Uno de los Chaikovskis más fascinantes y menos divulgados es el que hay vertido en los pentagramas de la fantasía sinfónica Francesca da Rimini. Desde luego que mira a Wagner en ciertos cromatismos, por supuesto en el empleo de los metales; pero sigue aquí presente la genial inventiva melódica del ruso. Axelrod ligó las complejas dinámicas de la obra de una forma endiablada, tumultuosa; generando una sensación de torbellino dramático para el que encontró la respuesta musculada de la Sinfónica de Sevilla. Sí, ciertamente el norteamericano se dejó llevar por el tono pirotécnico; pero la lectura es válida cuando el sentido del discurso se mantiene intacto. Mención haremos de la compleja intervención en medio de la marea orquestal del clarinetista Piotr Szymyslik.

Siempre querremos más música del compositor más genuinamente alemán de todos los alemanes, ese cuya obra respira el ambiente de las noches de cabaret germanas; de Kurt Weill la ROSS interpretó por primera vez la colección de piezas unificadas en Los siete pecados capitales, del año 1933. Hay que hacer equilibrismos para no rendirse a las sonoridades expresionistas que restallan en la partitura así como para no dejarse arrastrar hacia el tono más jazzístico y urbano que serpentea en esta música. La Sinfónica adora a Axelrod y eso, forzosamente, se ha de notar con el tiempo y fue claramente admirable en la sensual, dionisíaca versión de la obra; merced a unas cuerdas punzantes y a un formidable empaste de todas las familias instrumentales. Pero, sobre todo, acertó el director fichando a la mezzo Wallis Giunta, que había pasado desapercibida en otras comparecencias en el Maestranza, y que protagonizó esta semana uno de los momentos de mayor brillantez en la historia de la Sinfónica de Sevilla. Con un tono abiertamente desenfadado y un saber estar en el escenario sin caer en lo almibarado, en lo impostado, la cantante alemana llevó a un elevado extremo de sofisticación la música de Weill; con un canto de portentosa proyección, pletórico de estilo, atento a toda mínima inflexión, otorgando sentido a cada línea del ingenuo texto que anima la obra. Encontró además respuesta en cuatro solistas masculinos del Coro de la Maestranza que cantaron en estilo, con aparente buen control de la dicción y con un volumen tirando a rudo, remarcando el carácter fiero y rústico de una música llena de inventiva.

Comenzó el concierto con una obra del compositor contemporáneo Krysztof Penderecki (1933), su Adagietto de la ópera El Paraíso perdido (1978); de un tiempo en el que el polaco había decidido echar la vista atrás e invocar el lenguaje del neoromanticismo pero sin tener nada nuevo que decir con él. Cierto que la obrita, de apenas cinco minutos, era estreno en España. Pero nadie podrá hacer nunca historia con ella. En el programa de mano se nos informaba de las primeras y muy sanguíneas composiciones de Penderecki, como Polymorphia(usada en la película El Exorcista) o De Natura Sonoris I (empleada en El Resplandor), piezas estas de gran concisión e inéditas en Sevilla. La programación de cualquiera de ellas hubiera elevado este concierto, junto con Chaikovski y Weill, a la categoría de histórico. ¡Ay!

LA FICHA

Teatro de la Maestranza. 6 de julio. Programa: Obras de Penderecki, Chaikovski y Weill. Intérpretes: Wallis Giunta, mezzosoprano. José Mª García Baeza y Francisco Escala, tenores. Andrés Merino, barítono. Javier Cuevas, bajo. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. John Axelrod, director. 15º Concierto de Abono.