La historia de un puñetazo genial: de Vargas Llosa a García Márquez

Jaime Bayly consigue que Galaxia Gutenberg le publique una novela de raigambre metaliteraria, pues responde por primera vez en la historia a la última frase que le espetó el autor de ‘Pantaleón y las visitadoras’ al de ‘Cien años de soledad’ tras derribarlo de un puñetazo: «Esto es por lo que le hiciste a Patricia»

Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.

Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. / Álvaro Romero

Álvaro Romero

Nadie supo nunca, desde los albores de nuestra democracia en España, por qué el escritor peruano Mario Vargas Llosa le había dado un cinematográfico puñetazo a su colega colombiano Gabriel García Márquez en un teatro de Ciudad de México con la única explicación que alcanzaron a oír los periodistas allí presentes: “Esto es por lo que le hiciste a Patricia”. El escándalo, que terminó para siempre con la amistad de los dos principales escritores del llamado boom hispanoamericano, sucedió un día de febrero de 1976, y desde entonces, cada vez que le preguntaron a uno de los dos genios, ninguno de ellos dio una respuesta coherente a lo sucedido. El peruano Jaime Bayly acaba de publicar ahora una novela, Los genios (Galaxia Gutenberg), que no solo explica cabalmente la intrincada historia que hay detrás del puñetazo, sino que transporta al lector a aquellos maravillosos años en los que ambos genios eran amigos del alma en la Barcelona que va desde el Mayo del 68 francés hasta la muerte de Franco en nuestro país, mientras Gabo y su mujer, Mercedes Barcha, habían superado toda la miseria previa a la publicación de Cien años de soledad, que lo convirtió en un escritor millonario, y se habían instalado con sus dos hijos pequeños en la ciudad condal como cuartel general desde el que se iba redactando aquella novela sin puntos que se tituló El otoño del patriarca, y Mario y su esposa, Patricia Llosa, eran sus vecinos porque la agente literaria de ambos, la mamá grande Carmen Balcells, había convencido al autor de Pantaleón y las visitadoras para que dejara su trabajo como profesor para dedicarse a cumplir su sueño de ser íntegra y solamente escritor.

En aquel entonces, García Márquez llevaba a sus niños al cole y regresaba a casa para ponerse un mono azul con el que escribir cómodamente, aunque no se quitaba el mono de obrero ni para salir por la ciudad con su flamante BMW, arriesgándose, como ocurrió más de una vez, a que lo confundieran con un terrorista argelino. Vargas Llosa, por su parte, soportaba que su mujer, Patricia Llosa, a la sazón su prima hermana, lo mortificara con que, a diferencia de los García Barcha, ella tuviera que estar todo el día limpiando, lavando y planchando porque no tenía criada en casa, sin querer comprender, como le explicaba su marido, que Gabo vendía muchísimos más libros que él o que, como había sentenciado alguna vez la agente literaria de ambos, “Mario era el primero de la clase pero Gabo era el genio”. El caso es que la novela de Bayly no solo husmea deliciosamente en las vidas cotidianas de ambos escritores cuando aún no se habían transformado en los mitos literarios en que estaban llamados a convertirse, sino que indaga en los pasados explicativos de los dos hasta el punto de que el lector termina con la sensación de conocerlos mejor que las madres que los parieron, pues se narran cosas de las que seguramente ellas no tuvieron nunca noticia, como el romance de Gabo con su novia Tachia en París, cuando él llegó de corresponsal de El Espectador, huido desde Colombia tras el Relato de un náufrago que no se había convertido en libro aún y se mantuvo una buena temporada comiendo de las sobras de los restaurantes, y transigiendo a que ella abortara una niña, a la que iban a llamar Remedios, como la Bella, porque no tenían cómo mantenerla, aunque muchos años después él se despertara de sus pesadillas pidiéndole perdón a aquella niña que nunca nació...

Un donjuán llamado Mario

El hilo conductor de la historia es la infidelidad de Mario Vargas Llosa a su prima hermana y esposa, Patricia Llosa, cuando en el viaje de regreso a Lima -porque ella se había empeñado en llevar una vida más cómoda y solo en la capital peruana era posible- Mario cae rendido ante la belleza de la modelo Susana Díez Canseco. Mario había abandonado a su tía Julia Urquidi (hermana de la madre de Patricia) para casarse con su prima, Patricia Llosa. De modo que sus tíos, que durante una década fueron también sus cuñados, se convirtieron de súbito en sus suegros. El lío de parentescos puede hacer que el lector regrese sobre estas líneas, pero es así. Las relaciones familiares de Mario eran tan complejas, que a este lío provocado por sus dos matrimonios se le unía el hecho de que odiara a muerte a su propio padre, Ernesto Vargas, quien había tenido solo un hijo con Dorita Vargas, él mismo, y otros tres con otras mujeres, y que maltrató física y psicológicamente al escritor desde el principio. Antológica es la escena de la boda, con solo seis invitados, entre Mario y Patricia, cuando irrumpe con una pistola el padre del novio gritándole al cura que aquella ceremonia debía interrumpirse porque los contrayentes eran primos hermanos. Para entonces, Mario le había perdido absolutamente el miedo y el respeto al padre y consiguió humillarlo arrebatándole la pistola y poniéndosela en la cabeza con la amenaza de que o se iba o le volaba los sesos allí mismo.

El matrimonio fue relativamente feliz hasta el flechazo o la calentura de Mario en el barco de regreso a Lima, cuando a él se le agolpan los arrepentimientos de haber sido padre tres veces por el solo deseo de Patricia y el agobio de dejar de ser escritor por la presión de su vida doméstica. Fue en el mismo barco donde Mario le confesó a su mujer que la dejaba porque se acababa de enamorar de Susana, con quien previamente habían pasado unas jornadas maravillosas. Y es después de la travesía, con Patricia abandonada con sus tres hijos en casa de sus padres (tíos, excuñados y suegros en solfa de Mario), cuando la trama de la historia de Bayly comienza a latir de un modo inquietante, entre el pasado de todos y el futuro de una pareja que solamente Carmen Balcells era capaz de predecir cuando le anunciaba a Patricia que Mario volvería...

Entretanto, la historia de ambos matrimonios (el de Mario con Patricia y el de Gabo con Mercedes) está tan salpicada de anécdotas tan propias del realismo mágico, que el lector se llega a olvidar por momentos de la separación de Mario y Patricia porque todo lo que se cuenta en el libro merece la pena saborearse, empezando por ese enrevesado argumento real de que la primera mujer de Mario, su tía Julia, tomase un taxi para tirar todos los libros de su exmarido desde un puente sobre el río Sena, y que su segunda mujer, Patricia, se tomase la misma venganza pero con la diferencia de quemarlos poco a poco en la chimenea del hogar de Barranco en el que iba a vivir con su marido pero en el que se acabó instalando con sus padres y sus tres hijos. En aquella chimenea, la cornuda y dolorida Patricia quemó los libros que Mario más estimaba, los firmados por Borges, Cortázar, Fuentes, Monterroso, Cela, Umbral, Mutis, Ribeyro, Bryce Echenique o el propio García Márquez, entre otros muchos. Pero la historia en aquellas noches pirómanas de la sofocada Patricia no había llegado ni al ecuador.

El divino Gabo

García Márquez y Vargas Llosa se habían conocido en el verano de 1967 en el aeropuerto de Caracas. El primero acababa de publicar la novela que lo catapultaría a la fama mundial, que lo haría rico y que resumiría todos los motivos literarios para que consiguiera el Nobel, tan prematuramente, en 1982. El segundo era ya un escritor aclamado por la crítica que estaba a punto de terminar su cuarta novela y que, como les ocurrió a todos aquellos escritores que deslumbraron en el Viejo Mundo por primera vez en la historia de América, conjugaba a la perfección la fabulación de un universo mágico con todo lo que le había ocurrido de veras en su propia vida. Después del éxito de La ciudad y los perros en 1962, publicada por Carlos Barral en su editorial barcelonesa tras darle el premio Biblioteca Breve, y en la que Mario recreaba sus años en el infierno de un colegio interno que lo obligó a convertirse en hombre, había escrito Conversaciones en la Catedral, y estaba terminando una novela cuyas putas omnipresentes tenían tanto que ver con las que él mismo había disfrutado desde que se estrenó como hombre: Pantaleón y las visitadoras, una historia que poco después iba a desenrollarle su capacidad como director de cine en una adaptación que hizo José María Gutiérrez en la República Dominicana, con José Sacristán y Katy Jurado como protagonistas el mismo año en que agonizaba Franco. Precisamente hasta aquel rodaje, y frente a la actriz estrella abierta de piernas para que Mario la depilara, se extiende la historia de esta historia y el desencuentro con Patricia, porque fue su novia Susana quien los sorprendió en el camerino y quien le dejó una carta despechada para que no la llamara más...

Pero mucho antes de esa carambola, y mucho antes del famoso puñetazo, Mario había deificado a Gabo tras terminar deslumbrado por la lectura de Cien años de soledad. A Mario le pareció una novela tan soberbia, una Biblia lationoamericana tan imprescindible, que consideró a su autor mejor que a Cervantes y se puso manos a la obra para escribir un ensayo en el que explicaba cómo García Márquez había matado al mismísimo Dios para colocarse él en el puesto de nuevo creador. El larguísimo ensayo se tituló García Márquez: Historia de un deicidio, y corroboró la admiración sin ambages que el peruano le profesaba al colombiano, hasta el punto de atender sin rechistar la sugerencia de Balcells y trasladarse hasta Barcelona como vecino de Gabo.

En aquellos cuatro años como vecinas, ambas familias –la de Gabo y la de Mario- habían llegado a intimar no solo como compadres, sino como amigos de toda la jet set artística que pululaba entonces por aquella urbe más europea que española, desde Oriol Regás (el hermano de Rosa) con su discoteca Bocaccio hasta Ricardo Bofill, pasando por Jaime Gil de Biedma, Juan Marsé, Jorge Edwards, Jorge Herralde, Ventura Pons, Esther Tusquets, Beatriz de Moura o un jovencísimo Enrique Vila-Matas, que se dejaba caer por aquella discoteca para cosechar ingredientes en una columna de Fotogramas que llevaba por membrete Oído en Bocaccio.

La fiebre de los dictadores

En el libro de Bayly –salpicado de profecías que atañen a Trujillo o Isabel Preysler- se cuenta tan detalladamente la relación de los escritores latinoamericanos con aquellos dictadores que prometieron la revolución y que paulatinamente se fueron convirtiendo en tiranos, que solo con ello habría materia para una obra interesantísima. La amistad de Gabo con Fidel Castro se antoja en esta historia como un hito en el desencuentro de Gabo con Mario, aunque al principio todos comulgaran con el discurso del dictador cubano, hasta que García Márquez se enfadó porque Plinio Apuleyo Mendoza, su íntimo amigo de tantos años atrás, le falsificó su firma para una apoyar una carta abierta contra Fidel que Vargas Llosa publicó en un periódico francés contra el arresto del poeta cubano Herberto Padilla. “¡Son todos unos imbéciles!”, bramó García Márquez cuando vio su firma en el periódico y se convirtió en el único escritor, junto a Julio Cortázar, que después de aquel incidente siguió apoyando a Castro. “Si querían que Fidel deje en libertad a Padilla, me hubiesen llamado, y yo hablaba con Fidel y lo convencía de soltarlo. ¡No conocen a Fidel! ¡Ahora no lo soltará ni a cojones! ¡Fidel sabe de política y de literatura más que todos ustedes juntos, los firmantes de esa jodida carta!”.

Pero también Mario tenía su predilección por otro dictador, el general peruano Juan Velasco Alvarado, que lo invitó al entierro de su pierna derecha, oficiado por dos cardenales peruanos, después de que se la amputaran los médicos de Castro, como se narra en uno de los capítulos más horripilantes y divertidos del libro, que también explica la relación de patrocinio del dictador y su esposa, Consuelo Gonzales, con el matrimonio formado por el escritor Julio Ramón Ribeyro y su mujer, Alida Cordero.

La noche en cuestión

Lo más trascendente del libro es quizá que termina respondiendo, con todas las aristas que se suceden en medio, a aquella pregunta de Mercedes con su marido trastornado tras el puñetazo de Mario. ¿Pero qué le hizo Gabito a Patricia? Mientras Vargas Llosa terminaba su aventura de cineasta en República Dominicana, la relación de la despechada Patricia con Gabo y Mercedes se había acentuado hasta el punto de que ella, dispuesta a convertirse en escritora y aletada por la propia Balcells, le confesó al matrimonio amigo todas las miserias de su todavía marido y ellos le contaron la fama de putero que había arrastrado toda su vida, sin que ella lo hubiera imaginado. La noche en que Patricia tiene que tomar un vuelo desde Barcelona para regresar con sus hijos a Lima, cena con Gabo, Mercedes y otros amigos y termina borracha en la discoteca Bocaccio a solo unas horas de tomar el avión, para lo que García Márquez se ofrece a llevarla en coche. Iban escuchando vallenatos de los que Gabo interpretaba tan bien cuando supuestamente se equivocó de dirección y terminaron en el hotel El Castell de Sant Boi de Llobregat, por la insistencia de Patricia de que ya no le daba tiempo tomar aquel avión y debía esperar al siguiente. Jugando con la ficción, Bayly cuenta que Patricia, presa del alcohol y el resentimiento, jugó a su vez con esa última noche con el amigo del alma que era Gabo, y cuando este terminó de ducharse en la habitación donde ella lo había dispuesto todo para una despedida tan especial, se la encontró desnuda y dormida en la cama y tuvo así la salida honrosa de dejarla allí, aunque eso no fue exactamente lo que ella le contó a su marido cuando este regresó a Lima desde Nueva York, donde había vuelto a dar clases, y los dos se reconciliaron haciendo el amor mientras los oían los padres de ella y los tíos de él, que en un tiempo habían sido sus cuñados y que entonces volvían a ser sus suegros... El puñetazo de algunos meses después fue el punto final de una historia de amistad y el comienzo de otra historia de suposiciones.