Pintar ‘La tierra baldía’, de T. S. Eliot, un siglo después
La Sociedad de Amigos del País de Málaga acogió ayer la presentación del último libro del editor Pedro Tabernero: un homenaje al Premio Nobel inglés concebido desde la pintura del cubano Michel Moro
Álvaro Romero
Ahora que está a punto de cumplirse un siglo de la publicación del poemario más célebre de T. S. Eliot, La tierra baldía (1922), Andalucía ya se ha adelantado a la celebración de la efeméride con un peculiar homenaje del editor sevillano Pedro Tabernero: un libro de gran formato en el que se relee la famosa obra del autor inglés desde la perspectiva de 80 pinturas distintas del artista cubano Michel Moro. Se trata, en rigor, de la 12ª entrega de una colección ya muy conocida de Tabernero, la que conjuga en una misma publicación poetas y ciudades y que, en los últimos años, se ha detenido en Lorca o Juan Ramón Jiménez y Nueva York; en Borges y Buenos Aires; o en Pablo Neruda y Santiago de Chile. Esta colección, de hecho, enlaza la creación de grandes poetas con algunos de los mejores ilustradores y diseñadores de nuestro tiempo, teniendo siempre el referente gráfico como tema subyacente.
Thomas Stearns Eliot, más conocido por reducir su nombre y su primer apellido a iniciales, nació en Misuri (EEUU) en 1888. El también dramaturgo y crítico literario, que representa una de las cumbres en lengua inglesa gracias, sobre todo, a la publicación de La tierra baldía, se trasladó a Londres (Reino Unido) en 1914 y se hizo definitivamente ciudadano británico en 1927. De hecho, él mismo afirmó alguna vez que “mi poesía no habría sido la misma si hubiera nacido en Inglaterra, y tampoco si hubiese permanecido en Estados Unidos. Es una combinación de cosas”. Mezcolanza de culturas, heterodoxia de discursos. Lo que le gusta a Tabernero, que es un exquisito editor sevillano que se fija ahora en un poeta norteamericano que se hizo inglés no para publicarle sus versos sino para que un pintor cubano ofrezca una mirada distinta acompañado por las reflexiones de dos especialistas en la obra del poeta como son el gaditano José Manuel Benítez Ariza y el malagueño Pablo Bujalance. En la ciudad de este último, concretamente en la Sociedad de Amigos del País, se presentó ayer tarde la obra, cuya selección de textos ha sido responsabilidad del escritor y traductor Antonio Rivero Taravillo.
La última aportación de Tabernero, este homenaje al Premio Nobel de Literatura de 1948, supone una importante aportación gráfica que transporta la obra del inglés a una dimensión visual hasta ahora inédita. En este sentido, las imágenes de Michel Moro, las líneas de su trazo, le añaden una visión verdaderamente inusual, a la vez que la hacen partícipe de una apasionante mezcla de artes.
¿Solo un desahogo?
Benítez Ariza ha recordado que el propio Eliot afirmó en una conferencia en Harvard: “Algunos críticos me han hecho el honor de interpretar el poema en términos de crítica del mundo contemporáneo, lo han considerado incluso un importante ejemplo de crítica social; para mí fue sólo el desahogo (relief) de una queja personal y del todo insignificante contra la vida; es sólo un trozo de refunfuño rítmico”. Benítez Ariza señala que “no seremos nosotros quienes le contradigamos, a pesar de que el enorme caudal crítico acumulado en torno a La tierra baldía es poco menos que insoslayable e insiste en aspectos que parecen contradecir ese carácter primordial de simple desahogo, resultado de una crisis vital: la elaborada simbología del poema, por ejemplo, o su elaborada complejidad”. “Si se trataba de un simple desahogo”, abunda Benítez Ariza, “acaso Eliot se tomó demasiadas molestias para revestirlo de un complicado andamiaje conceptual, abundante en alusiones a las más diversas fuentes. Pero quizá la contradicción sea más aparente que otra cosa; si es que, tratándose de una personalidad tan compleja como la de Eliot, no hay que dar por supuesto que en la gestación y puesta a punto de una de sus obras más ambiciosas no habrían de registrarse toda clase de paradojas y contradicciones”.
Bujalance, por otro lado, recuerda que La tierra baldía “mantiene intacto su particular sortilegio sobre lectores de amplia índole, sobre todo cuando aflora la agudeza del crítico dispuesto a disfrutar el poema a la manera del forense o, seamos indulgentes, del arqueólogo descifrador de misterios”. “Que a estas alturas de la partida tal inclinación no sólo perdure, sino que se manifieste mayoritaria entre el público interesado en el poema”, añade Bujalance, “habría hecho las delicias de T.S. Eliot, quien consideró la poesía y la crítica manifestaciones confluyentes del mismo mester literario”.
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