Mientras otros espacios e instituciones han dado el cerrojazo ante la imposibilidad de ceñirse a las restricciones horarias sin sufrir un menoscabo irreparable, caso del Teatro de la Maestranza, cuyas doscientas únicas localidades permitidas hacen inviable cualquier evento, o la Sinfónica de Sevilla, que no habrá considerado conveniente trasladar sus conciertos a la mañana de los fines de semana como han hecho otras orquestas andaluzas, el Espacio Turina y algunas de las formaciones que llenan su rica propuesta cultural, hace malabarismos y juegos de prestidigitación para mantener cierta presencia de la música en nuestra ciudad. Pero ni eso parece suficiente para un público desconcertante, que llena calles y bares, donde además nos permitimos la licencia de prescindir de cualquier medida de seguridad como si fueran espacios libres de covid, y sin embargo da la espalda a la escasa oferta musical que milagrosamente sobrevive en nuestro entorno.

Un caso lamentable es el de la Orquesta Bética de Cámara, que tras años de conciertos y temporadas, no logra atraer un público fiel que llene los espacios donde actúa. Y no es ya responsabilidad suya, que han demostrado gran profesionalidad y ganas de hacer buena música, y que a lo largo de todos estos años han ampliado la oferta sevillana con programas mayoritariamente preciosos. Se trata de una orquesta que sin duda suma, aporta y merece nuestra confianza y fidelidad. Es como una relación sentimental, de amor o amistad, que mientras se riega y aporta no la despreciamos. Tampoco la Bética merece desprecio alguno, y el concierto de ayer por la mañana lo demuestra.

Michael Thomas, aprovechando las licencias que permite tocar de seguido, sin intermedio, propuso un concierto de estructura clásica pero ofrecido al revés. Es decir, empezó con una sinfonía, siguió con un concierto – lo único que se mantuvo en su orden habitual – y terminó con una obertura. Una de las últimas y mayores sinfonías de Haydn, que debe su título al hecho de que sonó cuando el compositor fue investido Doctor Honoris Causa por la Universidad de Oxford, en 1791, es una de las más hermosas y mejor planificadas, lo que no fue ajeno a la versión ofrecida por Thomas y una reducida Bética que solo acusó este particular en la cuerda, mientras el resto sonó con la esbeltez y la exuberancia que la partitura demanda. Si bien el allegro inicial resultó algo rígido y falto de vuelo lírico, mientras al adagio faltó serenidad a causa de una cuerda algo desvaída e imprecisa, el minuetto fue sin duda notable, con prestaciones impecables de maderas y metales, y una ajustada majestuosidad, y el presto final triunfó en impulsividad, potencia y contagiosa energía.

Jacobo Díaz volvió a encandilarnos con una pieza rara y encantadora, el Concierto para oboe y pequeña orquesta de Richard Strauss, de inspiración rapsódica y neoclásica ya avejentada en su época, 1945, pero tan evocadora y envolvente como la mayor parte de la producción del maestro alemán. Díaz logró dominar sus enrevesados compases sin aparente dificultad, controlando cada acento y matiz, sin desfallecer ante ninguna de sus agotadoras propuestas, haciendo gala de un fraseo inspirado y un legato férreo con los que consiguió un desarrollo animado y unas cadencias ejemplares. Especialmente memorable resultó el adagio, que transformó en un lied de fluida cantabilidad. La orquesta arropó apropiadamente, si bien echamos en falta en su interpretación algo más del inconfundible estilo del autor de Elektra. Para terminar una demostración de fuerza, heroísmo y elocuencia de la mano de Beethoven y su obertura de la música escénica compuesta para Egmont de Goethe, que la Bética convirtió en un dechado de virtuosismo y acción dramática.

BÉTICA DE CÁMARA ****

Temporada 2019-2020 de la Orquesta Bética de Cámara. Jacobo Díaz, oboe. Michael Thomas, director. Programa: Sinfonía nº 92 en Sol mayor “Oxford”, de Haydn; Concierto para oboe en Re mayor Op. 144, de Strauss; Obertura Egmont, de Beethoven. Espacio Turina, sábado 21 de noviembre de 2020