El reportaje literario

El aire inglés de Peyró convertido en ensayo eterno

La última obra del escritor madrileño Ignacio Peyró es una puesta en limpio de sus artículos de tema británico publicados en los últimos trece años, y como en sus libros anteriores, asistimos al hechizo de una prosa capaz de atraparnos, sin orden, en cualquier página

Álvaro Romero @aromerobernal1 /
26 dic 2021 / 09:09 h - Actualizado: 26 dic 2021 / 09:13 h.
"El reportaje literario"
  • Ignacio Peyró.
    Ignacio Peyró.

El último libro de Ignacio Peyró –autor de otras joyas tan leídas como Comimos y bebimos o Ya sentarás cabeza- se titula Un aire inglés, está publicado por Fórcola y es de una belleza exquisita tal que uno podría estar repasándolo sin leerlo durante días, como ocurre con esas ediciones bíblicas en las que, de entrada, cuenta tanto el tacto como el contenido. También, como ocurre con las biblias, el volumen tiene la capacidad de hechizarnos en cualquier página al azar, porque no se trata de un libro de una pieza, sino de un volumen con muchísimas piezas, tantas como artículos sobre tema británico como ha publicado Peyró desde 2008 hasta prácticamente hoy. Son muchos, claro, y en muchísimos medios de comunicación, desde El País, El Mundo o ABC hasta Vanity fair, Ínsula o Esquire, entre otros. No en vano la obra se subtitula “Ensayos hispano-británicos”, Peyró es director del Instituto Cervantes en Londres desde 2017 y tiene una pinta de inglés que solo desmiente su enorme capacidad para conocer a fondo tantos rincones de la esencia hispana desde esa media sonrisa que solo un extranjero puede articular.

A Peyró lo han comparado ya con muchos autores a los que él ha leído y sobre los que ha escrito: Josep Pla, Néstor Luján, Azorín o Paul Morand. Todo porque escribe bien y porque toda su obra –este libro también- no busca otra cosa que ser fiel a un modelo de prosa española capaz de dar una continuidad solvente a la tradición de la que proviene. El autor madrileño saltó a la fama en 2014, con solo 34 años, precisamente por su inusual anglofilia demostrada en su monumental Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa, que fue un primer acercamiento al pragmatismo inglés, a su cultura y su herencia contra todo tópico construido desde lejos. En estas nuevas variaciones se profundiza en la estética inglesa, en su política, su monarquía y hasta en su gastronomía, y el lector cuenta con la libertad de empezar y terminar por donde quiera.

El aire inglés de Peyró convertido en ensayo eterno
Su libro ‘Un aire inglés’.

Arquitectura y obstinación

El libro, dividido en siete partes desiguales, se abre agavillando varios artículos –tantas veces pequeños ensayos- bajo el título que lleva el propio libro y en torno al gusto inglés por su esencia arquitectónica. Ahí destaca la peripecia del escritor James Lees-Milne (1908-1997), diarista como el propio Peyró y “defensor de una belleza antigua frente a los enemigos de todo lo que es hermoso”, como las casas de campo de Inglaterra. Fue este señor quien consiguió que decenas y decenas de propietarios entregaran las llaves de sus casas al National Trust antes de que estas desaparecieran y según un acuerdo por el cual le transferían la propiedad de estas grandes mansiones al tiempo que podían habitarlas indefinidamente e incluso transmitir su uso por vía hereditaria. Gracias a ello, el Patrimonio Nacional británico, que solo poseía dos country houses en los años 30, tenía 240 en 1995. Y casi todo gracias al “tacto y diplomacia” de Lees-Milne, así como a su gusto y su instinto paternal hacia las casas. Asegura Peyró que “a él le tocó mediar en los conflictos diarios entre la conveniencia de los dueños y el interés de los herederos, las exigencias del arte y el filisteísmo de la Administración. A él le tocó seducir a quienes no querían ceder sus casas y alejar de sí –con las mejores formas- a tantos propietarios cuyas mansiones no interesaban”.

Ese mismo afán conservacionista se subraya en el príncipe Carlos de Inglaterra, en cuya pasión por la arquitectura, dice Peyró, debemos descartar la vía genealógica, pues Jorge III barajó la posibilidad de demoler el palacio de St. James y plantar en su solar un campo de nabos. El caso es que a Carlos, partidario de un urbanismo dotado de medida humana, le reconoce todo el mundo el mérito de haber devuelto a la conversación pública el gran arte público desde su crítica de la arrogancia de unos proyectos más fotogénicos que habitables, “bloques de hormigón donde solo prosperan el orín y la pintada”.

El aire inglés de Peyró convertido en ensayo eterno
Peyró, escoltado por Eduardo Mendoza y Javier Cercas.

Y por seguir señalando a héroes ingleses, esta parte del libro se cierra con Francis Chichester, el primer hombre que, entre 1966 y 1967, dio la vuelta al mundo navegando en solitario después de haberlo intentado por el aire. “En nuestros días”, reflexiona Peyró, “un propósito semejante hubiera sido un acontecimiento, hubiera contado con el apoyo de marcas de bebidas isotónicas, hubiera tenido el seguimiento de las televisiones y las redes, pero en su época Chichester tenía que hacerlo todo –y pagarlo todo- solo. Por eso cuando, ante la vista de las autoridades, estrelló su avión contra unos cables de teléfono en Katsuura, no le quedó más salida que renunciar. Había estado a punto de perder los testículos y, de paso, la vida”. Al final de sus días, concluye Peyró tras un retrato también psicológico, “le supo más dulce que Isabel II le nombrara caballero con la espada de un ilustre antecesor: sir Francis Drake”.

Política y monarquía anglosajonas

Especialmente interesantes resultan esos capítulos (artículos originalmente) dedicados a grandes nombres de la historia anglosajona. Un ejemplo, Winston Churchill, quien tras perder las elecciones generales tan solo dos meses después del Día de la Victoria, tuvo ocasión de meditar que “todas las grandes naciones son desagradecidas”. “En su cuesta abajo”, recuerda Peyró, “aún conocería un estrambote –del 51 al 55- para repetir como premier”. “Después, tuvo tiempo para sus libros, para su acuarelismo, para la afición a la albañilería, para ir de crucero el yate de Onassis, ya fatigado y desahuciado, sin dejar nunca lejos de la mano ese whisky ligero como un enjuague, con la última tristeza de ver cómo el Imperio británico se resolvía en sombra”. Churchill es de los personajes que vuelve a aparecer en el libro –que si peca de algo es de la repetición natural, a veces incluso literal, por incluir artículos sobre la misma temática-, y en este primer capítulo se une al general De Gaulle como asistente de excepción a su entierro. “Churchill, De Gaulle: ambos habían estado juntos en la hora del triunfo y la tragedia. Ambos sabrían, con plena justicia, del poder y de la gloria. Algo de su lucha pervive hoy en nuestra libertad”, insiste Peyró.

De uno de los vencedores de la II Guerra Mundial se pasa a reflexionar sobre un concepto muy en la retina de Peyró: el del gentleman decimonónico que puede dar lecciones al político de hoy porque hereda el legado de la caballería medieval y aun de los gentiles homines romanos, emparentados moralmente con el gentil homme francés, el gentiluomo italiano y el hidalgo español. “Como recordaron lord Chesterfield y Voltaire”, dirá el documentado Peyró, “la noción de gentilhomme será más alusiva a la elegancia, a la finura y al estilo, en tanto que el gentleman se verá enriquecido en su significado hasta abarcar también el carácter, la integridad, un sentido del deber”. Citando al periodista y politólogo Walter Bagehot -tal vez la referencia más citada en todo el libro en torno a consejos para monarcas de todos los tiempos y sobre la llamada “monarquía del bienestar”- Peyró concluye que “sería deseable el recauchutado de esas gentes sensatas que queremos que nos gobiernen” porque “el sentido del honor del gentleman bien podría ser el mejor contraveneno para el imperio de la mediocridad que hoy nos domina”.

Al partido de los conservadores británicos, precisamente desde Churchill hasta Cameron, también se le dedica buena parte del libro, yendo a los orígenes de Disraeli en que “un programa político podía tener cabida en una novela”, pues es ahí “donde mejor puede entreverse que si los tories son el partido natural de Gobierno es por haberse definido previamente como el partido de la nación” y por tener claro que sin un énfasis en las obligaciones e instituciones de la comunidad, el liberalismo puede ser un individualismo vacío sobre el que también reflexiona Peyró ampliamente en la parte dedicada a la anatomía del Brexit, que recoge parte de la conferencia que impartió en noviembre de 2016 en el Aula de pensamiento político de La Térmica (Málaga) a invitación del catedrático Manuel Arias Maldonado.

También Isabel II, como paradigma de reina contemporánea, tiene especial protagonismo en un libro de aire tan inglés. “En sus sesenta y cinco años de reinado”, escribió Peyró hace cuatro años en el diario El Mundo y repite ahora en el libro, “ha sobrevivido al desastre de Suez, a la guerra de las Malvinas, al IRA y al Brexit, e incluso tuvo el temple de tratar con un intruso que se coló en Buckingham”. “Tras pulverizar la longevidad de la reina Victoria sobre el trono, Isabel II es monarca constitucional de dieciséis países, pero en el suyo es simplemente La Reina, parte del paisaje familiar de todas las generaciones que viven en las islas, inmutable como la lluvia fina, los acantilados de Dover o la expresión de estupor de su hijo Carlos. Si el Imperio ha ido siempre a menos, ella ha ido siempre a más. Es característico de su discreción que haya sido uno de los genios políticos de nuestra época y no se haya dado cuenta casi nadie”, dice Peyró, orgulloso de haberse dado cuenta él.

Del exilio español en Londres

Especialmente emotivo –y significativo- es el repaso que el autor le da al exilio londinense de tantos españoles desde la década ominosa de Fernando VII. “Desde que el Cid, “tan fuertemente llorando”, tomase el camino del destierro, hay quien ha querido ver el éxodo como un designio entre nosotros, como una maldición propiamente española”, advierte Peyró al pasar por la estación de Euston Square, muy cerca de donde vive, por cierto, y antes de acordarse, inevitablemente, de alguno de los huidos más insignes de aquella época, como Blanco-White, pero sobre todo de toda esa literatura que, como nos advertía Romero Murube, estaba hecha más allá de los Pirineos por viajeros foráneos para los que “España no es España si deja de ser romántica, con su hambre, su ignorancia y sus negros fantasmas”, en palabras de Jiménez Lozano. Esos tópicos, reforzados de generación en generación, “han hecho sentir su desaliento a la hora de mirarnos nosotros mismos al espejo”, opina Peyró, que se acuerda del autoexiliado Cernuda, para quien España es “solo un nombre”, pero que también es capaz de advertir de que, contra el criterio de cierto viajero decimonónico cuando hablaba de la “imposibilidad física del ferrocarril en España”, “por esos caminos de bandoleros hoy acelera el AVE”. “Aquí en Londres”, subraya Peyró desde su perspectiva actual, constructiva, “si hay un español por Euston Square no es porque sea un exiliado: es porque va a la sede de cierta empresa, también española, llamada Banco Santander. No, no todas nuestras historias terminan mal”.

El último libro de Peyró, en fin, es una amplia aproximación a nuestra relación con esas islas intermitentemente europeas sobre cuyas formas ya sentenció su admirado Pla: “Cuando llega la hora de la verdad, lo único que no defrauda, lo que se mantiene, lo que proporciona una forma de vida plausible y tolerable son las formas del espíritu inglés”. Y eso, para Peyró, es una verdad esencial incluso para abordar asuntos tan prosaicos como esta Navidad comercial que ya tenemos encima, acordándose de Dickens o de Shakespeare, o de esas imposibles salsas británicas para disimular una comida inglesa, a su juicio, mejor de lo que la pintan pero en la que va a seguir investigando después de haber pasado toda la pandemia allí. Y lo que le queda, buceando de paso en una Inglaterra que, aparentemente, ha dejado de existir.