Rafa Louzán, la política llevada a los campos de fútbol
Ha llegado a la poltrona del fútbol español gracias a su habilidad para tejer lealtades inquebrantables, el método que le llevó a la Federación Gallega y que le convirtió en uno de los grandes pilares del PP durante los 12 años que estuvo al frente de la Diputación de Pontevedra
Juan Carlos Álvarez
Hace diez años, después de ser desalojado de la política tras más de una década como presidente de la Diputación de Pontevedra, alguien le señaló a Rafael Louzán (Ribadumia, 1967) la posibilidad de realojarse en el mundo del deporte. El Partido Popular buscaba alguien que pelease contra el socialista García Liñares, alcalde de Cerceda, por la siempre golosa Federación Gallega de Fútbol y pensaron en él porque ya se sabe que la política no suele abandonar a sus soldados más fieles. Louzán se embarcó en la complicada tarea de levantarle la federación a un presidente que, gracias al funcionamiento casi siempre clientelar de estas organizaciones, creía tener bien amarrada la reelección. Le ayudó en esa tarea Gustavo Falque, presidente del Coruxo (Pontevedra) y hombre con un indudable peso en el fútbol gallego. Él fue quien lo introdujo en el mundo federativo, en la maquinaria que lo mueve, en las sensibilidades que hay que contentar y los imprescindibles requiebros que se exigen para crecer. No era un mundo tan distinto al que permite funcionar la política y mucho más las diputaciones. Aquello no era ajeno para Louzán. Cambiaban los nombres, algunas caras, pero no las formas.
Así, su candidatura consiguió contra pronóstico la victoria y en 2014 se convirtió en el presidente de la Federación Gallega de Fútbol con Falque a su vera. Pero la paz entre ellos duró apenas unos meses. Louzán desembarcó en la Federación con buena parte del equipo que tenía en la Diputación y por ahí empezaron los problemas. Se declararon poco menos que la guerra y cuatro años después Falque se presentó contra él en las elecciones a la presidencia. Lo que no imaginaba el presidente del Coruxo, confiado en el triunfo hasta el último momento, era que la Federación Gallega ya pertenecía por completo a Louzán y tras la configuración de la asamblea retiró su candidatura ante el evidente y humillante aplastamiento que se le venía encima. En cuatro años había conseguido que el extraño pareciese que llevaba toda la vida allí.
A nadie que le conozca sorprende que Louzán haya encontrado en el ecosistema federativo un mundo en el que crecer. En ese conglomerado de adhesiones interesadas que hay que alimentar de forma rigurosa porque de lo contrario caducan antes de tiempo, han encontrado cobijo su evidente ambición y su capacidad de trabajo. Cuando la inhabilitación de Pedro Rocha le abrió la puerta no dudó en entrar por ella aunque pesase sobre él la inhabilitación de siete años para cargo público como consecuencia de la condena por prevaricación que pesa sobre él. En su plan estratégico lo ideal era que el recurso del Supremo se resolviese antes de las elecciones a la Federación con la idea de llegar “limpio” al proceso, pero le fallaron los tiempos. Aun así no dudó en lanzarse a la carrera, en ir haciendo lo que mejor se le da, tejer lealtades hasta hacerse con el control de una asamblea que le ha dado por amplia mayoría la presidencia del fútbol española.
Louzán ha terminado por aplicar en el fútbol el modelo que le llevó a ser el hombre con mayor peso en el Partido Popular en la provincia de Pontevedra. Una circunstancia que tiene un indiscutible mérito en alguien que saltó a la política siendo bedel de un polideportivo municipal en su localidad natal. Fue José Ramón Barral “Nené”, alcalde de Ribadumia entre 1983 y 2001 quien le enseñó a dar sus primeros pasos en política. En 1995, con menos de treinta años, había entrado a formar parte de su equipo de gobierno en el Concello y cuando Barral fue detenido en una operación contra el contrabando de tabaco Rafael Louzán asumió la alcaldía de Ribadumia y solo dos años después se convirtió en presidente de la Diputación de Pontevedra. En ese cargo se mantuvo durante doce años, hasta que tras las municipales de 2015 los votos del Partido Popular fueron insuficientes para frenar la llegada al poder provincial de socialistas y nacionalistas del Bloque.
Durante los doce años al frente de la Diputación Rafael Louzán se convirtió en un personaje decisivo en el Partido Popular. Su crecimiento a nivel interno era evidente. Al frente de la administración provincial llegó después de hacerse con la Secretaría de Organización de los populares en Pontevedra; luego con la Secretaría General y más tarde con un puesto en el Comité Ejecutivo gallego. Pero el poder no es solo cuestión de cargos. Hay quien los tiene y no manda porque lo hacen otros a la sombra. En el caso de Louzán no hay dudas. Lo saben bien todos los que se cruzaron en su camino en los años en la Diputación. Movía la maquinaria del Partido Popular en Pontevedra con mano firme gracias al diseño de una red de afines que se conoció como el “sindicato de alcaldes”. Louzán era un negociador incansable e implacable que fue ganando peso en el Partido Popular y cuyo apoyo fue esencial también para que Alberto Núñez Feijóo se hiciese con la victoria en el congreso de 2006 que le entronizó como el líder de los populares gallegos. Sin Louzán puede que no hubiese sido posible.
En aquellos años en la Diputación llegaron también los problemas judiciales para él. El caso del campo de fútbol de Moraña (por el que se le condenó en 2022 y por la que fue inhabilitado para ocupar cargo público) es una pieza de la Operación Patos, causa impulsada por la Fiscalía Anticurrupción en 2013 que investigaba irregularidades en la adjudicación de contratos públicos por parte de más de una veintena de cargos tanto socialistas como populares. La mayoría fue archivada, pero no la suya. La sentencia condenatoria recoge que se había pagado en 2013 la cantidad de 86.311 euros por una obras de mejora en el campo de Moraña que ya se habían realizado antes. El recurso de Louzán le sirvió para la retirada de la condena por fraude, pero se mantuvo por prevaricación. Ahora será el Supremo el que deba resolver el recurso y dejarle vía libre para ejercer como presidente de la Española o convertirle en un presidente efímero y profundizar en el descrédito en el que vive instalado el fútbol español.
Los campos de hierba sintética, como el de Moraña, fueron el principal nexo que Louzán encontró para unir política y deporte porque una de sus actuaciones más habituales durante los doce años en la Diputación fue que inundó la provincia de nuevos terrenos de juego. No había concello, parroquia o barrio que se librase. Un método eficaz de alimentar las famosas fidelidades inquebrantables, pero también -sin saberlo en ese momento o quizá sí- de ir entrando en contacto con el mundillo en el que habitaría a partir de 2015, el año en el que llega a la Federación Gallega de fútbol. Durante este tiempo es indiscutible que el fútbol gallego ha crecido. Mejoró en instalaciones, creció en afiliados y aumentaron los recursos. A ojos de Madrid se convirtió en un barón poderoso. Negó a Villar, luego a Rubiales -que le pidió su apoyo pero se encontró con la negativa de casi todo el fútbol gallego- lo que le tuvo durante un tiempo en la lista negra del denostado presidente aunque luego acabarían por pacificar su relación en una nueva demostración de su capacidad para establecer relaciones “por el interés común”. Con Pedro Rocha la situación fue diferente. Desde el comienzo conectaron y el extremeño, sin importarle su situación judicial, le convirtió en uno de sus fieles y en el responsable de establecer puentes sólidos con la Liga de Fútbol Profesional (Tebas se ha convertido en uno de sus incondicionales), con la Liga F y con los sindicatos. Louzán vio entonces la oportunidad. En otoño, con sus fieles Luis Serantes y Amancio Varela siempre cerca, puso en marcha la maquinaria para gobernar en el incierto mundo de los barones territoriales. Y reinó en ese territorio de medias verdades y reuniones en voz baja porque es lo que siempre y mejor ha hecho.
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