El tren de la vida de Paco Camino le esperaba en la vieja estación de Córdoba para llevarlo -en un viaje iniciático- a través del Valle del Guadalquivir, la inmensa Mancha y las tierras del alto Aragón. Era septiembre de 1958 y se había ajustado su debut con picadores en la plaza de Zaragoza después de anotarse algunos éxitos toreando unas novilladas económicas en el mismo coso. Camino salió lanzado de aquella presentación maña y no volvió a bajarse de un tren que entonces tomó velocidad de crucero. Empezaba así la carrera de fondo de una gran figura, de uno de los toreros más completos de los años 60 y 70 –de toda la historia del toreo- que, sin saberlo, también estaba abriendo la puerta a una nueva época. “Tenía esa oportunidad: había que buscarla y aprovecharla. El tren de tu vida sólo pasa una vez y hay que cogerlo aunque sea subido en el tope”, rememoraba el maestro para un entrevista a El Correo desde su refugio campero de Arenas de San Pedro del que, hasta no hace mucho tiempo, seguía bajando periódicamente para visitar a los suyos en su Camas natal.
Este confinado 17 de abril -en 1960 fue Domingo de Resurrección- se cumplen 60 años justos de su alternativa en Valencia, una efemérides que sirve para certificar la entrada en la historia de este diestro fundamental, uno de los pilares básicos para comprender la historia del toreo en la segunda mitad del siglo XX. Con el doctorado de Camino se inauguraba, de paso, esa Edad de Platino que concentró en el mismo tiempo y en el mismo espacio a un grandioso plantel de figuras que devolvieron a la Fiesta a un esplendor parecido al de los años de Joselito y Belmonte. Después de la Guerra Civil, Manolete había reinado en solitario hasta su trágica muerte en la plaza de Linares y las sucesivas irrupciones de grandiosos matadores de toros como Pepe Luis Vázquez, Luis Miguel Domínguín o Antonio Ordóñez no implicaron ese carácter coral que caracterizaría al brillante, variado y amplio escalafón de los años 60.
España encaraba las primeras y tímidas aperturas de la dictadura y se adentraba en la felicidad efímera del desarrollismo. Es en esa España que se empezaba a poner al volante de un seiscientos en la que se inserta la eclosión del que sería llamado Niño Sabio de Camas. Después de tantos años, el maestro puede presumir de soplar esas sesenta velas de matador sabiendo cuál es su lugar en la historia: “Al cabo del tiempo sólo me acuerdo de lo bueno, lo malo ya se fue de la cabeza. Todo lo que viví entre mi niñez y mis 40 años es lo que más añoro. El tiempo te va dando las distancias, poniendo cada cosa en su sitio”, reflexionaba en la misma entrevista el veterano maestro, uno de los protagonistas imprescindibles de aquel tiempo irrepetible. “Además de haber muy buenos toreros todos eran muy diferentes. Diego Puerta, El Viti y Antonio Ordóñez eran los que más me llenaban. Ordóñez era anterior a nosotros pero era un torero que me arreaba y me encantaba. Cuando toreaba con él no tenía más remedio que arrimarme”, recordaba Camino.
Precisamente, sólo unos días después del doctorado del camero, su futuro compadre, el arrojado Diego Puerta –que era dos años más antiguo- inmortalizó a ‘Escobero’, un fiero ejemplar de Eduardo Miura que le sirvió para consagrarse en la plaza de la Real Maestranza certificando su rango de figura indiscutible. Un año después de aquellos acontecimientos tomaría la alternativa el diestro salmantino Santiago Martín El Viti, la tercera pieza maestra de ese cartel de tantas y tantas tardes grandes, base de todas las ferias de España. Cada uno de ellos, con su contrastada personalidad llenaría esa década que tampoco se puede entender sin el cataclismo que supone la irrupción de Manuel Benítez ‘El Cordobés’, que se hizo matador en 1963.
Precisamente Camino protagonizaría una de las anécdotas más sabrosas de su carrera alternando con El Cordobés en la plaza de Aranjuez. Fue el 1 de mayo de 1964: el diestro de Camas instrumentó un quite de los suyos a uno de los toros del lote del Ciclón de Palma del Río que se resolvió con unas palabras de más de Benítez. De las palabras se pasó a las manos y estuvieron dos meses sin dirigirse la palabra. Más allá de la anécdota, aquellas bofetadas simbolizaban dos maneras muy distintas, y totalmente complementarias, de entender el toreo. Pero este retablo torero no estaría completo sin el continuo referente clasicista del rondeño Antonio Ordóñez, que en aquellos años era ya un joven veterano y un espejo para la profesión: ya era torero de toreros.
De ‘Niño Sabio’ a gran maestro
En medio de este panorama impresionante, de esta plantilla de generales, el maestro de Camas se mantuvo en la primera fila del toreo desde aquel doctorado valenciano que ahora cumple seis décadas hasta su retirada definitiva, en 1983. Como un tributo inherente al peso de la púrpura, Camino siempre tuvo que arrastrar cierta fama de conservador, de esa famosa y presunta “mandanga” que asombra ahora si se comprueba su presencia perenne en los escenario más exigentes. El propio diestro explicaba hace una década que “cuando uno anda expuesto al juicio del público siempre le colocan defectos y virtudes. Pero no creo que se me pueda tachar de conservador. Fui un torero que dio la cara muchos años en todos lados. Estaba siempre puesto en Madrid, Bilbao, Logroño, Sevilla o San Sebastián. Si eso es ser conservador...”
Con o sin esa fama de conservador, el maestro sevillano llegó a conseguir la difícil ecuación de valor, capacidad y personalidad –llámenle arte si quieren- que le permitieron adquirir una solvencia profesional reservada para los elegidos: esa difícil facilidad que a veces se vuelve en contra de los diestros más completos en favor de artistas más febles. Según apreciaba el propio maestro esa facilidad, “se va adquiriendo; hay que asimilar muchas cosas nuevas cada día y estar pendiente de las reacciones de los seis toros que salgan de los chiqueros, de los tuyos y los compañeros, no perderse ni un detalle. Pero el valor hay que tenerlo por fuerza. Cuando sales a torear, cuando estás empezando, aún no has adquirido esa facilidad natural y tienes que suplirlo todo con valor. Y el valor nace con uno. Se tiene o no se tiene y cada uno lo interpreta de una manera diferente, desde el arte hasta el arrojo”.
Sólo ese valor le permitiría superar un larguísimo rosario de percances que habrían quebrado el ánimo de cualquiera además de asistir a la muerte de su hermano y banderillero Joaquín en la plaza de Barcelona. Es el mismo valor que alentó la recuperación de la gravísima cornada de Aranjuez cuando ya lo había conseguido todo en el toreo.
Dentro de su trayectoria, la plaza de Madrid ocupó un lugar fundamental. “Tarde en entrar en Las Ventas pero cuando lo hice no dejé de acudir cuatro o cinco tardes todos los años”, recordaba el torero explicando que “hay que dar la cara en todas partes pero Madrid es la plaza que más te da y te quita de España”. Y aunque el tiempo ha extirpado las espinas clavadas, no deja de ser paradójico que habiendo nacido tan cerca de la plaza de Sevilla, las circunstancias impidieron que el maestro de Camas diera lo mejor de sí mismo en el dorado albero del Baratillo. Camino cortó orejas, llegó a abrir la Puerta del Príncipe de novillero pero, tal y como él mismo admitía “no he sido predilecto en Sevilla pero no pasa nada. Sevilla es Sevilla y no pudo ser”. A pesar de la distancia y el tiempo, Camino nunca soltó amarras con su tierra. La historia está escrita y el nombre de Paco Camino figura con letras de oro.