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Este dulce olor a tinta

El Correo de Andalucía publicó su primer número hace hoy 110 años. Fue el uno de febrero de 1899 bajo el auspicio del Cardenal Marcelo Spínola. Bajo la propiedad de la Iglesia recorrió este rotativo buena parte de su existencia. Y en distintas manos privadas la ha completado hasta la fecha, felizmente integrado en el Grupo Gallardo, su accionista único...

el 15 sep 2009 / 21:59 h.

El Correo de Andalucía publicó su primer número hace hoy 110 años. Fue el uno de febrero de 1899 bajo el auspicio del Cardenal Marcelo Spínola. Bajo la propiedad de la Iglesia recorrió este rotativo buena parte de su existencia. Y en distintas manos privadas la ha completado hasta la fecha, felizmente integrado en el Grupo Gallardo, su accionista único. Como cada periódico centenario, El Correo de Andalucía ha tenido altibajos. No conozco un sólo periódico en el mundo de esta antigüedad que pueda decir lo contrario.

Llegados a esta edad, las marcas que deja la historia ennoblecen el lomo de cada ejemplar de nuestra hemeroteca. Pocas cosas existen tan vivificantes como sacar un periódico cada día a la calle. A cierta hora de la tarde, el número que usted tendrá en sus manos al día siguiente se asemeja a un rompecabezas de piezas que difícilmente podrán encajar en armonía. Es como si una fuerza centrífuga tirara hacia fuera de cada página, de cada sección, de cada fotografía. Sin embargo, los que nos dedicamos a esta profesión sabemos que todo regresa a su orden natural sin especiales esfuerzos, como si la música interna del periódico acompasara el encaje natural de cada titular.

Si El Correo ha subsistido durante once décadas y se ha situado en la parrilla de salida del siglo con plenas garantías para encarar los retos que presenta el futuro, ha sido porque en cada momento de su historia -que es la Historia de Sevilla, de Andalucía, de España y del resto del mundo- ha sido por un motivo u otro. Los argumentos para la imprescindibilidad son hoy la palanca de resistencia de la prensa. Somos conscientes de que los periódicos no tienen hace tiempo la exclusiva de la información.

A diferencia de cuando nació El Correo a finales del siglo XIX, hoy existen infinitos cauces para conocer al instante qué es lo que está pasando en cualquier rincón del planeta. Sabemos que para seguir siendo un instrumento útil para la sociedad tenemos que seguir cambiando. Para poder cumplir la encomienda que se nos hace -ser administradores del derecho a la información de los ciudadanos- hemos de arriesgar y dar saltos hacia adelante.

Una sociedad mejor informada es una sociedad más libre. Somos conscientes de ello. Pero a la vez también creemos que no todo consiste en correr en aras de una tecnologización imparable; opinamos que no todos los esfuerzos deben encaminarse hacia la decodificación de la demanda de soportes por parte de los ciudadanos. Hay más tareas ineludibles que deben abrirse paso entre los dictados de la urgencia diaria.

Lo más importante es que a la vez que trabajamos para identificar cuáles son nuestros retos, nos afanamos en no fallar con el desafío más importante que se nos planteó hace 110 años y que está de plena vigencia: informar con rigor, buscar la verdad allá donde se encuentre y ser conscientes de que la nuestra es una misión que entronca directamente con los valores democráticos de los que nos hemos dotado. Que el nuestro es un papel relevante tanto en cuanto somos intermediarios entre la realidad y los ciudadanos, nunca protagonistas de ella.

Y que si no aplicamos en nuestro trabajo los principios de la justicia, la pluralidad, la equidad, la tolerancia y la mesura estaremos mal sirviendo a quienes nos debemos, nuestros ciudadanos, nuestros lectores. Hoy nos toca hacer propósito de enmienda por los errores que hayamos podido cometer y que hayan quedado recogidos en ese océano profundo que es la colección de El Correo de Andalucía. Y a la vez, hoy es tiempo de renovar el compromiso rubricado por Spínola: "Que ni una sola línea deje de encaminarse a la defensa de la verdad".

No cabe duda de que El Correo de Andalucía como institución decana de la prensa sevillana, así como sus editores y los periodistas que en él han trabajado a lo largo de este siglo largo, han cumplido con esas prerrogativas. Los que hoy tenemos el honor de escribir en sus páginas somos conscientes de que un periódico centenario tiene muchos pliegues en su piel, marcas indelebles que le van dejando a su paso las gentes que en él trabajan.

Un periódico de esta dimensión y veteranía sólo se construye mediante la superposición de capas, a través del relevo generacional y empresarial, desde la primera a la última firma. Un periódico como El Correo no se crea en unos pocos años. Evoluciona, cambia y se reinventa cada cierto tiempo, pero sin la base de la tradición, la historia y la experiencia de cuantos nos han precedido este periódico sería hoy mucho menos. Sabemos que todos y cada uno de ellos han dejado en estas páginas rúbricas de buen hacer profesional y han contribuido a que esta casa haya sido en todo momento la mejor escuela de periodistas de Sevilla. Para ellos nuestro reconocimiento.

El Correo de Andalucía ha vibrado con la Sevilla de comienzos del XX, fue testigo único de la instalación de la red de electricidad, del crecimiento del parque móvil, del primer 'plan urbano' diseñado para el crecimiento ordenado de la ciudad, allá por 1912; este rotativo narró la Exposición de 1929, dedicándole artísticas portadas; contó en sus páginas los pormenores de la República, la guerra civil y la dictadura, no ocultó la barbarie y la sinrazón y fue un entusiasta cooperador necesario de la sociedad para la recuperación de las libertades.

Contó los felices años de esta ciudad que igual amanecía nevada que se sobrecogía con la riada del Tamarguillo y la llamada Operación Clavel, por el crimen de las estanqueras o el de los Galindos. Contó en sus páginas los triunfos del Sevilla y del Betis, las tardes de gloria de Curro Romero y dedicó impactantes portadas a la muerte de Joselito el Gallo o Antonio Mairena. Y con el empeño de ser útil lo ha seguido haciendo en los tiempos más recientes: volvió a informar de otra exposición, la de 1992; regresó a la muerte de toreros como Paquirri, a los días de gloria de los clubes de fútbol de la ciudad, a los atentados más viles perpetrados en nuestras calles. Sus nombres propios: Alberto, Ascen, Antonio... los funcionarios de Sevilla-1. Y por supuesto ha vuelto a llevar cada día a sus lectores la última información sobre los planes urbanísticos de la ciudad, su peatonalización y su forma de encarar el futuro.

Todos los que trabajamos en esta casa sabemos del papel benefactor que jugó el cardenal Bueno Monreal para que este periódico diera pasos hacia el progreso; hemos leído y hemos interiorizado como ejemplos impagables las dificultades de Eduardo Chinarro, cura, obrero y periodista, para sacar cada día su página laboral; las veces que fue secuestrada la edición de El Correo o la funesta fecha en la que el Tribunal de Orden Publico encarceló a Federico Villagrán, siempre recordado director de este periódico, hoy felizmente jubilado en El Puerto de Santa María.

Vaya un recuerdo afectuoso y de forma especial en nombre de todos cuantos hacemos hoy El Correo para uno de sus directores de referencia, José María Javierre, al que deseamos que se restablezca para dictarnos una urgente lección de periodismo de raza. Si esta cabecera es hoy querida por los sevillanos y se ha convertido en objeto de respeto intergeneracional en miles de hogares es por gente como Javierre.

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