Cultura

Jenaro Talens: "Lo que me interesa es el camino, no la llegada"

En el patio de un hotel sevillano, entre escandalosos grupos de turistas, charlamos con Jenaro Talens, poeta, teórico, traductor, profesor gaditano, para comentar su nuevo libro, ‘Lo que los ojos tienen que decir’, un ‘iconotexto’ a medias con el fotógrafo Alberto García-Alix

el 06 dic 2014 / 11:00 h.

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El poeta de Tarifa Jenaro Talens posa durante una visita a la ciudad de Córdoba./ Paco Sánchez El poeta de Tarifa Jenaro Talens posa durante una visita a la ciudad de Córdoba.
/ Paco Sánchez Por Carlos Serrato {Acaba de salir a las librerías Lo que los ojos tienen que decir (Madrid, Cátedra, 2014), su último poemario, donde continúa la colaboración con artistas plásticos, en este caso con el fotógrafo Alberto García-Alix. El poemario anterior, Según la costumbre de las olas (Madrid, Salto de Página, 2013) también incluía fotomontajes y collages de Clara Janés. A lo largo de toda su obra el diálogo entre imagen y palabra ha sido una constante, no sólo en su concepción de la propia materialidad de la escritura poética, sino en el trabajo a medias con pintores, fotógrafos o dibujantes, que ha dado lugar a lo que usted llama iconotextos, al menos desde aquel ya clásico La mirada extranjera (Madrid, Hiperión, 1986), con el fotógrafo Michäel Nerlich. ¿Desde qué planteamientos se construye la relación entre la palabra poética y la imagen en sus libros? Bueno, de hecho la relación de la imagen y la palabra es una cosa que viene de lejos, era la famosa ut pictura poiesis de los clásicos. Lo que ocurre es que una cosa es plantear la imagen como ilustración visual de la palabra, o bien la palabra como descripción verbal de la imagen, y otra cosa es hacer que estas dos formas de enfrentarse con la realidad que nos rodea dialoguen como si estuvieran en un nivel tercero, que no pertenece ni a una ni a otra. Es a eso a lo que he dedicado parte de mi trabajo en colaboración, como decías tú, con artistas plásticos. Algo que empezó muy pronto, de hecho mi segundo libro, Una perenne aurora, ya salió en el año 1970 con dibujos del por entonces alumno mío y hoy un famoso marchante de arte, que es Tomás March. Luego, Purgatori también salió con dibujos de Domenech Canet, pero en los dos casos habían sido ellos los que habían partido de mis poemas para intentar, de alguna manera, interpretar desde su perspectiva de artistas visuales lo que yo estaba escribiendo. La primera vez que se planteó la posibilidad de lo que luego hemos definido como iconotextos, a partir de un término que creamos al alimón Nerlich y yo cuando estábamos en Minneapolis, fue en La mirada extranjera. Salió un poco por azar, porque la idea de los dos era trabajar al alimón haciendo un recorrido por las dos ciudades extrañas que eran para nosotros las Twin Cities: él sacaría fotos y yo haría textos que de alguna manera explicarían lo que estaban haciendo las fotos. Lo que ocurre es que el paseo por el frío de Minnesota duró dos días y al final nos cansamos, yo tenía mucho trabajo, él tenía mucho trabajo, y entonces él hizo las fotos por su cuenta y yo seguí escribiendo los poemas por la mía. Terminó el semestre que pasamos él y yo allí como profesores visitantes, él se volvió a Berlín y yo me volví a Valencia. Por carta, entonces no existía el correo electrónico, quedamos en reunirnos, o bien en Berlín o bien en Valencia, para terminar el proyecto. De lo que se trataba era de ver cómo hacíamos una especie de montaje entre las fotos –él había hecho muchísimas– y los poemas, de los que yo había escrito unos veintitantos. Para sorpresa nuestra, ni la parte de las fotos que él había elegido para el libro ni los poemas que yo había escrito respondían a la idea inicial que teníamos, que era hablar de las Twin Cities. Efectivamente en las fotos salían las Twin Cities, en los poemas se hablaba de las Twin Cities, pero de lo que el libro hablaba era de la ausencia de la ciudad de la que él venía, que era Berlín, y de la ausencia de mi mundo español estando en Estados Unidos. Es decir, que lo que unió los dos elementos era que bajo la apariencia de la descripción de un viaje externo, lo que estábamos haciendo los dos era un viaje interior iniciático. Y ahí es donde descubrimos que los poemas leídos sin las imágenes significaban una cosa y en contacto con las imágenes significaban otra cosa, y sus imágenes contrastadas con los poemas una cosa y si no otra muy contraria. Decidimos entonces publicarlo conjuntamente como un diálogo entre los dos. Así es cómo salió La mirada extranjera y luego vinieron colaboraciones con la fotógrafa Pilar Moreno, las pintoras Carmen Alvar y Marta Cárdenas y el libro con los collages de Clara Janés. ¿Y cuándo surgió el proyecto con Alberto García-Alix? Pues lo de García-Alix era anterior al libro de Clara, porque era el resultado de un proyecto triple en el que íbamos a poner a colaborar la música, la fotografía y la poesía en términos teóricos; era un libro de conversaciones entre García-Alix, Santiago Auserón y yo. De hecho, las conversaciones las tuvimos de viva voz, se transcribieron, el manuscrito está, pero si tanto Auserón como yo revisamos nuestra parte, Alix que es mucho más temeroso, digamos, de teorizar ha ido dándole largas, porque no está conforme con cómo quedaba su parte, y ahí está el libro esperando a que un año de estos salga a la luz. Tanto Santiago como yo estamos de acuerdo en que lo que Alix aporta es fundamental, pero sí él no lo ve así hay que respetarlo, porque es una conversación tripartita y no se puede cortar. Mientras hacíamos eso se me ocurrió que había otra posibilidad, la de teorizar la relación con una especie de estudio preliminar del que se encargaría Auserón y dialogando la fotografía, la imagen, con la poesía. Pero, claro, al no salir el libro teórico el proyecto se quedó un poco en el aire y no lo retomé hasta después de que salió a la luz el libro con Clara. Alix estaba encantado con esto, a pesar de que está muy liado rodando una película y con una exposición en París de su obra. Está muy desbordado, pero no quiso dejar pasar la oportunidad del libro, porque Cátedra nos ofrecía sacarlo en edición especial; para él era una experiencia nueva también dirigirse a otro público, el literario. Los primeros poemas surgieron a raíz de sus fotografías, lo que me sugerían a mí, cuando él se metió de lleno a poner orden en el material para el libro empezó a quitar parte de las fotos que habíamos acordado que irían para hacer fotos específicas de lo que le sugerían los poemas, con lo cual el diálogo se estableció de la manera que desde el principio de mi carrera siempre había querido, que es: un poema sugiere una foto, la foto sugiere un poema, el poema sugiere otra foto y hay como una especie de intercambio, que es lo que al final ha salido. De esta forma, Lo que los ojos tienen que decir se ha hecho a lo largo de casi tres años, pero yo estoy muy contento con él y, bueno, ya veremos lo que piensa la gente, a mí me ha gustado mucho y a Alberto también, los dos estamos muy contentos. Quizá esa relación dialógica entre lenguajes distintos sea uno de los caminos más excitantes de la poesía, ¿no cree? No tengo ni idea de por dónde va a salir la poesía, ni siquiera sé yo a dónde voy hasta que he llegado, porque lo que me interesa es el camino, no la llegada, pero lo que sí es cierto es que cada vez la mezcla de esos tres lenguajes –la música, la imagen y la palabra– se está dando con mayor constancia.

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