diego Pozo ‘El Ratón’. Y aunque se fue muy pronto, creó material suficiente como para sacar dos discos con el grupo y poner en marcha una carrera en solitario que iba a arrancar, ni más ni menos que con un disco triple. Un trabajo que su hermano Manu Benítez ha recopilado de forma póstuma y ha editado con el título de Matajare 9 (en breve revelaremos su significado).

Y, como muchos genios de la música que se van tan jóvenes, su desaparición está todavía rodeada de bulos e incógnitas. Que dicen por ahí que se murió de sobredosis. O que falleció en una clínica de desintoxicación. Y ni lo uno, ni lo otro. Migue expiró en su cama, tranquilo y durmiendo. Y murió porque tenía el corazón demasiado grande. Literalmente. Pero la historia empieza mucho antes.

Un niño especial

Érase una vez un niño que hizo la comunión. De regalo pidió una bici, unas Reebok Pump (aquellas que se hinchaban apretando la lengüeta) y una guitarra «que se quedó aparcada unos cuantos años en un rincón», confiesa su hermano Manu Benítez a EL PERIÓDICO DE ESPAÑA. «A él lo que le gustaba era el rap. Y tenías que ver cómo rapeaba y cómo lo bailaba. Porque Migue siempre fue un niño especial, con talento para todo lo que hacía, como por ejemplo para hacer teatro».

Un niño que perdió a su madre demasiado pronto. Que creció en la casa de campo de su padre, agricultor, rodeado de plantas y de animales. Le encantaba quitarle las garrapatas a sus perros «porque es un animal que siempre me ha atraído mucho. Y veía algo que me gustaba, por ejemplo una Mobilette. Y decía «qué moto más garrapatera, compare», explicaba el propio Migue en una entrevista. La garrapata se acabó convirtiendo en el icono del grupo que le llevó a la fama.

La guitarra la empezó a tocar con 12 años. Versionaba «a Metallica, AC-DC y otras bandas de rock duro, que era lo que a mí me gustaba y lo que él escuchaba. Pero lo suyo era inventarse temas: al poco de dar sus primeros acordes, ya compuso alguna canción que decía «Soy un calabacín» o algo así. Me hacía mucha gracia», prosigue su hermano.

Pero lo que de verdad le voló la cabeza a Migue «fue conocer a Kiko Veneno. Lo vio una tarde por la tele en un documental, cantando la de Farmacia de Guardia, y aquello le flipó. Estuvo varios años buscando el disco de Kiko en el que salía esa canción», recuerda Manu. Fue un antes y un después que le acercó al rock andaluz, a grupos como Pata Negra (el grupo de los hermanos Raimundo y Rafael Amador) o Triana.

Llega El Canijo

Precisamente fue una sudadera de Triana la que le hizo conocer a su inseparable amigo Marcos del Ojo, conocido como «El Canijo de Jerez». Nos explica Marcos que «íbamos al mismo instituto, pero a clases diferentes. Una vez lo vi con una sudadera del disco Sombra y Luz, de Triana, que era un grupo que a mí me encantaba. No era habitual aquello, a la gente de nuestra edad le gustaban los Backstreet Boys. Le entré, le pregunté si a él le gustaba Triana y me dijo que sí, pero que sobre todo le gustaba Pata Negra. Yo le dije que a mí también y ahí empezó todo».

Empezó todo, con Migue de por medio, significaba empezar algo... pero de verdad: «Quedamos esa misma tarde para tocar la guitarra, pero ese día llovía y yo ni me presenté. No sabes la bronca que me echó al día siguiente», relata El Canijo, que recuerda que «enseguida quiso montar un grupo. Tenía muy claro que nos teníamos que llamar Los Delincuentes, como el título de una canción que compuso Kiko Veneno».

Tenían, en aquel entonces, 13 y 14 años. Era enero de 1998. Por eso Migue posteriormente, en su canción Esos bichos que nacen de los claveles, incorporó aquella estrofa que decía: «somos Los Delinqüentes, que nacimos en enero y mira qué puñeteros somos...». Entre los dos compusieron sus propias canciones y dieron sus primeros conciertos, todo desparpajo, «en el instituto, cantando temas propios y de Pata Negra. Cantaron en su instituto y también en el de una amiga a la que lió, para poder tocar en la fiesta escolar de fin de curso».

Llega El Ratón

Pero lo que de verdad querían aprender aquellos dos chavales era a puntear blues con la guitarra española. Y una amiga de Manu, que se llamaba Míriam, estaba tomando clases de guitarra con un tipo mayor que ellos, que se llamaba Diego Pozo y tocaba en el grupo Palocortao. Con él se pusieron en contacto.

«Yo estaba dando un concierto en una sala de Jerez», rememora ahora Diego en conversación telefónica. «En uno de los descansos que paré a fumar vino El Chusco, un personajazo muy conocido en la ciudad, que siempre va medio colocado. Me dijo que fuera había unos coleguitas suyos que me querían conocer. Me llevó al escalón de una pescadería vieja y ahí los vi por primera vez. Al Migue y al Canijo. Dos críos de 14 y 15 años».

«Se pusieron a tocar Pata Palo, de Pata Negra y me sorprendió que dos críos tan jóvenes tocasen ese tipo de música. El Migue me pidió el teléfono porque quería tomar clases y vino a mi casa la semana siguiente. En su primera clase se puso a tocar temas propios que me dejaron flipando para la edad que tenía aquel chaval. Tocó La fumata del ladrillo, que es un tema que tocamos luego con Los Delinqüentes. Un talentazo», recuerda.

En la primera clase, El Canijo se quedó esperando en la puerta, sentado en su Derby Variant. A la segunda clase, Diego le dijo que subiera «y así consiguieron hacer el 2x1 los cabrones. Pagaban una clase y la recibían los dos», cuenta entre risas Diego, que explica que «lo de mi apodo ‘El Ratón’ también me lo puso El Canijo porque decía que le recordaba a un personaje de la película ‘El demonio vestido de azul’ que se llamaba Ratón Alexander». Diego, sin embargo, no se incorporó al grupo hasta más tarde.

Maqueta, disco y fútbol

Migue y El Canijo empezaron a moverse por salas de la zona, pero les pedían una maqueta. Cuenta Manu que la grabaron en los Estudios Pegamento de Jerez «en una misma tarde. Y ahí ya iba, por ejemplo, El aire de la calle», que a la postre ha sido la canción más conocida del grupo. Con ese material empezaron a dar conciertos.

Agonizaba el siglo XX y en el panorama musical español hubo una irrupción que eclipsó todo lo demás: un dúo catalán llamado Estopa, que hacía una mezcla de rumba y pop. Un estilo que casaba bastante con el estilo de Los Delinqüentes que aún eran dos. Los Delinqüentes, además, era un grupo de directos. Cada concierto era un bolazo donde ponían a la gente a bailar. Eso hizo que dos discográficas se acabasen disputando sus servicios: «Virgin y Sony pujaron por ello y finalmente firmaron por Virgin», recuerda Manu.

Para firmar aquel contrato tuvo que ir a Madrid el padre de Migue, porque él aún era menor de edad. Empezaron a rodar en un ciclo de conciertos de la emisora Cadena 100 y Canal Sur eligió una de sus canciones (A la luz del Lorenzo) para ponerla en los resúmenes de la jornada de liga los fines de semana. Migue y El Canijo incorporaron a Diego al grupo tras aquella primera gira, porque «aparte de que venía a tocar con nosotros como músico, era como nuestro hermano mayor. El que nos daba los mejores consejos. Le dijimos que él también tenía que formar parte de Los Delinqüentes», recuerda El Canijo. «Y yo acepté, porque ya eran como mis hermanos», recuerda ‘El Ratón’.

El grupo empezaba a carburar en España y el disco apuntaba a pelotazo histórico. Pero algo se había roto dentro de Migue poco antes de su publicación.

Primer brote

El primer disco de Delinqüentes salió en mayo de 2001. Cinco meses antes, en Nochevieja, sucedió algo que lo cambió todo. «Nos fuimos a celebrar el fin de año a una fiesta en El Puerto de Santa María que ponían música breakbeat», explica el Canijo. Allí tomaron pastillas de éxtasis y a Migue le sentó mal. «Empezó a decirme que aquellos le estaban mirando mal, que aquellos le estaban insultando». Estaba teniendo el primero de los tres brotes psicóticos que sufrió en su vida.

Tras sufrir aquel brote, desencadenado por una mala experiencia con una pastilla, compuso una canción que acabó incluyendo en el primer disco, titulada La caja de mi mollera y en la que habla de aquella experiencia. Después, el disco se publicó y fue un éxito. Pero Migue empezó a oir voces. «Me decía que había cámaras de videovigilancia que lo espiaban. Entró en paranoia», recuerda su hermano Manu, que en aquel entonces era periodista y pidió una excedencia para empezar a viajar con Los Delinqüentes. «Empecé a formar parte del grupo como agente, pero en realidad lo hice para estar con mi hermano, porque estando conmigo estaba más tranquilo», explica.

Para entonces, Migue «ya llevaba tiempo que había empezado a beber y a consumir más sustancias. Y eso se le notaba. Consumía para experimentar, para evadirse. Porque tenía idealizados los resultados artísticos de gente como Sabina o Calamaro», recuerda su hermano. El grupo actuó sin él en varios bolos. Pero Migue tenía voluntad de curarse. Acudió a un psicólogo y a un psiquiatra. Y la presencia de su hermano contribuyó a tranquilizarle y completaron «una gira bastante dura, en furgoneta».

Migue entró en una clínica de desintoxicación y fue ahí donde le pusieron el mote de El Búlgaro, «porque tenía las greñas como Stoichkov», explica su hermano. «Él en realidad no consumía mucha droga. Yo me metía bastante más que él», reconoce el Canijo, que recuerda que tras el brote y después de que Migue acudiese a una clínica a desintoxicarse, «íbamos con mucho cuidado. No fumábamos a su lado durante la gira. Queríamos recuperar al Migue de siempre».

Matajare 9

Los Delinqüentes se convirtieron en uno de los grupos punteros del panorama pop español. Dos discos grabaron con Miguel Benitez vivo. Pero tres brotes psicóticos sufrió el chico. El último, tras una actuación en Barcelona en septiembre de 2003. «Mi hermano había dejado la medicación porque decía que se estaba engordando»; recuerda Manu. Su inestabilidad mental hacía que la situación fuese insostenible por momentos. Sus compañeros siguieron con el proyecto, «pero le decíamos que le esperábamos. Que se pusiera bueno», cuentan Diego y Marcos.

Migue, por su parte, no dejó nunca de componer. Decidió que si Los Delinqüentes habían seguido por su cuenta, él emprendería su carrera en solitario. «Quería hacer un disco triple que se llamase 8, con la bola 8 del billar en la portada, porque decía que «no hay nada más chulo que un ocho». Pero un día me llamó y me dijo «Manu, ¿sabes qué hay más chulo que un ocho? Un nueve». Y lo de Matajare, cambiando las sílabas, es Majareta», aclara su hermano. Todo eso lo dejó escrito Migue antes de fallecer. Su hermano, cuando recopiló de forma póstuma todo el material, respetó esa voluntad y editó un disco-libro con canciones y poesías de Miguel y lo ha titulado Matajare 9.

Recuerda Diego «lo generoso que era Migue. Tenía un anillo de un gato. Yo le decía que me gustaba mucho, que qué guapo el gato. Y él me regaló el anillo». El Canijo explica que «Migue era tan carismático que en la productora lo veían cantando en solitario, sin mí. Pero él se negó y dijo que con el Canijo hasta la muerte. Para que veas un poco cómo era su carácter», explica Marcos. Un tipo que fue todo corazón.

Demasiado corazón

Y fue precisamente ese corazón tan grande el que le falló. De algún modo pudo despedirse de sus compañeros. «A mí vino a verme a la playa de Rota tal y como salió la última vez de la clínica de rehabilitación. Estaba un poco tirante conmigo en los últimos tiempos, pero sería aquello que dicen que, cuando estás así de mal, la tomas con la gente que más quieres. Y ese día estuvimos juntos en la playa y cantando canciones», recuerda El Canijo.

Diego lo vio pocos días antes de su muerte: «Él murió un martes y yo lo vi el viernes anterior. Yo me había independizado y él venía mucho a mi casa a tocar. De hecho, habíamos quedado ese martes y yo le dije que mejor vernos el miércoles, porque ese día había quedado para grabar con una gente».

Su hermano Manu lo vio el mismo día: «Cuando me veía me decía «ya está aquí el sargento», porque yo le llamaba la atención cuando notaba que había consumido algo. Pero no, aquel martes 6 de julio, con 21 años recién cumplidos, él estaba con mi tía Sebastiana. Y lo que se tomó fue un bocadillo de chorizo y un vaso de Cola-Cao para desayunar en la casa del campo que tiene mi padre. Después se echó a dormir otro rato». No se volvió a despertar. «En la autopsia ponía muerte natural. Un paro cardiorrespiratorio. Son cosas que le han pasado también a deportistas de élite, como Antonio Puerta en el Sevilla».

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El Canijo lamenta que «nos podría haber pasado a cualquiera, pero a mí, la cosita del «y si no hubiéramos ido aquella Nochevieja a aquella fiesta» siempre me queda». Diego le pide al Canijo que no se flagele y le recuerda que «sabíamos que tenía una aurícula del corazón mucho más grande de lo normal». Y Manu recuerda que esa misma es la versión de su padre: «Siempre dice que su hijo murió de un infarto porque tenía el corazón muy grande». 20 años se acaban de cumplir, pero Migue sigue más presente que nunca.

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