Las maravillas gastronómicas que esconde Tío Pepe en Jerez

Hablar de Tío Pepe es hablar de una de las marcas más emblemáticas de España. Líder en la elaboración de vino fino, bodegas González Byass no se queda sólo ahí. Tío Pepe es referente en lo que hoy denominamos «merchandising» y que, cuando se creó la botella con sombrerito y chaquetilla, allá por 1936, ni se conocía este término. Hoy, la esbelta silueta de la marca jerezana decora carreteras a lo largo y ancho de nuestro país y está presente de manera perpetua en la mismísima Puerta del Sol de Madrid con la frase “Sol de Andalucía embotellado”.

Quién le iba a decir a Manuel María González cuando compró la pequeña bodega allá por 1835 con el objetivo de hacer vino para sus vecinos de Jerez que, pronto, ese fino se iba a ir haciendo un nombre, tanto a nivel nacional como internacional, hasta convertirse, a día de hoy, en una de las marcas españolas con mayor prestigio y reconocimiento en todo el mundo.

Visitar la bodega no es entrar en un casco al uso, como seguro que ya habrán visitado alguno. Entrar en González Byass es acceder a una pequeña ciudad dentro de otra ciudad. Calles con un incesante trasiego de gente donde se mezclan trabajadores con turistas, distintas bodegas que parecen museos donde se guardan los tesoros líquidos, y espacios diversos donde se organizan reuniones de todo tipo forman parte de este complejo en el que, orgullosos, presumen de compartir callejero con la ciudad gaditana. Me imagino lo que tuvo que ser hace años cuando los coches circulaban por sus calles para llegar de un punto a otro de Jerez.

Como toda ciudad que se precie tiene un hotel. El primer “sherry-hotel” del mundo, calificado con cuatro estrellas. Un hotel boutique inspirado en la tradición vinícola milenaria, ubicado en pleno casco histórico de Jerez, en la Plaza de la Encarnación, junto a la Catedral y el Alcázar, en el interior de la propia bodega. De hecho, Antonio Flores, actual enólogo de la marca y todo un referente en el Marco, presume de haber nacido justo encima de la Bodega Rebollo, un espacio que actualmente ocupa el hotel.

Y, como no, una ciudad implica tener un buen restaurante. Aquí dentro disponen de un espacio sencillamente impresionante. Una gran bóveda da cobertura a un bar-restaurante-zona de catas donde conviven salas de diferente capacidad con el icono de la marca como denominador común. Separadas por cristales y con luminosos de neón, González Byass consigue crear una atmósfera ideal para el deleite de los sentidos disfrutando de una magnífica gastronomía, sabiamente regada con sus vinos. Sin embargo, el acceso hasta este enclave tiene sus condiciones. Condiciones más que asequibles y que les aconsejo que acepten: este lugar es el magnífico culmen de las visitas guiadas a la bodega.

Tener la oportunidad de maridar vinos de González Byass con platos elaborados específicamente para esos vinos en el interior de la propia bodega es una experiencia más que aconsejable. En mi caso me ha creado la necesidad de volver más pronto que tarde a disfrutar del paseo por sus calles y de la visita a las bodegas, con tal de llegar hasta aquí.

Un menú donde entran en juego el más clásico Tío Pepe, con sus cuatro años de crianzas media, con berenjenas con salmorejo; el Tío Pepe En Rama, sin filtrar ni clarificar, extraído directamente de la bota en primavera, con un tartar de atún de Almadraba; el Palo Cortado Leonor, con una media de doce años en botas de roble americano, con un delicioso jamón ibérico; el oloroso seco Alfonso, referente de la casa, con un guiso de rabo de toro con puré de patatas y una reducción de su salsa, exquisita; y finiquitamos este menú, preparado por Silvia Flores, tercera generación de enólogos de la bodega, con un delicioso postre helado con miel y maridado con Solera 1847. Sin embargo, una sorpresa nos esperaba antes de partir. Una copa de Noé, un vino con una vejez de más de treinta años elaborado con uva Pedro Ximénez. Un espectáculo que puso punto y final a una jornada inolvidable, que comenzó viendo amanecer en las viñas de La Canariera, y finalizó en el corazón de Jerez con el corazón del jerez.