Icónica Santalucía Sevilla Fest

Tom Jones, un prodigio contra el tiempo

La veteranísima estrella galesa ofrece un memorable y emocionante concierto en la Plaza de España dentro del Icónica Santalucía Sevilla Fest

Un momento del concierto de Tom Jones, en el escenario de la Plaza de España. / El Correo

Paco Camero

Va a ser francamente complicado evitar ciertos lugares comunes en esta crónica; de esos que se refieren a pactos con el diablo, pócimas de la eterna juventud, aguas que brotan de manantiales secretos, tal vez en Gales, por no ir más lejos. Porque el espectáculo que ha ofrecido en la noche de este miércoles Tom Jones en la Plaza de España, dentro de su gira Ages & Stages y en el marco del Icónica Santalucía Sevilla Fest es de los que, en sí mismos, asombran. Pero es que si además recordamos que el cantante tiene 84 añazos recién cumplidos ya la cabeza se nos pone del revés. La verdad, firmamos llegar así, incluso con bastante menos vigor, no ya a la edad que tiene este prodigio de la naturaleza, sino al mes que viene, incluso a pasado mañana.

La verdad, firmamos llegar así, incluso con bastante menos vigor, no ya a la edad que tiene este prodigio de la naturaleza, sino al mes que viene, incluso a pasado mañana.

Ante una audiencia de mayoría talludita que llenaba el aforo del emblemático lugar, el añoso y –sí– casi pletórico intérprete volvió a demostrar, mucho más allá del tópico que alguna vez lo señaló como un ídolo de complexión fuertecita y gancho picarón para amas de casa, que es un entertainer extraordinario y un vocalista excepcional que pone firme al más pintado en cuanto saca a pasear el rugido que le valió el apodo (el Tigre de Gales, ya saben), pero también un elegante y astuto saqueador que ha sabido renovarse y ponerse al día continuamente espigando espléndidos repertorios ajenos aquí y allá, con especial inclinación por el cancionero popular estadounidense de la segunda mitad del siglo XX.

Es un entertainer extraordinario y un vocalista excepcional que pone firme al más pintado en cuanto saca a pasear el rugido que le valió el apodo del Tigre de Gales

En su faceta más despojada, acompañado solamente por el piano, dio arranque Tom Jones con una preciosa I’m growing old de notoria resonancia autobiográfica y por eso mismo sobriamente emocionante. La primera muestra de la versatilidad del cantante llegó de inmediato, con una versión estupenda del Not dark yet de Bob Dylan que no sólo hizo completamente suya, sino que encima se presentó envuelta en una base rítmica digna del kraut o, si lo preferimos así, del ascético y metronómico rock vanguardista alemán de los años 70. Siguiente: It’s not unusual, uno de los hits por los que es famoso en todo el mundo, ahora es una pieza de pop y rhythm & blues ligero como la brisa, adobado con acordeón y congas.

Y así podríamos seguir hasta pasado mañana… Cuando presenta What’s new pussycat?, de Burt Bacharach y Hal David, nos cae de pronto todo el peso de la historia de la música popular del siglo XX, de la que el propio Jones es un testigo en primera línea. Y por si no quedaba claro, a continuación ataca The windmills of your mind, de la gran Dusty Springfield, amiga suya, como recordó el intérprete, que fue presentando los temas con pequeñas introducciones asociadas a sus vivencias, por las que otros artistas matarían pero que él comenta sin jactancia, simplemente a la manera en que los viejos artistas compartían sus repertorios con el público.

Interpretaciones como la de Green grass of home, sentida, sin un sola tacha en la entonación, conmovedora y profunda en su sencillo esplendor, invitan ya definitivamente a rendirse ante este hombre

Sensacionales los cinco músicos que lo respaldaron, elegante y siempre dúctil, tanto como para convertir la bombástica Sexbomb en un tratado de blues de vieja escuela. O para darle un empuje guasón y cuasi electrónico, de nuevo con sorprendente aliento motorik, a Pop star, aquella mordaz composición de Cat Stevens, otro pedazo de historia que resulta que también es amigo de nuestro hombre. Interpretaciones como la de Green grass of home, sentida, sin un sola tacha en la entonación, conmovedora y profunda en su sencillo esplendor, invitan ya definitivamente a rendirse ante este hombre. Quien no contento con ello entrega en One more cup of coffee, una nueva incursión en el Universo Dylan, una imaginativa y atmosférica relectura, absolutamente cautivadora.

Across the borderline de Willie Nelson, una de esas canciones que van al tuétano; la sardónica Talking Reality Television Blues, en la línea de la tradición de canciones-sermón, o sea, habladas y con ráfagas de exquisito rock in crescendo; la tercera visita al cancionero dylaniano con I won’t crumble with you if you fall, preciosa, despojada, deteniendo el tiempo… Este hombre canta de manera portentosa lo que le echen, y si lo que le echan encima es material de primera… Seguimos: Tower of song de Leonard Cohen, que convierte ese verso de magistral self-deprecation tan propia del canadiense (“nací con el don de una voz de oro”) en una hermosa verdad tan aplastante como humilde.

Con una fantástica guitarra eléctrica de añejo sabor southern sonó Delilah, y un poquito también como podría haberlo hecho alguna canción de esas que tiene Tom Waits con Marc Ribot a la guitarra, en plan bucaneros hasta el culo de ron en un día de permiso, si Tom Waits tuviera la voz de Tom Jones y no un cuadro cubista atravesado en la garganta. Buena parte del público parecía más pendiente de los cuatro o cinco temas de toda la vida que se asocian con el galés: una lástima, se perdieron la enorme versión de Terry Callier, Lazarus Man, una pieza de austera psicodelia de toma pan y moja, mérito al alimón de la soberbia banda y de un Tom Jones que cantó como si tuviese la mitad de su edad. Fue, sencillamente, alucinante.

Para volver a conectar con el gusto popular, o con la necesidad de reconocer más que de descubrir, lo que sea, en fin, llegó una You can leave your heat on, el eterno clásico de Joe Cocker, más rockera que soulera. Tras una If I only knew hiperbailable (¿y con pequeño guiño al Thriller de Michael Jackson?) llegó el homenaje al ultrasofisticado maridaje de funk y pop de Prince vía Kiss.

Hemos asistido a una lección magistral de la vieja escuela, a una forma de concebir el espectáculo y la música que se encuentra en trance de desaparición

Tras los bises, abandonamos la Plaza de España con un pensamiento que sólo desde la ignorancia autosatisfecha o la comprensible altivez de la juventud (nada más humano) sería apropiado desechar por pureta (porque a boomer no llegamos): hemos asistido a una lección magistral de la vieja escuela, a una forma de concebir el espectáculo y la música que se encuentra en trance de desaparición.

Dios santo, este hombre fue amigo de Elvis. Y ahí sigue, dignificando su oficio, cantando como los ángeles, haciendo de la vejez un hermoso accidente

Un buen motivo para ello, aparte de la actuación en sí, fue que Tom Jones eligió acabar el concierto con una vibrante Johnny B. Goode de Chuck Berry, “el ·rey del rock & roll”, no sin antes recordar que así lo llamaba porque Elvis Presley, con el que coincidió en la etapa de residencias en los casinos de Las Vegas, así lo reconoció: que el rey era Chuck Berry. Dios santo, este hombre fue amigo de Elvis. Y ahí sigue, dignificando su oficio, cantando como los ángeles, haciendo de la vejez un hermoso accidente.

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