«En Sevilla lo que gusta es el morbo y destruir»

El bailaor sevillano regresa a la Bienal en el teatro de la Maestranza con su último espectáculo, ‘D. Quixote’, una coreografía realizada a partir del clásico cervantino en la que trata de hablar de cuestiones de candente actualidad

16 sep 2018 / 07:00 h - Actualizado: 16 sep 2018 / 07:00 h.
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  • El bailaor sevillano Andrés Marín, en una imagen de archivo. / Andalucia.org
    El bailaor sevillano Andrés Marín, en una imagen de archivo. / Andalucia.org

—Estrenó en el Cahillot de París. ¿Francia trata mejor a los flamencos que España?

—España no tiene la infraestructura de seguimiento, Francia simplemente tiene mucha más tradición de apoyo a la cultura, y mejores gestores. Es cuestión de voluntad política y de educar desde el colegio para que luego se llenen los teatros. Nos llevan mucho adelanto, y se nota. Pero también hay esperanza de que la cosa vaya cambiando.

—Aquí todavía hay quien piensa que invertir dinero en cultura es tirarlo...

—No entienden que un pueblo sin cultura no es nada. Seríamos títeres. La cultura es la expresión del hombre, de su imaginación, lo que nos separa de los otros animales. ¿Imaginas un país sin arte, sin teatro, cine, circo, música... ¿qué sería?

—¿Está cerca el momento en que la referencia del flamenco sería Nimes y Mont de Marsan, y no Sevilla?

—No, no lo puedo imaginar. Aunque el flamenco es universal y ha traspasado fronteras, y aunque mucha gente se empeñe en criticar la Bienal a diestro y siniestro, Sevilla tiene en cartel a la mayoría de las figuras que hay en este momento, guste o no. Cada uno tendrá su criterio, pero los teatros están llenos, y Sevilla está espléndida y llena de cursillistas... La Bienal el sitio más importante que ama y acoge el flamenco, más que Jerez y más que ningún otro. Algunos se quedarán fuera, como yo me he quedado fuera alguna vez, y no pasa nada. Pero aquí lo que gusta es el morbo y destruir, cuando deberíamos unirnos y luchar y remar por el flamenco.

—Usted fue quizá el primer transgresor de la última generación de flamencos. ¿Le fastidia que otros hayan usurpado esa etiqueta?

—Yo hago mi trabajo, sé lo que he aportado y estoy tranquilo conmigo. Y lo que quiero es seguir haciendo y abriendo ventanas. De lo que se trata, es de lograr que el trabajo esté bien terminado, otra cosa es la anécdota. Para mí es un honor que hayan cogido cosas mías, y no creo que me hayan usurpado nada. Estoy contento de haber aportado valentía y libertad.

—Capirotes, campanas, gallinas... ¿Es más fácil, o más difícil hoy escandalizar?

— La gente se escandaliza sola. Aquí se vive de bareto y de anécdotas, se quedan en una imagen sin ir más allá. Pero en su día me pareció más interesante bailar con quince gallinas, algo que ya hacía Manuel Torre. Y el espectáculo de las campanas con Llorenç Barber me dio 150 funciones, porque lo que aquí parece una anécdota, otra gente lo ve como arte. Deberíamos no pensar tanto en La Mejorana, o en La Macarrona... Que es mentira todo, porque quienes hablan no las conocen, viven en una ficción, en un tiempo que no conocieron. A lo mejor bailaban fatal en aquella época ¿y qué? Mejor cojan a los creadores de hoy, y se vanaglorien de lo que tienen. Yo me siento libre, y quiero seguir haciendo cosas con inteligencia, calidad y respeto.

—¿Se siente incomprendido por la crítica?

—Claro que me comprenden, pero hablar de flamenco es complicado, y de literatura, como en el caso de Don Quixote. Fue Cristóbal Ortega el que me ofreció hacer un Quijote en la anterior Bienal, a mí nunca me había interesado, pero empecé a verle su complejidad y fui a buscar a un dramaturgo de los más radicales que hay, Rodrigo García, que a su vez me puso en contacto con Laurent Berger. Eso sí que es un intelectual que entiende las capas que tiene un texto. Al final, el resultado es como ir al campo, donde hay una flor, un pájaro, los colores de la tierra, y no sabes a qué prestarle atención. Aquí tocamos la sexualidad, la libertad, los sin techo, los falsoso mitos, el patetismo, la ironía...

—A propósito de Laurent Berger, ¿necesitan los espectáculos flamencos un respaldo académico? ¿Se acabó el vámonos que nos vamos y que sea lo que dios quiera?

—El vámonos que nos vamos no se va a acabar, pero la gente culta ha estado también siempre ahí. Ya Demófilo lo era, y escribía letras flamencas. Y el teatro flamenco existe desde el principio de los tiempos. No podemos vivir en el pasado, no me parece prudente. Gades contó Bodas de sangre, y Mario Maya Camelamos naquerar, y yo he hecho un Quijote. Pero a veces hablamos sin memoria, sin criterio... Lo que a mí me interesa es meterme todos los días y seguir pensando para que las generaciones venideras no se queden en el folclor. Porque hoy se levanta Marchena, y es vanguardista.

—Ha actuado usted junto a bailarines de hip hop, artistas de Rajastán... ¿Qué le queda por hacer, que le llame la atención?

—La verdad es que me llama la atención todo lo que tenga calidad, bajo mi prisma. Soy muy aventurero, en cualquier cosa me meto. Lo que no me llama la atención son los bolos de aquí te pillo aquí te mato, o los festivalitos de bailar mientras ves a la mujer de delante comiendo pipas. Me interesa todo lo creativo.

—¿Le veremos cantar alguna vez, ya que es usted muy aficionado?

—José de la Tomasa me lo dijo también, y algún día voy a hacerlo. Lo llamaré algo así como Yo le canto a mi baile, y si no es un espectáculo en sí mismo, lo meteré en el contexto de otro espectáculo.