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Actualizado: 26 jul 2021 / 18:20 h.
  • Cuadro de Luca Giordano.
    Cuadro de Luca Giordano.

A los abuelos maternos de Jesucristo, es decir, a los padres de la Virgen María, no se les dedica en la Biblia ni un solo versículo, ni siquiera en esas largas genealogías de Jesús que ofrecen los evangelistas Mateo y Lucas. Sin embargo, uno de los evangelios apócrifos que no se incluyeron jamás en ella, el de Santiago, sí los menciona a propósito de un milagro bastante recurrente en las historias bíblicas de todos los tiempos. Joaquín, antes de ser santo, era un hombre rico y piadoso cuyo animal para el sacrificio, sin embargo, fue rechazado en el templo porque no tenía hijos. Es sobradamente conocido que el asunto de la infertilidad (normalmente achacable a la mujer) es un clásico, desde aquella Sara, esposa del padre del pueblo elegido, Abraham, que llegó a parir con noventa años, hasta la prima Isabel de la propia Virgen, que dio a luz a Juan el Bautista también mayorcita, pasando por la madre del profeta Samuel, que por cierto también se llamaba Ana.

Los abuelos de Cristo no aparecen en la Biblia
San Joaquín y Santa Ana, por Durero.

El caso es que Joaquín, por ese motivo tan grave, se fue al desierto para ayunar durante cuarenta días como penitencia, lo cual recuerda bastante al retiro del propio Cristo, su nieto, antes de iniciar su vida pública. Unos ángeles se aparecieron tanto a Joaquín como a su esposa, Ana, para anunciarles que tendrían por fin un hijo –una hija, a la postre-, y solo entonces regresó él a Jerusalén (qué otra ciudad santa podría ser si no) para abrazar a Ana en la misma puerta de la urbe, estampa que ha sido congelada tantos siglos después por la historia del arte de medio mundo, desde el fresco medieval del florentino Giotto di Bondone hasta el famoso grabado del renacentista alemán Alberto Durero dos siglos después. El motivo recorre la historia del arte paralelamente a la tradición de la Iglesia, que en el fondo siempre ha sido bastante independiente de la literalidad bíblica. En pleno Barroco, el napolitano Luca Giordano inmortaliza a la Virgen niña con sus padres, los ancianos San Joaquín y Santa Ana, en un cuadro que hoy se encuentra en España, en la iglesia de San Miguel del mayor pueblo de Segovia, Cuéllar, que solo cuenta con 9.000 habitantes.

La fuerza de la tradición es mucho más vehemente que cualquier pasaje de la Biblia, y hace nacer a la abuela de Cristo, Ana, en Belén, y al abuelo, Joaquín, en Nazaret, dos localidades claves en los orígenes de Dios hecho Hombre. Tanto es así, que Joaquín y Ana encontrándose en la Puerta Dorada de Jerusalén es un asunto popularísimo en las representaciones religiosas de todos los tiempos, incluso cuando el Concilio de Trento, en el complicado siglo XVI por la aparición del Protestantismo, limitó la representación de los evangelios apócrifos. Ya en el siglo XX, cuando la libertad interpretativa de los abuelos de Jesús había llegado a que el propio Concilio Vaticano II cambiara hasta la fecha de su festividad a la actual del 26 de julio, una conocida letra flamenca -luego popularizada por Camarón de la Isla- decía así: “San Joaquín y Santa Ana / eran los dos canasteros. / Ay, abuelos del niño Dios / gitanito de los buenos”.

Los abuelos de Cristo no aparecen en la Biblia
Cuadro de Luca Giordano.

El lío de las fechas

La celebración litúrgica de San Joaquín no existe hasta que la incluye el calendario romano general en 1584. Aquella primera vez se celebraba el 20 de marzo, al día siguiente de la festividad de San José. Casi dos siglos después, en 1738, la festividad se trasladó a la Octava de la Asunción de María. El papa Pío X, a comienzos del siglo XX, trasladó esta misma festividad al 16 de agosto, para alargar así la relevancia religiosa del día de la Asunción. En la revisión del calendario romano general de 1969, tras el Concilio Vaticano II, se unió la festividad de San Joaquín a la de Santa Ana el 26 de julio. La devoción de la abuela de Cristo, en todo caso, es muchísimo más antigua que la del abuelo, pues data de por lo menos el siglo VI, de la época de San Hermenegildo.

Empatizar con los abuelos

Lo de que San Joaquín y Santa Ana, evidentemente abuelos por antonomasia, sean considerados patronos de los abuelos es algo mucho más reciente, sobre todo desde que sus dos onomásticas se unieron hace ahora 52 años. A partir de entonces la Iglesia terminó de hilvanar la idea de que San Joaquín y Santa Ana habían alimentado en su hija, la Virgen María, el amor hacia Dios y la prepararon para su misión, esperanzada en la llegada del Salvador de la Humanidad, como todo el pueblo de Israel.

Tal día como hoy de 2009, el papa Benedicto XVI, hoy emérito, resaltó las figuras de San Joaquín y Santa Ana por el rol educativo que los abuelos ejercen dentro de la familia. Para entonces, con un modelo de familia en el que ambos progenitores trabajaban, y mucho, fuera del hogar, los abuelos recuperaban un papel capital dentro de la crianza y de la economía familiar. El papa, siempre capacitado para una exégesis superior, dijo que los abuelos “son depositarios y con frecuencia testimonio de los valores fundamentales de la vida”. Cuatro años después, el papa Francisco, también en un día como hoy, en el marco de la Jornada Mundial de la Juventud en Brasil, aseguró que “los santos Joaquín y Ana forman parte de esa larga cadena que ha trasmitido la fe y el amor de Dios en el calor de la familia, hasta María, que acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo”.

Ya que los centros comerciales hayan convertido el Día de los Abuelos en una nueva excusa de consumo da para otra historia que entronca con la hermenéutica del capitalismo.