José de la Tomasa: la quinta columna de la Alameda

La voz de José de la Tomasa conoce todos los recovecos de Sevilla. Ha paseado tantas veces por la calle Feria que las letras que él mismo escribe han cogido el aroma de los chicharrones que venden en el puesto de esquina del mercado. Y su cante, como demostró en el exquisito y emocionante recital que trajo este jueves al Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, parece ahora reclamar una quinta columna de mármol en la Alameda, junto a los leones y a los emperadores Julio César y Hércules, con la que recordar el pasado jondo de uno de los barrios más flamencos del mundo y hacer justicia.

“El último eco de una Alameda viva”, como lo definía el director de la Bienal, Luis Ybarra, en la entrega del II Giraldillo Ciudad de Sevilla que se le ha concedido en esta edición por sus 50 años de dedicación y defensa de un legado familiar que por sí solo cuenta gran parte de la historia del cante: desde a su tío-abuelo Manuel Torre, su abuelo Pepe Torre o sus padres Tomasa Soto y Manuel Giorgo Pies de Plomo a su nieto Manuel de la Tomasa, digno heredero de la saga que ha debutado también este año en la cita jonda y al que dedicó la serrana con la que abrió el concierto.

“Estoy como un centinela de esto, salvaguardando lo que he vivido. Llevo toda la vida rescatando el cante de mi gente, y tratando de dar categoría a mi bandera flamenca”, había declarado al recoger el galardón.

En esta noche íntima el artista, junto a la guitarra cómplice y generosa de un infalible Antonio Carrión, dio una vez más una lección magistral de rigor, sabiduría y sensibilidad con una propuesta clásica y minimalista que, sin embargo, por rara avis, se torna en estos tiempos como rebelde. ¿O es que acaso hay algo más transgresor que ser fiel a uno mismo?

Con maestría, el cantaor fue enjuagando en su boca los tercios en unas conmovedoras soleares por bulerías que fueron para subirlo a la Giralda. Así, hasta completar un diverso repertorio donde demostró su versatilidad y la profundidad de su cante que, trasciende lo vocal, para abanderar una ética personal y firme.

Estoy como un centinela de esto, salvaguardando lo que he vivido. Llevo toda la vida rescatando el cante de mi gente, y tratando de dar categoría a mi bandera flamenca

El de la Tomasa de voz poderosa y limpia se buscó por taranto acariciando los tercios en unos bajos acogedores que Carrión embelleció con unas delicadas falsetas, siempre a favor del cantaor. Y nos hizo respirar Sevilla en unas delicadas “alegrías de la Alameda” en las que clamó su orgullo como sevillano con gusto y elegancia.

Ya con la garganta caliente arremetió la seguiriya que es marca de su casa como el que echa su último aliento, arrancando oles entre un público que sabía reconocer que la riqueza del cante jondo está en esa búsqueda.

Como en una liturgia diseñada de antemano, sus manos abiertas se proyectaron entonces en la fachada del Monasterio de la Cartuja en las soleares, los fandangos, las bulerías y la toná que, ya de pie y a modo de cierre, regaló a los asistentes feliz y entusiasmado.

Como un outsider, José Georgio Soto nos hizo bajar lo calle Calatrava para mostrarnos las aristas de una ciudad tan contradictoria como vehemente. Ésa que él comprende y representa cuando acompañaba con su eco colosal al mítico grupo de rock andaluz Triana, le canta saetas a la Macarena guapa, o practica un activismo jondo que defiende sin concesiones la silla de enea. Quizás, por eso, su figura concilia a los aficionados cabales que añoran el ambiente de Las siete puertas y a los bohemios alternativos que todavía hoy buscan refugio en algún bujío de este barrio cosmopolita y auténtico.