Entrevista | Raphael Cantante
“Hoy tienes un éxito y al año siguiente nadie se acuerda de ti"
Madrid. Jueves 21 de noviembre. Sede de la compañía Universal. A las 14:00, en el descansillo de una segunda planta, se percibe su voz: pausada, frágil, inconfundible. Miguel Rafael Martos Sánchez (Linares, 5 de mayo de 1943) lleva sentado en una silla desde las 9:30. Promociona el último disco de Raphael -“Ayer… aún”- en un junk de entrevistas con una lista interminable de periodistas. Somos los últimos en llegar. Dejamos de escucharle y, al rato, a lo lejos, aparece de pie. Sonriente. Con traje azul y jersey rojo de cuello vuelto. “Ya podéis pasar”, nos invitan desde su equipo. Atravesamos una puerta de cristal.
PREGUNTA. ¿Cómo nos dirigimos?
RESPUESTA. ¿Perdón?
P. ¿De usted o de tú?
R. ¡Por favor! De tú, de tú.
Los pocos que sí le conocen nos advierten que es escurridizo con la prensa. No le gustan los interrogatorios en profundidad. Tan sólo se explaya cuando toca hablar de su mundo: el artisteo. Antes de poner en marcha la grabadora, se recrea con anécdotas de antaño. “A Pastora Imperio me la llevé a un programa de televisión. Ya no bailaba, pero alzó los brazos y fue maravilloso”. Para cantar su verdad se refugia en las canciones, pétalos de su vida. Lo demás permanece enfrascado en un hombre de talla menuda, al que se le notan los 81 años; de carácter correctísimo -exquisitas la educación y la simpatía- y algo introvertido. Nada que ver con el temperamento del cantante sempiterno que, hoy… aún, sigue de gira. Próximamente, en Sevilla, con un ramillete de conciertos en el auditorio de Fibes.
Rafael Martos es un misterio fútil. Empoderado el personaje, corriente la persona. El vuelo de su carrera no tiene más enigma que un tesón que roza el delirio. Todo cobra sentido sobre las tablas. En su cuna, por más que indaguemos, no encontramos más que cuatro estrellas -su mujer y sus tres hijos- y los recuerdos de un andaluz universal que lleva en Madrid desde los nueve meses, que antes incluso de hablar empezó a cantar, en un coro religioso de voces angelicales, y que aprendió a volar con los aromas musicales de España y de Francia. De ahí el último álbum, número 86, un homenaje a sus ídolos de juventud: Becaud, Brend, Aznavour, Montand y, en la cúspide, madame Piaf.
P. ¿Vous parlez français?
R. No.
P. ¿Un petit peu?
R. Un petit. Vamos, lo puedo entender. Lo canto bastante bien.
P. Ya he visto algún concierto suyo en el Olympia de París.
R. ¡Sí, sí!
P. El nuevo disco se llama “Ayer… aún”. Con su permiso, vamos a encender el gramófono de la infancia.
R. ¿De mi infancia?
P. Empezó a cantar con dos, tres…
R. Cuatro años.
P. ¿Recuerda la primera canción que cantó?
R. No. Eran canciones de coro. A los cuatro años se me hizo una prueba porque mi hermano, mayor que yo, iba a un colegio de los Padres Capuchinos y les faltaba la voz primera del coro, había pasado algo. Entonces, al que se ocupaba del coro, que era un fraile, músico, mi hermano le dijo: “Yo tengo un hermanito que canta muy bien, tiene una voz muy aguda”. Y le preguntaron qué años tenía. Él decía: “Es muy chico, tiene cuatro años”. El fraile le respondió: “Tráemelo, tráemelo”. Entré y no salí hasta los diez años.
P. ¿El ruiseñor de Linares traía de fábrica los soniquetes de la canción francesa?
R. Sí, pero tampoco sabría decir cuándo empezó [ese estilo]. Cuando salí del colegio entró en mi mentalidad y en todo mi ser esos gustos míos musicales, que no tenían nada que ver con las canciones de coro de una iglesia. Entonces, me gustaba mucho la canción española. Mucho. Por eso tengo un disco que se llama Andaluz, donde canté todo lo de Rafael de León. Lo hice en los noventa. Y las canciones francesas empecé a escucharlas al participar en concursos de radio que se hacían, donde usé esas canciones porque me encantaban.
Empecé a tener como ídolos a Aznavour, Becaud, Brend, Yves Montand, a toda la plana mayor y, sobre todas las cosas, a Piaf. Una vez que estoy en el artisteo, un día, me contratan en Valencia para abrir un concierto a madame Piaf por las Fallas. Fui, ella no. Se había puesto enferma.
A mí se me quedó lo de Piaf y cuando fui al Olympia, yo soñaba con ir al Olympia para invitarla a cantar conmigo, ya se había muerto… Todas esas cosas son las que se han ido desencadenando hasta terminar aquí.
Empecé a tener como ídolos a Aznavour, Becaud, Brend, Yves Montand, a toda la plana mayor y, sobre todas las cosas, a Piaf
P. Ya que me ha mencionado el coro de la Iglesia: Manuel Alejandro dice de usted que tiene “austeridad franciscana”.
R. Tiene razón en cosas, en cosas… En cómo me tomo mi carrera, en cómo preparo mis cosas de trabajo. Él lo sabe muy bien.
P. Desde luego, en aquellos inicios, fe no le faltó, porque le costó muchísimo salir. Cito unos versos que Manuel Alejandro pone en su boca: “Imité el esfuerzo, la constancia de las olas, que desgastan a las rocas, siendo agua… nada más”. ¿Por qué fue tan difícil?
R. Es que yo creo, con permiso de Manolo, que tiene que ser así. Debe de ser así. No se puede lo que ocurre en la actualidad: que grabas un disco, es un éxito y al año siguiente ni existes ni nadie se acuerda de ti. Porque todo es lo mismo. Una cosa que el año pasado fue de… “uy”, al año siguiente ya ni está, ni se le espera. Es tremendo.
Creo que para llegar a ser alguien en esto hay que tener una cosa que tenemos los andaluces que es solera. Tenemos que tener mucha historia para poder explicársela al público en forma de canción. Es lo que hace Manolo con sus canciones: tirar de su historia. Y yo, a la hora de cantar, tirar de la mía. Eso no se hace en un año. Ten en cuenta que cuando yo salí, para la gente era un ser que movía las manos, ¡cómo podía ser! Peeero… les gustaba mucho.
Creo que para llegar a ser alguien en esto hay que tener una cosa que tenemos los andaluces que es solera
P. Antes del estrellato, tocabais en bares de prostitutas.
R. ¡No, no! Él [Manuel Alejandro] trabajaba allí. Yo no podía entrar. Él, detrás del piano, tenía un balcón que daba a la acera de la calle y por ahí entraba yo, me sentaba en el suelo, detrás del piano, y me sonaba las canciones. Para no dejarle como mentiroso, es cierto que, al año, yo tuve ocasión de trabajar en un sitio que se llamaba La Galera, de la calle Villalar, y cantaba para las señoras…
P. De la vida.
R. Sí, sí, hay una canción. Todas las tardes, durante un mes, Manolo tocaba y yo cantaba. Era un público maravilloso.
P. En aquel prostíbulo, que fue el germen del Raphael de hoy -y cuando digo de hoy me estoy remontando unos sesenta años atrás-, ¿cantaba alguna de estas canciones francesas que ha grabado ahora?
R. En ese momento canturrejeaba las canciones francesas que tenían letra en español. Algunas tenían letra en español. Y las salpicaba dentro de las mías. Tuve éxitos grandes como con Ma Vie, por ejemplo, que era de Alain Barriere y, sin embargo, fue un éxito grande conmigo en español. O My Way, que es una canción francesa, de Claude Fraçois, lo que pasa es que luego Paul Anka le puso letra en inglés; pero la original se llama Comme d'habitude, 'Como de costumbre’.
Cuando me entra a mí toda la idea de lo de Francia, había cantado mucho. Conocía la vida de los artistas, mis ídolos eran los franceses.
P. Pero en aquella época, y aún hoy, le gustaba la copla.
R. Mucho. Ya te he dicho, grabé un disco.
P. De jovencito trabajaba en el estudio del maestro Gordillo, autor célebre de copla…
R. Pero nunca canté nada suyo.
P. ¿Ni Torre de Arena?
R. No, no. Ensayaba ahí todos los días. No era mi sentir. Aunque ahí conocí a Rafael de León, Quintero, Quiroga… Nunca canté una canción de Marifé de Triana. He llegado a cantar de la Piquer, Me Embrujaste.
P. ¿Por qué en España hemos abandonado la copla?
R. Es una pena. Yo tampoco entiendo por qué. Puedo hacer el esfuerzo de creer que las mentalidades van, si no cambiando, evolucionando. También, como nos la quieren hacer ver ahora a lo mejor no nos gusta. Cómo la visten, quiero decir. Cómo la presentan. No sé. Desde luego, es extraño. Hay cosas bellísimas. Y yo creo que si volvieran a tratarla como se trataba antes, volvería a ser…
Es patrimonio del pueblo. También es verdad que no existen Rafael de León, ni Quintero. Eso es lo principal. A veces exageran la copla o la ridiculizan y hay gente que se echa para atrás. No sé, son conjeturas.
P. A veces pienso que el pueblo español tiene un problema con su identidad.
R. No creo que tenga que ver. Lo que pasa es que la gente, los jóvenes, van pensando de otra manera. Si lo extraño es que yo tenga el público que tengo de gente joven.
P. Una excepción. Porque parece que estamos condenados a que aquí sólo guste lo de fuera. Lo nuestro cuesta defenderlo.
R. Porque los artistas no lo pelean. A mí la copla me encanta. Pero la que se hacía antes. La de ahora no tiene nada que ver. Y quizás es eso. El tacto que tenían diciendo las cosas Quintero, León y Quiroga, y Solano, esos compositores, hoy no lo hay.
P. Sigue quedando un resquicio de copla en Sevilla, donde ahora tiene una cantidad de conciertos…
R. Soy andaluz por los cuatro costados.
P. Le he escuchado decir que en su casa se habla de política. Tiene sentido, su mujer es nieta y bisnieta de dos figuras clave de la historia política de España. Pero fuera de casa, nunca le hemos escuchado decir ni mú.
R. Para nada. Para nada.
P. ¿Se siente libre para decir lo que piensa?
R. Sí, pero soy poco entendido y lo que temo mucho es meter la pata en cualquier comentario que pueda hacer que no venga a cuento. Lo que no soy es tonto, veo a la gente respirar y veo de qué va la vaina, de qué van las cosas. Por supuesto. Lo único que podría decir es que mi forma de pensar la vierto en las urnas cuando hay elecciones y punto. No tengo nada más que hablar.
P. Usted tiene mucha ascendencia sobre Rusia. Allí le reciben como un ídolo de masas.
R. Soy tendencia musical allí, pero no política.
P. Cierto. ¿Si volviera a dar un concierto en esa romántica Moscú cantaría con más intensidad ‘Digan lo que digan’? A ver si se enteran de lo que quiere decir la letra…
R. Ah. Se la saben de memoria, ¿eh?
P. Pero quizás no quienes se la tienen que saber.
R. Pues no lo sé. Quizás habría que hacer unas elecciones para ver de qué parte están allí, eso no lo hemos hecho nunca. Pero la canción la conocen muy bien.
P. Podríamos decir que Manuel Alejandro es el Rafael de Raphael. ¿‘Qué sabe nadie’ es su canción definitiva?
R. Espero que no.
P. Me refiero: Manolo lo coge a usted como a un lienzo en blanco y empieza a pintar retratos, ¿es ‘Qué sabe nadie’ el mejor de ellos?
R. Podría ser. Podría ser. Manolo tiene otras canciones que también son muy buenas. A lo mejor no hablan de lo mismo pero… en realidad, qué sabe nadie de nadie.
P. Totalmente. Qué enfermedad la de este país por querer saber todo de la vida de la gente.
R. Eso es una cosa mundial…
P. ¿Valió la pena pasar de la niñez a los asuntos?
R. Sí. Y eso que mi niñez fue muy alegre para mí.
P. La penúltima: acaba de grabar los temas de Aznavour, Edith Piaf y tantos otros artistas de antaño, ¿le gustaría que dentro de cincuenta, sesenta o setenta años, haya gente que, como usted ahora, haga lo mismo con las canciones de Raphael?
R. A mí me encantaría. Pero como yo no puedo pedir esas cosas… Ahí queda como idea. (Risas).
P. Los mimbres están, ¿no?
R. ¡Hay que hacer el cesto!
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