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Cuba

Recuerdo que cuando visité Cuba, en 1998, los ministros del Gobierno cubano hacían turnos para descansar en medio de las largas veladas con el presidente Fidel Castro. La entrevista había sido confirmada unas horas antes.

el 15 sep 2009 / 20:27 h.

Recuerdo que cuando visité Cuba, en 1998, los ministros del Gobierno cubano hacían turnos para descansar en medio de las largas veladas con el presidente Fidel Castro. La entrevista había sido confirmada unas horas antes. Llegué a las siete de la tarde al palacio de la Revolución en La Habana.

En una mesa muy estrecha y larga se sentaron, en un extremo, Fidel Castro, su secretario particular y hoy ministro de Asuntos Exteriores, Felipe Pérez Roque, y los vicepresidentes Gallego Fernández y Carlos Lage. En el otro extremo, yo tenía la sensación de estar ante un tribunal de oposiciones. Y empezamos a hablar de globalización, al mismo tiempo que corregía el Granma del día siguiente. Se indignó cuando advirtió que el diario no reproducía íntegro mi discurso de la tarde anterior -«brillante» para Fidel, pero que según el embajador español, Eduardo Junco Bonet, «ya no hacían ni los revolucionarios cubanos»-. En el discurso yo confesaba tener barba en homenaje a Fidel Castro. Después nos dejaron solos un par de horas. Fidel demostró un conocimiento del mundo profundo y enciclopédico.

En la conversación defendió que su sistema es democrático y diferente al occidental, con un poder popular elegido por barrios. Le hice concesiones formales, reconociendo aspectos en los que la democracia es mejorable. Y sostuvo que la libertad de prensa en Occidente no existe:

"¿Es que El País o The New York Times son libres?"

Respondí que es evidente el poder que acumulan las grandes corporaciones de medios. Pero le rebatí: "Sólo hay una cosa que no es discutible, que tú y yo podemos estar aquí hablando de lo que queramos, y ahí fuera dos cubanos, si hicieran lo mismo que nosotros, acabarían en la cárcel. Eso es indiscutible".

Nos reunimos con toda la delegación extremeña para Cenar. Comenzamos la cena a medianoche y la terminamos a las seis y media de la mañana. Los ministros y el resto de comensales se turnaban para ir al aseo, se lavaban la cara, se despertaban un poco.

"¿Y tú, cuándo duermes?" -pregunté a Fidel-.

"Yo dormí ayer un poquito, con eso tengo bastante", -respondió-.

En la escalerilla del avión, despidiendo al grupo, me dejó sin palabras: "Éste es el mejor español que ha pisado Cuba. Todos los españoles que vienen aquí justifican el viaje con que necesitan llevarse a un presito, para que no les dé vergüenza: ni me ha pedido presos, ni se ha reunido con la oposición".

Prometió que vendría a Extremadura y nos devolvió la visita meses después, con ocasión de la Cumbre Iberoamericana de Oporto. La cena en Mérida también fue larga. Fidel se comió una torta del Casar, se recogió a las siete de la mañana y a las diez estaba de uniforme en la puerta del parador.

Dio una memorable rueda de prensa en el Teatro Romano. No desaprovechó la ocasión de responder a la prensa en ese escenario perfecto, durante dos horas. Garzón había ordenado la detención de Pinochet en Londres y un periodista le preguntó si no temía que a él pudiera ocurrirle lo mismo. Al mediodía se comió otra torta entera y voló hacia Madrid, donde Aznar le esperaba impaciente.

Me ahogaría en un régimen como el cubano, pero me sería imposible respirar en medio de la pobreza extrema de otros países latinoamericanos. En Cuba nadie siente vergüenza por vivir como vive, sin bienes materiales, porque no tienen a quién envidiar.

¿Cuál será el futuro de Cuba? Nadie lo sabe, igual que nadie sabe con certeza hacia dónde irá ningún país, ninguna región del mundo. Sin embargo, nos atrevemos a hacer presagios sobre la Cuba del futuro, ahora sin Fidel, aunque todavía con Castro. No lanzamos vaticinios sobre otros, por ejemplo Canadá o Islandia, pero osamos hacerlo con países como Cuba, observados sin reparo por el resto del mundo.

Partiendo de que no puedo adivinar la evolución de l régimen cubano, opino sobre la decisión tomada por Fidel, menos enfermo de lo que a veces aparenta. Ha abandonado la Jefatura del Estado de manera distinta a como lo hicieron dictadores como Franco, quien murió en la cama creyendo tenerlo todo atado y bien atado.

Que el Jefe de Estado sea Raúl Castro, comandante de la Revolución y hermano de Fidel, puede favorecer los cambios que a otros nunca se les habrían permitido. Pérez Roque o Lage serían sospechosos de contrarrevolucionarios si introdujeran en la economía reformas controladas desde el poder.

Como en China, creo que eso es lo que va a ocurrir en Cuba.

Fidel, después de medio siglo, no puede abrazar la democracia entendida al modo occidental y reconocer «me equivoqué». Pero puede avalar, desde la sombra, incluso con su silencio, una evolución de su régimen hacia un sistema de mayor libertad y prosperidad. Si la presión externa no aborta un proceso de cambio en Cuba con -Barack Obama en la Casa Blanca las posibilidades de diálogo y entendimiento se multiplicarán en la esfera internacional- y si los de Miami no vienen a imponer otra forma de hacer las cosas, Raúl Castro podrá anunciar muy pronto que los campesinos cubanos van a tener sus tierritas.

Mis sentimientos hacia Cuba son agridulces, como lo son hacia Bolivia, Perú y otros países que he visitado en la zona. En éstos había libertad, pero también un hambre escandalosa, una terrorífica marginación social, una brutal discriminación de la mujer? Tras las ventanillas del coche oficial -con la escolta de policías peruanos en taxis requisados- vi cómo en las colinas de Lima viven hacinadas más de dos millones de personas. La imagen recuerda la de una multitud de veraneantes sobre una inmensa playa, pero realmente son pobres y viven sobre estiércol.

En Cuba no había ni hay libertad política, pero tampoco esa marginación, hambre y discriminación.

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