Rosa Castro y Manuel Andrade sujetan varios marcos de las paredes de su bar.Cuando el profesor le pregunta a sus alumnos cuál es el monumento más insigne de El Cuervo, siempre hay alguno que dice, sin miramientos, el bar Sevilla-Betis. Nació hace 52 años de la misma manera que el pueblo: al abrigo de los camioneros que pasaban por allí. Pero todo tiene un final. Hace 10 días metió el último gol a golpe de fogón.
"Esto no es un bar, es una institución", alza la voz Jorge Molina, un vecino de El Cuervo al comprobar cómo Rosa Castro y su esposo, Manuel Andrade, salen del que, durante casi toda su vida, fue el santuario futbolístico de la provincia, un lugar donde la rivalidad bien entendida se lidiaba con una cerveza y un plato de jamón o de revuelto de papas. Entre fogones andaba ella, que desde los 11 años estuvo cocinando a fuego lento las tertulias futbolísticas. Y a él le tocaba servir, cortar el jamón y, cómo no, ser partícipe de las numerosas charlas entre béticos y sevillistas.
Las paredes están vacías 10 días después de su cierre, motivado por la jubilación del marido y la imposibilidad de que nadie más pudiera llevar el negocio. Esas mismas paredes que alojaban todo tipo de obsequios: desde fotografías de los béticos Esnaola, Gordillo o Cardeñosa -que fueron en su día clientes del bar- hasta la camiseta del sevillista Rodri cuando fue internacional. Incluso tuvieron algún que otro contacto con la Federación Española de Fútbol. Pero no queda ahí la cosa. Durante años alimentaron los estómagos de las canteras del Betis, Huelva, Córdoba, Ayamonte y Écija, cuyas plantillas se paraban allí en cuanto tenían la mínima oportunidad, en especial cuando le pillaba de camino hacia el lugar de partido. es que, precisamente, que El Cuervo fuera un lugar de paso le granjeó un prestigio al bar desde el primer día, cuando abrió de la mano Juan López de Soria y Valentina Castro. De hecho, los camioneros fueron sus fieles clientes desde el principio. Primero llegaron los conductores que traían el pescado de Barbate, pero, con el tiempo, el bar se fue llenando de camioneros de Jerez de la Frontera, Lebrija, Conil de la Frontera... así hasta que el boca a boca se extendió por toda España. "Días antes de cerrar me vino un camionero de Palencia y me dijo que su padre, también camionero y al que llamaban Julio El Pirata, también paraba aquí. Me salí de la barra y le pegué un abrazo", explica emocionado el dueño, que confiesa que no puede ni dormir desde que no está atendiendo a la gente.
Pero no es el único. El pueblo entero está sorprendido. "¿Cómo es que cerráis?", le preguntan cada vez que salen a dar un paseo por la travesía de la N-IV. Esa conmoción ha traspasado fronteras, ya que recibieron, hace poco, la llamada de un cuerveño que vive en Abu Dhabi. "No daba crédito y hasta hubo un instante que se puso a llorar", cuentan.