«Hoy sabemos que Messiaen también tuvo sus sombras»

‘El don de la fiebre’ nace a partir de la biografía del compositor Olivier Messiaen. Una figura esencial en la música del siglo XX con una historia personal que encierra las claves de su obra

27 jun 2018 / 18:42 h - Actualizado: 27 jun 2018 / 22:43 h.
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  • El escritor y poeta Marío Cuenca Sandoval es el autor de ‘El don de la fiebre’.
    El escritor y poeta Marío Cuenca Sandoval es el autor de ‘El don de la fiebre’.

Una novela sobre Olivier Messiaen (1908-1992), el compositor francés de vanguardia, una de las figuras más importantes de la música en el siglo XX. Una novela, El don de la fiebre, publicada en una editorial de la máxima difusión como Seix Barral. Su autor, Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975) temió que solo interesara a unos pocos. Pero siguió escribiendo y hoy sabemos que no es así. Solo falta ahora que las orquestas y los ciclos musicales españoles se decidan de una vez a dar difusión al legado de Messiaen. A ello debería poder ayudar este libro.

–¿Cómo llega a Messiaen, a la idea de novelizar su biografía?

–No era el proyecto original, yo estaba trabajando en un libro sobre el fenómeno de la sinestesia. Y apareció la figura de Olivier Messiaen, que era sinestésico más en un sentido metafórico que neurológico. Su peripecia vital me pareció fascinante y empezó a comerse el libro. Hubo un punto en el que me di cuenta que estaba escribiendo solo de Messiaen. Bueno... salvando las distancias a Dostoievski también le sucedió algo parecido. Crimen y castigo fue, en su origen, un sencillo panfleto contra el alcoholismo en Rusia.

–¿De qué manera le acompañó su música durante la redacción de la novela?

–Escribí todo el libro bajo el hechizo de su musica, especialmente de su Cuarteto para el fin de los tiempos (1940), que tiene mucho protagonismo y he escuchado cientos de veces. Diría que he vivido cuatro años dentro de su música. Honestamente antes de empezar el libro no era uno de mis autores de cabecera, pero la investigación me ha llevado a comprender el sentido de su creación. Eso sucede con bastante música contemporánea, es complejo acercarse a ella sin una base teórica o sin conocer, al menos, las motivaciones.

–Que el compositor fuera recluido en el campo de prisioneros de guerra alemán de Görlitz debió suponerle, de partida, un momento vital extraordinario...

–Messiaen sobrevivió a la guerra porque consiguió crearse una especie de cápsula espiritual compuesta de música y de religión. En aquel campo de prisioneros se le suministró papel pautado y se volcó en el proyecto de escribir su Cuarteto. Lo escribió para huir del frío, de la nostalgia, del miedo, de los parásitos...

–¿Cuál fue el mayor temor que sintió durante la escritura, el de dedicar un libro a un compositor de vanguardia o el de estar hablando de una persona fallecida hace no demasiados años?

–Ambos. Pero el escritor está en la obligación de acallar esas voces que señalan peligro. Porque de lo contrario, no escribes. Temía que el libro fuera una rareza, una extravagancia que solo interesara a unos pocos. Pero no es en modo alguno un texto que necesite un lector versado en música. Y tenía otro miedo, claro, el de ser consciente de que estaba escribiendo no sobre personajes, si no sobre personas. Y esas personas tienen derecho a una memoria digna. He querido ser lo más riguroso posible. Por eso he evitado hacer calificaciones morales.

–¿Mantuvo algún contacto con algún familiar o amigo de Messiaen?

–He tenido la fortuna de mantener un contacto fluido por correo electrónico con el pianista Peter Hill, que fue su biógrafo. Él entendió rápidamente que este era un proyecto respetuoso con la memoria del compositor. Y aunque no sabe leer español me consta que le han traducido algunos pasajes y le han gustado mucho.

–¿No sería lógico que El don de la fiebre se tradujera al francés?

–Se están negociando los derechos para ello. Aunque en Francia, naturalmente, hay una bibliografía abundante. Y se está produciendo un fenómeno en los últimos años, y es que se han publicado varios estudios sobre el papel de los artistas franceses en la época de la ocupación nazi. A Messiaen no se le ha señalado como un colaboracionista, pero sí que pudo aprovechar las circunstancias para alcanzar una posición cómoda. La plaza que obtuvo en el Conservatorio de París fue la de un compositor judío depurado... Y hay testimonios de alumnos suyos que dicen que Messiaen fue algo timorato a la hora de proteger o defender a los suyos. Ahora bien, su música está por encima de todo esto. Porque si valoráramos las obras de arte desde las implicaciones morales la práctica totalidad de la historia del arte tendría que ser ahora mismo impugnada.

–En la novela concede mucha importancia a las mujeres en la vida de Messiaen.

–Fueron fundamentales. Su madre, Cécile Sauvage, fue una poetisa con cierto prestigio que murió muy joven, de tuberculosis. Ella introdujo a Messiaen en el mundo fantástico de los cuentos de hadas. Y todo el mundo musical que luego desarrollaría le debe muchísimo. Incluso utilizó versos de su progenitora como fuente de inspiración. Luego está su primera mujer, Claire Delbos, violinista y compositora. Desde joven padeció una demencia, perdió la memoria y Messiaen la internó en un centro hospitalario. Mientras esa situación duraba conoció a Yvonne Loriod, una alumna suya que sentía fascinación por él y era bastantes años más joven. Durante mucho tiempo fueron pareja artística pero esperaron a que Delbos muriera para, tres años más tarde, contraer matrimonio. ¿Es posible que existiera una relación con Loriod mientras que Messiaen seguía casado con Delbos? Probablemente. Pero he intentado ser muy prudente con este asunto.

–Es curioso que, sin embargo, el crítico musical Alex Ross escribiera poco más o menos en su libro El ruido eterno que la vida de Messiaen carece de interés...

–Sí, viene a decir que las vidas de los santos no son novelables. No puedo discrepar más con esta afirmación. La vida de Messiaen me parece apasionante si eres capaz de penetrar en esa burbuja de ensimismamiento en la que vivió mientras las dos guerras mundiales pasaban a su lado. Además Ross le hace una única censura al francés; que era un hombre goloso. Hoy sabemos que Messiaen, como cualquier ser humano, también tuvo sus sombras.

–¿Servirá su libro para que los programadores tomen más en cuenta al compositor, prácticamente desconocido en los escenarios españoles?

–Ojalá. Aquí sigue siendo un raro al que prácticamente nunca se le interpreta. Algo que no sucede en Centroeuropa, no digamos en su país, Francia. Pero incluso en Estados Unidos se le difunde mucho; allí tiene un reconocimiento enorme. Hay incluso una montaña en Colorado que se llama Monte Messiaen.

–¿No le sorprende que habiendo sido un ferviente católico ni siquiera escuchemos en nuestras iglesias algunas de las piezas de su enorme legado organístico?

–Hizo mucha música religiosa, sí, pero con un lenguaje avanzado, de vanguardia, y eso choca mucho con la ortodoxia. Además Messiaen fue un católico muy peculiar; su religiosidad era bastante abierta en algunos asuntos, y no tenía la misma visión sobre el cuerpo y la sexualidad que la doctrina oficial.