Nos desplazamos al lugar donde “mataron a cinco”, nos desplazamos hasta Paradas, una localidad a unos 50 kilómetros de la capital. En Paradas subiremos a nuestro auto y entre polvorientos caminos conduciremos hasta un cortijo a unos 3 kilómetros de su núcleo rural, nos desplazaremos hasta el Cortijo Los Galindos porque con sangre se iba a escribir la historia que les voy a narrar...

En un entorno árido, de calor extrema y verdes olivares se encuentra esta finca. Tenía unas 400 hectáreas de tierra y se dedicaba al cultivo del cereal. Era propiedad de los marqueses de Grañina pasando el 19 de Febrero de 1969 la finca a ser propiedad de Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete. Pero todo ocurriría un 22 de Julio de 1975, aquel día uno de los braceros, Antonio Fenet, regresaba con su moto al cortijo cuando divisó una columna de humo negro proveniente de “Los Galindos”, salía del almiar donde se almacenaban las pacas de paja. Aceleró y llegó al cortijo pero en el lugar algo era evidente e inquietante: el silencio. Aquella quietud era anormal. No estaban en el cortijo ni Manuel Zapata Villanueva (el capataz), ni Juana Martín Macías (esposa del capataz), ni José González (tractorista). Se afanó en buscarlos pero no lo encontró, algo debía haber pasado muy grave para dejar arder las pacas de pajas... En las estancias del cortijo el olor a gasolina era evidente. Temiendo lo peor salió al pueblo para dar parte de lo sucedido a la Guardia Civil, y así se personó el cabo Raúl Fernández junto a dos policías locales en la propiedad de los marqueses de Grañina.

Al llegar comprobaron cómo había unos jornaleros apagando los restos del incendio en el viejo cobertizo y comenzaron a encontrarse con lo inesperado: rastros de sangre. Era la vivienda del capataz, la puerta no se abría y forzando una de las puertas el cabo logró entrar en el interior de la vivienda, allí vio como un rastro de sangre como de haber arrastrado a alguien que acababa en una de las habitaciones, al entrar en ella comprobó cómo Juana Martín yacía boca abajo, en un gran charco de sangre y la cabeza destrozada...se la habían reventado con una pieza de hierro llamada “el pajarito” que pertenecía a una empacadora... Tras el hallazgo se dio parte urgente al Juzgado de Marchena. Desde allí una comitiva encabezada por José Calderón Montoro, sustituto del juez titular, el secretario municipal, el forense en funciones y otros auxiliares de desplazan a Paradas llegando al cortijo sobre las 8 de la tarde. Se procedió al levantamiento del cadáver de Juana Martín mientras otro macabro descubrimiento se hacía en el almiar, el hijo del forense jubilado de Marchena, Ildefonso Arcenegui advirtió la presencia de un cadáver entre las pacas de pajas, allí, apiñados había dos cuerpos desfigurados por las llamas. Sobre las 11 de la noche un nuevo cadáver aparece en el cortijo, se trataba de Ramón Parrilla, otro tractorista, nuevamente Ildefonso Arcenegui era la mejor arma de la policía y a él se le debe el mérito de este nuevo descubrimiento. Semioculto entre un montón de paja y con los brazos destrozados destacaba del cadáver el disparo que tenía en el pecho... Su aspecto era espantoso. Nada se sabía del capataz y muchos comenzaron a culparlo de los asesinatos, decían que tras eliminar a su esposa luego hizo lo propio con los testigos y huyó pero la hipótesis no parecía demasiado consistente, en el cortijo no faltaba ni dinero ni nada de valor, no había posible crimen pasional... carecía de un móvil lógico, de una razón lógica.

Aquella misma noche la marquesa de Grañina, María de las Mercedes Delgado Durán, se personó en Los Galindos junto al administrador Antonio Gutiérrez Martín y uno de sus hijos, no así el marqués quién se encontraba en Málaga llegando al cortijo de madrugada y pernoctando en el mismo junto al administrador. Un hecho extraño que sorprendió a muchos de los presentes.

En el colmo de los despropósitos el juzgado de Marchena carecía de titular, todo se llevaba desde Carmona y el juez de esta localidad estaba de vacaciones, así que el caso se le encargó al juez Andrés Márquez Aranda, de Écija, y como fiscal a Manuel Guillén Navajas. Ambos se personaron en el cortijo 24 horas después de los crímenes, allí el espectáculo era dantesco ya que había muchos vecinos y curiosos “husmeando” y contaminando el lugar de estudios policial. Reconstruyendo los asesinatos se llegó a la conclusión de que alguien esperaba al tractorista en la sala de máquinas y que el cuerpo presentaba un aspecto tan maltrecho ya que se había tratado de proteger de un primer disparo con los brazos recibiendo estos el impacto, el siguiente acabaría con su vida... Zapata tampoco debía ser el asesino ya que su cuerpo no aparecía pero las pesquisas policiales no apuntaban a su persona como autor material de las muertes. Parecía un enigma indescifrable en el que la pieza clave era el capataz, pero su cuerpo apareció un 25 de Julio bajo un árbol y tapado por un montón de paja, había sido asesinado el mismo día que todos los demás. Sin embargo pese a la inspección detallada de la zona y haber buscado en ese lugar el cuerpo de Zapata no se halló antes... era todo muy extraño.

Con cinco muertes y el, inicialmente, primer sospechoso muerto el día de autos, todos volvieron la mirada al marqués, a Gonzalo Fernández de Córdoba y Topete... Se habrían interrogantes: ¿Por qué se quedó a dormir aquella noche en el Cortijo? Nadie en su sano juicio lo hubiera hecho a no ser que tuviera un especial interés en hacerlo... ¿Por qué pidió a la Guardia Civil que abandonaran la vigilancia y que marcharan a la entrada del cortijo lejos de la casa? ¿Por qué no apareció en aquel lugar y antes Zapata si ya se había mirado allí? ¿Quién o quienes lo colocaron en esa lugar?

Con la hipótesis de la culpabilidad de los crímenes atribuida a Zapata venida abajo, con las miradas puestas sobre el marqués con la desconfianza de los paradeños sobre su posible implicación en el quíntuple asesinato quiso el mismo marqués apostar por la nueva hipótesis: un grupo de legionarios como autores de la matanza. Al parecer el marqués había autorizado a nueve legionarios a dormir en la finca que regresaban del desfile de la victoria en Madrid, según el marqués habrían escondido droga en la finca y al regresar a por ella fueron descubiertos por Zapata originándose en ese momento la matanza... Pero la hipótesis del noble sevillano se vino abajo cuando la policía contrastó que el 22 de julio ocho de los nueve legionarios estaban en Ceuta... ¿y el noveno? Hizo lo propio el mismo día en Barcelona.

La Policía apuntó entonces a un móvil económico, a cuentas y libros de cuentas falseados y contabilidades paralelas... Era el administrador Antonio Gutiérrez nuevo blanco de las miradas de todos, este hombre, antiguo teniente de artillería guardaba amistad con su jefe, el marqués, quién curiosamente también era militar en reserva, en este caso comandante... Curiosa circunstancia, y además, ambos pernoctaron aquella misma noche el Los Galindos... Sin embargo el primero estuvo en la finca y posteriormente acompañado por personas que avalaron su coartada y el marqués había estado en el entierro de un familiar en Málaga, ambos tenían testigos que avalaban que no podrían haber cometido ellos el múltiple asesinato.

También se apuntó como autor de los hechos al bracero eventual Antonio Fenet, sus carentes explicaciones sobre el trabajo que realizaba, el no querer hablar con los medios de comunicación: “la Guardia Civil me lo ha prohibido”. O un ingreso de 500.000 pesetas (3.000 euros) de la época en su cuenta hacía de Fenet todo un sospechoso. Sin embargo nada inculpaba a Fenet.

La Guardia Civil, tras estudiar el caso, presentó un informe en el que se abogaba por la culpabilidad del tractorista José González y que, consciente, de lo que había hecho optó por suicidarse posteriormente. Pero esta versión no podía explicar cómo había muerto este, ni como eligió quemarse vivo ni la ubicación... era, simplemente, descabellado. En el mes de agosto de 1975, el diario El Correo de Andalucía publicaba las siguientes declaraciones de Concepción Jiménez, madre de José González: “Mi hijo era muy formal. No comprendo cómo se le ha podido acusar de esta charraná. Si preguntasen en el pueblo por mi hijo, le dirán lo bueno que era y se convencerán de que esa suposición no tiene sentido”.

Fue el juez de Carmona, Víctor Fuentes, con todas las conclusiones de la Guardia Civil y la policía local quién cierra el caso remitiendo el sumario a la Audiencia de Sevilla. Posteriormente el juez Antonio Moreno Andrade reabrió el caso a instancias de la familia González por no estar conforme con la acusación de la autoría de los hechos sobre el tractorista José González. En 1978 volvía a archivarse el caso.

Alfonso Grosso en 1978 escribe su novela Los Invitados, inspirada en el asesinato en Los Galindos, el escritor tras una dura investigación descubre que la finca había tenido un turbio pasado ya que sus antiguos dueños eran desconocidos, sus nombres no figuraban en ningún registro y para colmo aquel lugar había sido un predio eclesiástico implicado en la desamortización de Mendizábal... Grosso abogaba por que en el interior del cortijo se habían dedicado unas hectáreas a la plantación de marihuana para mafiosos libaneses... En una especie de ajuste de cuentas los narcotraficantes habían asesinado a todas las víctimas implicadas en la red... Pero en el cortijo no se plantó nunca marihuana, no se encontraron brotes de esta planta, ni señales de que se hubiera dedicado ninguna de estas zonas a su cultivo... de nuevo una hipótesis más que no se sostenía.

En el año 1981 la aparición de unas cartas en las que un presunto y desconocido sicario se responsabilizaba de todas las muertes hace que Heriberto Asencio Cantisán reabra el caso. Era una carta anónima dirigida a José Gómez Salvago, que era en aquella época el alcalde de Paradas y en 1981 ocupaba el cargo de gobernador civil de Huesca. El asesino a sueldo afirmaba que su único interés era matar a Zapata por encargo, al precio de 10.000 pesetas (60 euros de la época), asustado el sicario convirtió un trabajo unitario en toda una masacre. Lo curioso era que la carta había sido remitida el 18 de Febrero de 1976 desde Zaragoza... Por inconsistencias en la carta de este “sicario” la misma también se archivó. José Antonio Vidal, policía, se encargó de tratar de hallar una respuesta a las muertes de todas aquellas personas en la finca, para ello requirió los siempre expertos servicios del mejor forense del panorama nacional, en este caso el Catedrático de Medicina Legal de la Universidad de Sevilla, Luis Frontela, era el 27 de Enero de 1983.

De aquella nueva autopsia sólo se sacó como conclusión algo que ya se sabía: el tractorista José González no había sido el autor de la masacre. El trabajo de Luis Frontela fue inmejorable y en su informe se apuntaba a que los autores de las muertes debieron de ser dos personas, una alta y fuerte y otra de menos corpulencia y fuerza a juzgar por el uso dado a esa herramienta llamada “el pajarito”. Al tractorista le amputaron los brazos y las piernas para que las llamas los consumieran antes a la vez que se informaba de sangre en la esposa del tractorista, Asunción Peralta, en la casa del capataz, encontrándose esta quemada entre las pacas de paja del almiar, embarazada de seis meses en esos momentos.

En abril de 1986 la esposa del capataz de una finca cercana afirmó que su marido, fallecido ya, había visto a un joven manchado de sangre salir del cortijo el día de autos, aquel capataz, Antonio Carrasco Puerto, no conocía del pueblo aquel joven y le llamó la atención su atuendo militar y el dinero que portaba. En 1986 tras una caída de un caballo y herido de muerte lo confesó a su esposa quién lo notificaría a la Guardia Civil. Se llamó a la persona que en su día se vio vestida de recluta en la zona, se contrastó su presencia en la misma pero no se le arrancó ninguna confesión... Habían pasado ya once años y el 11 de Mayo de 1989 se decidía por parte de la Audiencia Provincial de Sevilla, poner el punto y final –judicial- a este apasionante caso donde se materializó aquello que muchos dicen que no existe: el crimen perfecto. El 22 de Julio de 1995 prescribía oficialmente el caso.

Recientemente se comentó que, tal vez, pudo haber sido una disputa por herencias el causante de todo el múltiple asesinato, implicando este golpe a la marquesa de Grañina, pero en este caso como en los otros la inconsistencia de los argumentos y la prescripción del caso volvieron a dejar en punto muerto cualquier investigación.

Pero también habría que decirle a nuestro amigo lector que aquello también pasará a la historia como la perfecta chapuza policial: se permitió que testigos y curiosos se entrometieran en una investigación policial, que adulteraran y contaminaran pruebas, no había forense titular, ni mandos locales de la Guardia Civil, los Juzgados estaban bajo mínimos..., se destruyeron pruebas, se permitió la instalación de tendido eléctrico para los informativos de televisión, se cambiaron objetos de sitio...todo un despropósito para una investigación en la que el crimen perfecto lo fue por que hubo una investigación imperfecta. Hoy las cosas serían muy diferentes.

Quizás el saber popular del pueblo de Paradas pueda arrojar más luz sobre un caso en el que se habla demasiado de un pacto de silencio y no desvelar quienes fueron los autores de los cinco asesinatos ocurridos un caluroso mes de Julio en pleno corazón de Andalucía.

Hoy aquel camino albero que conduce al cortijo sigue estando flanqueado por pocos árboles donde cobijarse de los rigores de nuestro verano, al fondo las viviendas y los cobertizos son el mudo recuerdo de ocurrido entre sus encaladas paredes hace ya casi tres décadas y sobre las cuales siempre quedará una leyenda: “Aquí mataron a cinco” como lo reflejó el periodista Francisco Pérez Abellán.

Seguramente haya muchos más crímenes que puedan engordar esta crónica negra de la Sevilla eterna, pero los recogidos son, con diferencia, aquellos que aún se aguardan en la retina popular de esta ciudad y su particular misterio. Fueron destacados en su día y hoy están, tristemente, “adornando” las crónicas de la historia negra de España -junto a otros más crueles y despiadados acaecidos en otras latitudes de nuestra piel de toro- como aquellos casos ejemplos de la mezquindad humana. El hombre en su afán de tener más, o abarcar más, ha influido decisivamente con sus impulsos y bajos instintos en el devenir de la Historia, en unos casos son esos mismos instintos los que han conducido a apartados de esa misma Historia tan oscuros, misteriosos, y para otros desconocidos, que acabamos de visitar.