Fútbol

La gabarra ya no es una leyenda, es un sentimiento: el Athletic pone Bilbao a sus pies

 Cientos de miles de bilbaínos desbordan las orillas de la ría del Nervión en la histórica celebración de la victoria de los vascos en la Copa del Rey

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Agencia ATLAS | Foto: EP

Sergio R. Viñas

No, no era una leyenda. Era real. Vaya si lo era. Cientos de miles de testigos en primera fila, millones y millones a través de las pantallas asistiendo a un acontecimiento descomunal e incomparable en su especie. La gabarra y todo lo que la ha rodeado este jueves en Bilbao no se explica con palabras, ni con imágenes, ni con sonidos. Se explica con la piel, porque tamaño acontecimiento ni se lee, ni se ve, ni se escucha. Ni se bebe, aunque a ratos pareciera que era lo único importante. Solo se siente. ¿Y en qué consiste el fútbol, la pasión por un orgullo común, cómo se explica el Athletic si no es a través de miles de corazones sintiendo lo mismo?

Ay, la gabarra. El trozo de madera más venerado desde la Santa Cruz, una barcaza remorcable y descatalogada para su uso genuino convertida en Santo Grial por la abstinencia y el deseo. Después de 40 años, los que habían pasado desde el último título del Athletic (dos Supercopas al margen), cogiendo polvo y padeciendo la erosión del viento sur que tanto atemoriza a San Mamés, al fin este jueves, campeón de la Copa del Rey de nuevo el Athletic, puso rumbo al Real Club Marítimo del Abra, en Getxo, para dar la bienvenida a unos nuevos héroes. Desde ahí, 12 kilómetros de navegación por el Nervión para siempre inolvidables para toda Vizcaya.

Los campeones del 84, presentes

El Athletic se subió a la deseada gabarra a eso de las 16.30 horas para darse un homenaje sin igual, con los futbolistas campeones de Copa ante el Mallorca, ataviados con el mismo atuendo que sus predecesores, los campeones del doblete de 1984, Dani, Clemente, Julio Salinas y compañía, presentes también en estos festejos en un barco anexo, camiseta blanca, camiseta rojiblanca y pantalones negros.

Porque la historia, he ahí otra palabra clave para explicar esta locura, lo marcaba todo. Miles de personas pensando en el 'aita' que no pudo ver de nuevo la gabarra, en la 'amama' que le inoculó la pasión por el Athletic y ya se fue. El nudo en la garganta cuando la plantilla llegó a la altura de San Mamés, ya en el tramo final del recorrido, y lanzó rosas blancas y rojas hacia el Nervión en recuerdo a los fallecidos. No había manera de no sentirse identificado en ese gesto, tan sencillo, tan simbólico.

Aficionados de todas las edades abarrotaban los 12 kilómetros de ría desde Getxo hasta el Ayuntamiento bilbaíno. Jamás se vio semejante concentración de personas en Bilbao, tampoco de garrafas de kalimotxo, de bolsas del Eroski (que hizo el agosto, visto lo visto) llenas de bocadillos, cervezas y agua y lo que se terciara. Se agotaron los suministros en los bares que estaban cerca del recorrido de la gabarra. Hasta algunos supermercados liquidaron su ‘stock’ de cerveza. Hemos venido a celebrar, sí, pero también a beber, pareció bramar Bilbao.

Porque fueron horas de espera hasta que la plantilla del Athletic, a eso de las 19.15 horas, desembarcó de la gabarra a los pies del Ayuntamiento. Hubo quien acudió de madrugada para garantizarse el sitio. Mesas y sillas de pícnic con sombrillas clavadas y neveras portátiles para marcar terreno, como si aquello fuera Benidorm en agosto. El sol, radiante durante toda la jornada, contribuía a la reminiscencia. No había quien pasara por el Ayuntamiento, punto final de todo, ya a las 11 de la mañana, ocho horas antes del éxtasis.

"Este es el famoso Athletic"

La gabarra, en realidad, solo era visible durante un par de minutos desde las orillas del Nervión. Verla, acompañada de un impresionante séquito de 160 embarcaciones, era casi lo de menos. El festejo consistía en la espera compartida con la familia, con la cuadrilla, con la pareja, con ese tipo de ahí al que no conozco de nada, pero que lleva una camiseta del Athletic y, ¡qué hostias!, es ya como si fuera mi hermano.

“Este es el famoso Athletic, el famoso Athletic Club. Estos son los campeones, aupa Athletic txapeldun”, fue el cántico estrella, ensayado durante la espontánea fiesta callejera que montó la plantilla la noche del martes por el centro de la vida, de una jornada inolvidable, un jueves laborable en el que dio la sensación de que nadie en Bilbao tenía que trabajar. Hubo empresas que dejaron a sus trabajadores irse antes, otras que concedieron días libres, alguna que simplemente hizo la vista gorda. Hasta quien vio la ocasión para dar el paso y dimitir de ese trabajo que le estaba amargando la vida.

¿Y todo esto por el fútbol? Pues sí y no. Es obvio que lo vivido este jueves en Bilbao trasciende por mucho al fútbol. Que no se trataba de reverdecer el recuerdo de una celebración que ni siquiera era tradicional, solo dos veces realizada antes en la historia, en 1983 y 1984. La gabarra, en realidad, es una metáfora del orgullo que siente un territorio que tanto ha sufrido durante décadas, primero el franquismo y luego ETA, por lo único que le ha unido y le une sin disidencias ni conflictos: el Athletic y la genuina forma que tiene de seguir compitiendo en el ultracapitalista e impersonal fútbol que nos ha tocado vivir.

"El club más fascinante del mundo"

No hace falta ganar para presumir de esta filosofía única. 40 años hemos estado sin ganar y siempre hemos presumido de hacer las cosas como las que hacemos. Pero si encima lo acompañas de un título como este, nos confirma que estamos en el camino correcto”, defendió orgulloso el capitán Iker Muniain en el Ayuntamiento, cuando los cánticos dejaron paso a los discursos.

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“Somos el club más fascinante del mundo”, resumió el entrenador de este Athletic campeón, Ernesto Valverde, porque la jornada también iba de presumir de bilbainismo y fanfarronería. ¡Qué menos, que somos de Bilbao! “Esperemos volver a ganar el año que viene”, añadió la leyenda José Ángel Iribar. Será el año que viene, al siguiente o dentro de 40. Pero el Athletic ya ha confirmado que puede volver a ganar, que la gabarra es real y que el sentimiento que genera una jornada así es indescriptible. Porque las palabras llegan hasta donde llegan, y vayan las disculpas por adelantado si no colman las expectativas. Pero la gabarra hay que sentirla. No hay otra.

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