Figura legendaria

Muere Quincy Jones, coloso de la música que hizo brillar a Frank Sinatra y dio impulso a Michael Jackson

El productor, compositor y arreglista estadounidense fallece a los 91 años dejando como legado una vasta obra en la que es posible seguir la evolución de la música americana del último siglo

Quincy Jones, fotografiado en 2018.

Quincy Jones, fotografiado en 2018. / AP

Jordi Bianciotto

Pocas figuras pueden encarnar como Quincy Jones la evolución de la música americana del último siglo, desde la era de las ‘big bands’ y los albores del bebop hasta el auge del soul, el funk, el ‘r’n’b y el hip-hop, dando a su vez una dimensión humanista a su música y conectando con el gusto popular a gran escala, como ilustra su entente con un abanico de estrellas que va de Frank Sinatra a Michael Jackson. Legado vasto y lleno de relieves, el que nos deja esta figura de amplios contornos (trompetista, productor, arreglista, compositor y conductor de orquesta) cuya carrera cubre hasta siete décadas, fallecido este domingo, a los 91 años, en su casa de Bel-Air, en Los Ángeles. 

La suya es también una historia de superación desde el estigma de la condición de afroamericano, nieto de una esclava de Kentucky, nacido y crecido en Chicago (el 14 de marzo de 1933) en un hogar espoleado por la pobreza (llegó a alimentarse de ratas fritas) y la enfermedad (su madre sufrió demencia precoz y fue ingresada en una institución mental cuando él era un niño). Fue en Seattle, segundo enclave familiar, cuando floreció su inquietud musical, con un incipiente cultivo de la trompeta y un primer contacto con Ray Charles, al que conoció en un club local. “Me viene un chaval de 14 años y se pone a hablar de música, de jazz, de Dizzy Gillespie y Charlie Parker”, explica el pianista en el libro ‘’Q’. Autobiografía de Quincy Jones’ (Libros de Kultrum, 2021). “Me llamo Quincy Jones. Toco la trompeta y quiero componer”, así se presentó. “Quincy irradiaba afecto. Era auténtico. No tenía un solo pelo de maldad en la cabeza”. 

De Boston a París

El ejemplo de Ray Charles, sobreponiéndose a la ceguera, le dio estímulos para seguir adelante y en poco tiempo logró situarse en el circuito profesional, previo paso por la escuela de música Schillinger House, de Boston (el futuro Berklee College of Music), que abandonó para enrolarse en una gira de Lionel Hampton. De ahí a Nueva York, donde reforzó vínculos con Ray Charles escribiéndole arreglos, también a Dinah Washington, Sarah Vaughan y Count Basie. Inicio su colaboración con Dizzy Gillespie en ‘Afro’ (1954), álbum con sustrato cubano. En 1957 se estableció en París, donde dio clases con la legendaria pedagoga Nadia Boulanger, de quien recordó siempre una indicación que trascendía el pentagrama: “Tú música no será ni más ni menos que lo que tú eres como ser humano”. 

Asombra la intensidad de su agenda y su capacidad para asumir diversos roles: director musical del sello francés Barclay y vicepresidente de Mercury (el primer afroamericano en ocupar esa plaza), dio pasos en el cine firmando en 1965 la banda sonora de ‘The pawnbroker’, de Sidney Lumet (la primera de una treintena de ‘scores’), mientras publicaba álbumes a su nombre con un ritmo anual y se involucraba en discos de Louis Armstrong, Count Basie Orchestra, Ella Fitzgerald, Peggy Lee o Nana Mouskouri. Y produciendo ‘hits’ pop como ‘It’s my party’, de Lesley Gore, en 1963. A través de Basie llegó a Frank Sinatra, con arreglos sofisticados para obras de referencia como ‘At the Sands’, grabada en Las Vegas (1966), y dos décadas más tarde, el que sería último trabajo con canciones originales de ‘La Voz’, ‘L. A. is my lady’ (1984). 

La década de oro

Atento siempre a la evolución de los lenguajes musicales y de las técnicas de estudio, en tiempos en que el papel del arreglista decaía y cobraba más importancia el del productor, Jones dio lustre a álbumes de George Benson, Patti Austin y Donna Summer, y en los 80, al frente de su propia compañía, Qwest Productions, publicó en Estados Unidos a New Order. Esa fue, a la postre, su década de oro, disfrutando del reconocimiento global de su labor con Michael Jackson en su trilogía imperial: ‘Off the wall’ (1979), ‘Thriller’ (1982) y ‘Bad’ (1987). Tiempos de la emotiva y rica banda sonora (jazz, blues, góspel) de ‘El color púrpura’, de Spielberg, y de su producción del tema ‘We are the world’, el himno humanitario del colectivo USA For Africa.

Cofundador del Institute of Black American Music, creador de la Quincy Jones Listen Up Foundation y figura vinculada a multitud de causas filantrópicas, entrado el nuevo siglo dedicó sus energías a promover músicos emergentes, creando una formación, Quincy Jones & The Global Gumbo Allstars, que integraba jóvenes talentos de todo el mundo. Con ella se presentó en el Festival de Peralada en 2011, concierto-charla en el que no tocó ningún instrumento (había tenido que dejar la trompeta tras sendos aneurismas que sufrió con 41 años, en 1974) y en el que acogió a una adolescente Andrea Motis. “Será catalana, pero su voz es la de Billie Holiday, y su trompeta, la de Louis Armstrong”, piropeó en una entrevista con El Periódico

Autor o partícipe de más de 200 álbumes, con 28 premios Grammy en su haber, figura con aura de estrella pop pese a situarse generalmente detrás de los focos, en la cabina de la mesa de mezclas, Quincy Jones tiene hechuras de figura ‘bigger than life’, reverenciada por las sucesivas generaciones: en 2022, The Weeknd (fan de Michael Jackson) contó con él en su disco ‘Dawn FM’, donde Jones grabó un breve monólogo, ‘A tale by Quincy’, en el que reflexionaba sobre sus orígenes, la enfermedad de su madre, los errores cometidos con sus parejas… “Mirar atrás es una putada, ¿verdad?”, concluía. Música y vida, siempre entrelazadas. 

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