Cine español en sala de recuperación

Impresiones de una gala de los Goya vista desde las gradas

05 feb 2017 / 13:34 h - Actualizado: 05 feb 2017 / 13:37 h.
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Volvió a repetirse: la gala no gustó por igual a todos y todas. Desde casa mucha gente la encontró aburrida, mientras otra disfrutó con el siempre ágil y dicharachero Dani Rovira, aunque su protagonismo se viera en cierto modo mermado en una propuesta que dio menos espacio a sus intervenciones. El espacio mudó al auditorio del Hotel Marriott de Madrid, con aforo considerable pero un escenario tan reducido que dio poco margen para la escenografía y el movimiento de los presentadores y presentadoras. La Film Symphony Orchestra no ayudó precisamente a ampliar ese margen de movimiento, aunque su intervención en la gala fue todo un acierto. La música tuvo un importante papel en esta trigésimo primera edición de los premios de la Academia, y eso siempre es de agradecer, aunque no siempre los temas elegidos fueran los más acertados. El problema principal de los Goya para no gustar a un amplio sector de la audiencia es que ni se han visto las películas ni se conocen a las supuestas estrellas, por eso con los Oscar pasa lo contrario, debido a la invasión de cine americano que desde siempre oprime nuestra industria. Figúrense que incluso en la alfombra roja había reporteros, gráficos y redactores, que no conocían a muchos de los actores y actrices que posaban como divinidades, algo que se repetía también en sala de prensa y aledaños.

Afortunadamente atrás quedaron aquellas primeras ediciones en las que se podía recoger un Goya en camiseta, pantalones roídos o incluso en pijama. Hasta Alberto Rodríguez y Rafael Cobos, que aquí cuando recoge premio al mejor guión habla un poquito más que en los premios de su tierra, los Asecan, iban bien arregladitos. La etiqueta manda y hoy todas y todos lucen, cada cual en su estilo, dignificando la que debe ser la gran noche del cine español. Sobre la alfombra deslumbraron Penélope Cruz, Amaia Salamanca, Leonor Watling, la flamante ganadora del premio a la mejor actriz revelación Anna Castillo, Paz Vega, Laura Sánchez o la homenajeada Ana Belén, que acudió acompañada de su marido, Víctor Manuel, y su hija Marina. Entre ellos triunfaron Miguel Ángel Muñoz, el director de orquesta Pablo Heras Casado o el actor catalán Marc Clotet. Mientras el mayor desatino lo cometió Álex García con un modelo estrafalario que no hacía justicia a su porte; quizás le informaron que este año no iría Óscar Janeada y decidió ser él quien diera la nota.

Dani Rovira había decidido el año pasado no volver a presentar la gala, debido a los injustificados ataques de que fue víctima en las redes sociales, especialmente en twitter. Pero finalmente claudicó y eso le pasó factura con unas intervenciones más comedidas y menos frescas; ni siquiera el tan socorrido recurso de los títulos de películas hilados le quedaron bien, algo que repitió Víctor Manuel San José en la canción Porque somos lo que somos, especialmente compuesta para la ocasión, y que interpretaron con elegancia Manuela Vellés y demasiado temperamento y estridencia Adrián Lastra. Aun así, Rovira soltó perlas como que Tarde para la ira se conocía en España como Sálvame, que estudiaba inglés para no ser presidente del país, que los ganadores en categorías cortometrajistas y documentalistas subían en equipo porque eran los únicos de la profesión que no cobraban y por lo tanto trabajaban con mayor pasión, o que con El hombre de las mil caras Alberto Rodríguez por fin había salido de Andalucía. Además bromeó con el deficiente castellano de Yvonne Blake, toda una leyenda del vestuario en el cine, que vive y trabaja en nuestro país y ejerce desde hace apenas unos meses la labor de Presidenta de la Academia. Y como ella fue la responsable del vestuario de Christopher Reeve en Superman, Rovira no dudó en disfrazarse del héroe en un momento determinado, al igual que hizo al calzarse unos tacones en homenaje a una mujer por la que de nuevo se reivindicaron más y mejores papeles. Entre lo más acertado su comentario sobre que la cultura es necesaria, porque nos ayuda a conocernos mejor y saber cómo sentimos.

Constantino Martínez-Orts lleva años paseando su Film Symphony Orchestra, radicada en Valencia, por toda la geografía española, con programas de música de cine popular, es decir mayoritariamente americana, que tanto se demanda y tan poco se programa. A Sevilla ha venido varias veces, siempre a Fibes. Sus composiciones originales, de tono épico y melódico, amenizaron las entradas y salidas de artistas, y se completaron con la Suite de Augusto Algueró, la sintonía de los Goya de Antón García Abril y el Canto de los pájaros que inmortalizó Pau Casals y recreó magníficamente Iagoba Fanlo al violonchelo mientras por la pantalla desfilaba la gente de cine que nos ha dejado en este último año. La interpretación de las bandas sonoras originales nominadas fue otro de los platos fuertes de la orquesta, dejando claro que la profesión de músico de cine en España está pasando por su mejor momento. El año pasado Lucas Vidal ganó por partida doble, este le ha tocado el turno a Fernando Velázquez por la emotiva música de Un monstruo viene a verme, y ambos, junto a Iglesias, Baños o Navarrete, trabajan asiduamente en Hollywood.

En cuanto a los premios es ya tradicional que unos pocos títulos copen la mayoría de las nominaciones, lo que produce la penosa sensación de que se ha hecho poco cine a lo largo del año en nuestro país. Y es que son muchos los títulos que sólo se pueden ver en festivales o canales autonómicos de televisión, debido a una cartelera saturada por una serie de títulos que los exhibidores nos obligan a ver como si fueran imprescindibles. Ni siquiera la triunfadora del Festival de Málaga, Callback, que no ha conocido aun estreno en Sevilla, figuró en estos Goyas que solo bendicen lo que ya ha triunfado en taquilla. Así ocurrió lo previsible, que Un monstruo viene a verme acaparó todos los premios técnicos, así como el de mejor director, categoría en la que J.A. Bayona no tuvo que competir con Raúl Arévalo, que ya ganó previamente el premio al mejor director novel por su estupenda Tarde para la ira, la otra gran triunfadora de una noche que marginó la mejor y más delicada película que sobre el dolor hemos visto en mucho tiempo, Julieta de Pedro Almodóvar. Emma Suárez sí se llevó el Goya a la mejor actriz e hizo doblete, la gran sorpresa de la noche, como mejor actriz de reparto por La próxima piel, repitiendo la proeza que protagonizó Verónica Forqué en los premios del 87 con La vida alegre y Moros y cristianos. Por cierto, que Roberto Álamo repitió al recoger su premio por Que Dios nos perdone, el discurso que dio en el Maestranza cuando le dieron el Forqué, pidiendo más y mejor trabajo para actores y actrices, sobre todo en paro. Ana Belén demostró que los discursos leídos son aburridos y que su sentido del humor, con el rollo de la botellita de agua, se ha vuelto rancio. El montaje visual que precedió su homenaje no hizo justicia a su espléndida carrera, pero por fin pudo desquitarse de esas cinco ocasiones en que fue nominada y no ganó el Goya. En fin, los discursos oficiales volvieron a ser triunfalistas y esperanzadores, y todos y todas fuimos invitados a ir a ver unas películas españolas que, para ser justos, cada vez intentan más ser comerciales, conectar con un público mayoritario.