Bienal de Flamenco

Miguel Poveda, el 'encantaor'

El mediático artista entusiasma en su regreso a la Bienal con un espectáculo de buena factura en el que rindió tributo a ‘Federico y su cante’ con Eva Yerbabuena, las Tatas de Santiago, Diego del Morao y Manuel Monje como artistas invitados

Miguel Poveda en la Bienal de Flamenco

Bienal de Flamenco de Sevilla

Sara Arguijo

Sara Arguijo

Lo primero que reclamó Poveda al pisar el escenario fueron los aplausos. En este regreso a la Bienal de Flamenco, tras catorce años de ausencia, el mediático artista venía dispuesto a ganarse al público que, en apenas unas horas, agotó las entradas de los dos conciertos que anunció en el Teatro Maestranza (donde este sábado vuelve a las 20.30 horas), siendo el primero en colgar el sold out.

Pero también a resarcirse con la afición de Sevilla que en otros encuentros previos en la misma cita no entendió las incursiones del catalán en la copla, la balada o la música latina y dejó de sentirlo como cantaor de lo jondo. Por eso, tal como advertía en el encuentro previo con la prensa, había esperado tanto para volver y lo hace ahora “que he estado más pegado al cante al flamenco y mi atmósfera está más aquí”, contaba a este periódico.

Miguel Poveda, durante su actuación en el Teatro de la Maestranza.

Miguel Poveda, durante su actuación en el Teatro de la Maestranza. / Laura León / Bienal de Flamenco

Federico y el cante se presentaba, por tanto, como un tributo a este poeta universal al que Poveda lleva años apegado y al que ya en 2018 rindió homenaje con su Enlorquecido. Aunque esta vez la inspiración parte de su obra Poema del Cante Jondo, que el dramaturgo escribió en paralelo a la organización del mítico Concurso de Cante Jondo de Granada de 1922 y que a éste le sirve para recorrer la constelación de voces y cantes flamencos que fraguaron la devoción de Lorca por la tradición.

“No dejen nunca de escuchar el cante de los grandes maestros del flamenco” reivindicó en el diálogo teatral que mantuvo con el pequeño Manuel Monje, quien asumió el papel del granadino de niño, introduciendo con tono rimbombante cada uno de los palos que interpretó Miguel a través de las palabras del propio poeta. Como aquello de pasaba por los tonos sin romperlo, con que describió a Silverio; de criatura martirizada por la luna, que utilizó para definir a la Niña de los Peines, o eso de cuerpo de gigante y voz de niña sobre Juan Breva.

Desde la cabal de Silverio a la saeta final que Poveda por primera vez se atrevió a cantar en esta la ciudad, el polifacético músico realizó un completo recorrido de seguiriya, la caña de Diego Bermúdez El Tenazas, media granaína de Chacón, taranto y fandango de Manuel Torre, tientos tangos de Pastora, cantiñas, petenera, bulerías de jerez, soleares de Tomás Pavón o la malagueña y verdial de Juan Breva, entre otros.

Lo hizo, además, con una propuesta de buena factura, duración precisa (hora y media), repertorio variado, buen ritmo y un excelente elenco (con la percusión de Paquito González y el coro y las palmas de El Londro, Los Makarines y Carlos Grilo), donde destacó la guitarra de un inspirado Jesús Guerrero, que demostró el dominio de su mano izquierda en la falseta con que abrió la malagueña y la sensibilidad con que mece las melodías por bulerías.

Claro que lo que más le funciona al catalán es precisamente el acercar a otros públicos el cante con un concepto escénico teatral y un concepto musical ligero que le sirve para convertir en temas o canciones los palos de más jondura. De ahí lo de interrumpir la seguiriya con un recitado antes de abordar el macho.

Es decir, aquí no faltó un perejil con el que distraer y deleitar a los asistentes, porque si algo sabe hacer bien a estas alturas este Premio Nacional de la Música y Medalla de Andalucía es poner todo a su favor. Ya sea tirando de cierres efectistas, teatralidad, golpes de reverb, impostada afectación, sensiblería, luces de neón o tercios alargados con imbricados melismas. Y también, por supuesto, trayéndose consigo una excelente nómina de artistas invitados que pusieran el compás y la flamencura que en él se echa de menos, como hicieron las Las Tatas del Barrio De Santiago (La Majuma, La Yoya, Luisa Garrido y Victoria Prado) por bulerías con la guitarra de Diego del Morao y el cante de Manuel Monje, donde evidenciaron que lo que remueve de lo jondo es esa naturalidad desparramada sin filtros. O como evidenció una pletórica Eva Yerbabuena que, con su genio, la curvatura de su espalda y el sonido contundente de sus pies frenéticos, se ganó todos los oles y vítores desplegando maestría por bamberas. “¿Qué es el duende?”, preguntó el cantante mientras recitaba a la bailaora. "Eso", contestó el patio de butacas señalándola a ella y a ese gritó salvaje que le salió del cuerpo antes de asumir la escobilla en el remate.

Lo que vimos esta noche fue a una figura de la escena dándose lo mejor que sabe, como en los tientos-tangos de Pastora que lleva años defendiendo en sus directos y una suerte de medley de cantiñas y bulerías en el que recordó las canciones Lorqueñas de Los cuatro muleros o el Anda Jaleo. Aunque se agradeció también momentos de recogimiento con la guitarra sola de Guerrero como en el taranto-fandango o en la petenera, donde sentimos que por primera vez se olvidó del formato.

Es verdad que justo antes de meterse por soleá se oyó a alguien espetarle que cantara por derecho. Quizás porque el deseo de “pasar a la historia como cantaor”, que había confesado a los medios, responde a la dificultad que encuentra para conectar con quienes buscan la jondura. Que no es tener voz, sino pellizco. Que no es cantar mucho, sino transmitir bien. Que no es casi nada, pero es lo más difícil.

En cualquier caso, tras un apoteósico cierre con la canción Sevilla –“siempre Sevilla”, resaltaba- y la saeta Gitano de Sevilla, que interpretó rodeado por la Agrupación Musical Virgen de los Reyes, Poveda se llevó de nuevo un baño de efusivos y merecidos aplausos a su entrega y su encanto. El de encantaor.

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