MÚSICA
Y siempre voy al CAAC por si apareces
Los Planetas ofrecen una magnífica actuación en el ‘Pop CAAC’ en el marco de su gira de conmemoración de los 30 años de la publicación de su primer disco, ‘Super 8’
Costaba trabajo recordarlo la noche de este miércoles, ante la multitud emocionada que se congregaba en la pradera del CAAC para asistir a la ceremonia generacional, pero en su día, en el lejano año 1994, Super 8 fue recibido con escaso entusiasmo y un reguero de críticas tibias cuando no abiertamente malas. ¿Qué era aquello? No se acababa de entender muy bien la gracia de Los Planetas, aquellos granadinos amateurs que habían generado un notable runrún con el EP Medusa.
Para empezar, ¿qué hacía ese tipo cantando en español, una decisión en aquel momento totalmente a contrapelo, si de todos modos se le entendía, con suerte, según tuviera la noche, a duras penas? Al desconcierto de encontrarse con el recurso expresivo de una voz en las antípodas de la nitidez que era la norma y, en teoría (equivocada, claro), rúbrica consensuada de la calidad y el correcto cantar, se sumaba que el culto al rock & roll que rendían J, Florent y compañía era desafiante, pues del rock & roll lo que a ellos les gustaba era el ruido, el desorden, el caos lisérgico y el ascetismo de grupos como Jesus and Mary Chain, Spaceman 3, My Bloody Valentine o The Velvet Underground, todo ello aderezado con una pizca de Pixies aquí y otra de Sonic Youth y Dinosaur Jr. allá, para dar cabida también a su faceta, entre comillas, más pop, en el sentido de “forma de canción reconocible con su estrofa, sus estribillos en su sitio y toda la pesca”.
O sea que rock & roll sí, pero sólo después de pisotear los códigos clásicos o canónicos del rock & roll. En fin, aquello, ese noise-pop atiborrado de melodía, distorsiones y efectos sonoros a cholón, era otra cosa, algo nuevo, aunque hoy parezca evidente señalarlo. Y si lo parece es porque ellos, con descaradas espontaneidad y frescura y una poética que no inventaba nada pero le daba una vueltecita de tuerca (la punzante fragilidad de las relaciones sentimentales tratada con crudeza, con un empujoncito de química en la sangre y experimentación sin miedo), crearon el molde, el canon de lo que durante años se ha entendido como rock independiente.
Crearon el molde, el canon de lo que durante años se ha entendido como rock independiente
No fueron los únicos, evidentemente, recordemos ahora en dulce viaje al pasado, al Inquilino Comunista, Cancer Moon, Surfin’ Bichos, Penelope Trip, Parkinson DC o nuestro Sr. Chinarro, pero el tiempo dictó sentencia -bastante pronto, de hecho- y Los Planetas son La Banda por antonomasia de aquello que se conoció como indie, antes de que la palabra dejase de significar cualquier cosa relevante para convertirse en la etiqueta mercantil más estúpida y vaciada de sentido que ha conocido la historia de la música occidental.
Los Planetas son La Banda por antonomasia de aquello que se conoció como indie
La célebre portada de Super 8, obra de Javier Aramburu e icono absoluto de los años 90 españoles, contribuyó por lo demás, con sus coloridas ondas y el guitarrista-click de Playmobil, a reafirmar el particular e inconfundible sello de Los Planetas, esas ráfagas de luminosidad y ligereza pop que se abrían paso entre el magma al que te arrastraban sus centrifugados psicodélicos tirando a oscuros.
Así que, en fin, allí estábamos todos en el ciclo Pop CAAC, tras la solvente y divertida actuación de la también granadina banda Amigas!, esperando con gran expectación el momento de revivir, tres décadas después, la experiencia de escuchar de cabo a rabo las canciones de aquel primer disco, auténticamente seminal.
Porque tal vez Una semana en el motor de un autobús (1998) sea la gran obra maestra del grupo, y nos hemos arrepentido ya de haber escrito ese tal vez que sobra, pero Super 8 conserva ese aura especial porque llegó en el momento justo y porque, con esa rara efervescencia, con el ansia de experimentación, la osadía y el amateurismo libérrimo de aquel disco, los granadinos capturaron a la perfección el espíritu de aquel indie primigenio y verdadero, que en el fondo no era más que una pequeña constelación de sellos artesanales apoyando a un puñado de grupos que dejaron de sentir la inexperiencia o la falta de recursos como obstáculos para expresar lo que les diera la santa gana.
“Buenas noches, somos Los Planetas, más viejos pero vivos”. Sin más alharacas, tras aparecer con los demás en el escenario (únicamente Florent de los primeros tiempos), J dio por comenzado el concierto, que arrancó con dos disparos directos al corazón, sin contemplaciones: una De viaje, un trallazo de pluscuamperfecto noise-pop, y Qué puedo hacer, himno sentimental über alles de Los Planetas, que provocó los primeros derramamientos de cervezas, los primeros abrazos entre amigos, las primeras palabras cómplices susurradas al oído entre parejas… En fin, la apoteosis en la excursión a la juventud que voló.
Si está bien, otra muestra de la cualidad hímnica de la banda pese a venir envuelto en un medio tiempo medio resacoso, volvió a recordarnos que Los Planetas es hoy, desde hace muchos años, un grupo profesional, muy lejos de la estupenda mala fama que ayudó a mejorar su leyenda: los conciertos desastrosos. Nada como ese aura currorromerista: quién no querría presumir de que asistió a una de esas ocasiones y esa noche sí, esa noche sí estalló la magia en todo su esplendor. Igualmente irreprochable sonó 10.000, esa mezcla de sentimiento adolescente y experimentación sónica, venga pedales y feedback y volutas eléctricas desparramándose en el aire.
En su contagiosa vena Pixies, Jesús, más urgente y al grano, invitó al respetable a saltar y corear una y otra vez el estribillo con la vena marcada en el cuello. Volvieron la distorsión, los efectos en espiral y el aire narcótico con Estos últimos días y tras dos estupendas recreaciones de Brigitte y Rey Sombra, Desorden, esa mezcla imposible (pero no) de Yo la Tengo y Joy Division, puso sobre la mesa la facilidad se diría que innata del grupo para tejer melodías que se te pegan con velcro.
¿Llegaría el final con La caja del diablo, sensacional canción de subtexto drogaínico (sorpresa) de pletórico desarrollo, a lo Spacemen 3, un derroche de rock levitante, hipnótico, que podría haber durado media hora más y no habría rechistado nadie? Afortunadamente, no. Tras clavar el repertorio de Super 8, el grupo regresó tras un breve amago de despedida para interpretar Segundo premio, acompañada por el público como si de un karaoke se tratase. Lo entendemos, pero nos hizo pensar en lo que un buen amigo, melómano a muerte y golfo como él solo, nos repetía al oído momentos antes: “no, si está bien cuando canta, y está muy bien cuando no canta”.
Lo cual no es un desaire a J como vocalista, sino un halago a la formidable capacidad instrumental para crear atmósferas levitantes que tienen Los Planetas, pensamos nosotros que a menudo infravaloradas. Claro que a continuación acometen Un buen día, himno total, aplastante, indiscutible, y a ver quién no se suma al karaoke. Y a todo esto, ¿es “pinte” o “pinté”? El clásico dilema revivió con, claro, Santos que yo te pinte.
Quien firma no fue nunca el más acérrimo planetero, pero verdaderamente el despliegue de hits era apabullante. ¿Qué quieres, más? Pues toma David y Claudia. No has tenido suficiente aún? Venga, ahí va Nuevas sensaciones. Pero espera, espera, que tengo aquí Pesadilla en el parque de atracciones, una auténtica maravilla, obra maestra del rencor amoroso.
Generosísima, pues no suele ser tan pródiga, la banda alargó y alargó el concierto, que cada vez hervía a mayor temperatura. No era para menos ante la inapelable sucesión de canciones emblemáticas. Que acabó, porque todo acaba, lo bueno lo primero, con Mi hermana pequeña.
Tiene mérito ofrecer un concierto así -de flamígero, de entusiasta, de arrollador- sabiendo que incluso con una noche de servicios mínimos habría bastado para dejar marchar a la gente contenta. Y eso dice mucho, lo dice todo, sobre la grandeza de este grupo mil veces discutido, mil veces y controvertido y mil veces único.
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