Hacía tiempo que no disfrutábamos de buen teatro en una ópera del Maestranza. A golpe de memoria apenas recuerdo nada después de una memorable Fanciulla del West hace ya unos cuantos años en plena era Halffter. El prestigioso director de escena Laurent Pelly se ha empeñado a fondo en este estreno en Sevilla de la reciente producción de Santa Fe, San Francisco y Barcelona de Don Pasquale, atendiendo él mismo a la dirección de los intérpretes, el movimiento escénico y la chispa de la acción, lo que se nota en un resultado eficaz y efectivo en términos puramente teatrales. Algo de lo que se beneficia también la música, que pasa de ser uno de los mejores títulos del catálogo Donizetti, tan bañado en el universo rossiniano que le sirve de referente, a ser una partitura altamente destacada, realzada por un tratamiento verdaderamente de primera de todos los elementos en juego. Una simbiosis entre música y dramaturgia que ciertamente logra el milagro de la obra completa, plenamente disfrutable a todos los efectos.
Sin embargo en este punto tenemos que dar un pequeño tirón de orejas al propio Pelly, porque el mismo que ha tenido el acierto de inspirarse en la comedia cinematográfica italiana de los cincuenta y sesenta, y que nosotros más bien hemos identificado con el vodevil de puertas que se abren y cierran tan prolífico en nuestros teatros de transición, ha descuidado a un nivel casi escandaloso el trabajo en igualdad, ofreciéndonos una versión del escarmiento del pobre anciano enamoradizo que potencia el papel de femme fatale que desempeña una Norina-Sofronia que parece más interesada en una herencia que paradójicamente despilfarra que en salvar su relación con el enamorado Ernesto, sobrino de Don Pasquale. Su ambientación a mitad del siglo pasado, uno después del de su gestación, así como los recursos con los que se define su personaje, que aparece brillantemente en escena en negra combinación y desafiante sensualidad, en una escena ya antológica para el teatro musical hispalense, y sus ademanes a menudo groseros, que rebasan la crueldad con la que se somete al pobre protagonista, potencian ese rol recurrente de la mujer araña o si se prefiere viuda negra, que tan flaco favor hace a la lucha por un ideal más justo de mujer como ser universal y poliédrico. Particularmente soy de la opinión de que la lucha de género exige más formación y educación en lugar de ensañarse con grandes artistas por conductas pasadas, cuyo boicot acaba afectando a toda la afición. Pelly no solo no ha suavizado la perfidia y brutal sensualidad de Norina, sino que la ha potenciado innecesariamente.
No podemos negar que Sara Blanch hace un trabajo espléndido tanto en lo dramático como en lo musical, dominando agilidades hasta lo sublime, emitiendo espléndidos sobreagudos, derrochando gracia y fraseando con holgura y sensatez. Toda una revelación precedida del buen trabajo que ya realizó hace dos años en La flauta mágica en este mismo teatro. Su cabaletta del primer acto fue realmente antológica. A su lado Carlos Chausson refrendó el dominio absoluto que tiene de un personaje que lleva casi cuarenta años representando en el mundo entero, y al que hoy añade madurez e idoneidad, marcando el carácter bufo del personaje y destacando una portentosa voz que no ha perdido calidad en todo este tiempo. De Anicio Zorzi se anunció una fastidiosa afección que limitaría la calidad de su trabajo; esperamos que esa fuera la causa de lucir una voz tan poco agraciada, tan nasal y con recursos expresivos tan limitados, como se pudo apreciar en un Cercheró lontana terra muy poco sentimental, y un dúo Tornami a dir che m’ami algo inestable. Mejor defendió la famosa serenata del acto final, pero en general fue el único obstáculo a una noche musical impecable. Quien sí convenció y divirtió a raudales fue Joan Martín-Royo como un ingenioso y expresivo Malatesta, que logró en sus dúos cómicos con Don Pasquale un trabajo digno de referencia incluso en lo musical. Finalmente Francisco Escala defendió con eficacia su pequeña contribución, mientras con el resto del coro ofreció un trabajo sustancialmente brillante y chispeante, coronado con un trabajo discretamente coreográfico tan simpático como las diversas ocasiones en las que los protagonistas tuvieron oportunidad de bailar ligeramente al son de una partitura ciertamente realzada.
En lo escenográfico la función es también ágil e ingeniosa, con un solo decorado en el que resulta fácil identificar las fachadas de la riviera italiana, y un juego de cajones que salen y entran para completar la habitación central, que en el tercer acto se pone literalmente patas arriba, quizás el detalle más burdo de todo el conjunto. Nos quedamos con ese buen teatro apuntado y la magnífica resolución del apartado musical, gracias por supuesto a la batuta ágil y desenfadada de Corrado Rovaris, curtida en Filadelfia, a pesar de en ciertas ocasiones llegó a tapar al conjunto vocal, lo que propició que Blanch tuviera que forzar de vez en cuando su potencia y volumen. Hubiésemos preferido, a pesar de todo lo apuntado, un trabajo que dosificara mejor los elementos dramáticos de la función, dando relieve a la tortura sufrida por el pobre bufón humillado y escarmentado. Y solo lamentamos que resulte tan difícil entender la tan necesaria ideología de género, especialmente incomprensible entre artistas que debieran ser más sensibles a la cuestión. Suavizar ciertos comportamientos hoy execrables y tiempo atrás aceptados, ayudaría a evitar trágicos linchamientos en el futuro.
DON PASQUALE ***
Ópera de Gaetano Donizetti con libreto de Donizetti y Giovanni Ruffini. Corrado Rovaris, dirección musical. Laurent Pelly, dirección de escena y diseño de vestuario. Íñigo Sampil,director del coro. Chantal Thomas, escenografía. Gary Marder, iluminación. Con Carlos Chausson, Joan Martín-Royo, Anicio Zorzi Giustiniani, Sara Blanch y Francisco Escala. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Coro de A.A. del Teatro de la Maestranza. Producción de Santa Fe Opera, San Francisco Opera y Gran Teatre del Liceu. Teatro de la Maestranza, sábado 12 de octubre de 2019