Carmen Camacho, una autora que no se aviene fácilmente a las etiquetas. / María ArtiagaCarmen Camacho (Alcaudete, 1976) ha conseguido algo muy difícil para una autora joven: que sus libros levanten expectación. Y hasta ahora sus lectores nunca han salido defraudados. Tampoco lo harán con Vuelo doméstico (El Gaviero), en el que esta sevillana adoptiva prueba muy diversas hibridaciones: poesía y prosa, tonos cultos y orales, los atávico y lo actual... Un título que, afirma, sugiere «un calco del inglés domestico, que es como he escuchado designar en algunos países de Hispanoamérica a los vuelos que se producen en el interior del país. Como todo lo que me causa extrañeza placentera, la primera vez que lo escuché –creo que fue en México– me eché el término a la faldriquera, y se me vino al lápiz de forma insistente mientras daba orden a los relatos», dice.Así, «Vuelo doméstico es un avistamiento desde el aire a lo que sucede en el ámbito del hogar o barrio, en los territorios domésticos sin domesticar. Y también aquello otro, lo de vuelo interior –nacional, casi– por mi mapa afectivo», agrega.

El libro, prosigue la autora, «está concebido con la serena intención de que en las librerías se coloque en las baldas de las narrativas, pero supongo que acabaré por desesperar a quien trate de catalogarlo. Los microrrelatos de Vuelo doméstico están hilvanados y salteados de textos poéticos en prosa, y pespunteados a mínimas, es decir, con contra-aforismos de los míos. Pero salió híbrido y libre, es puro transgénero literario, tanto que hay relatos que en un momento dado en su prosodia me piden a gritos que me líe a versículos, o contemplaciones que rozan –y esquivan– el relato. Difícil ponerle a este gato el cascabel. Eso, precisamente, me gusta. A la hora de echárselo al gusto, los lectores lo lean con la misma libertad con la que yo los escribí», explica.Entre otros aspectos, dice la autora, «el libro reflexiona por lo bajo sobre cuestiones que tienen que ver con la mujer: desde la sexualidad sentida en carnes –de mujer–, a los roles en pareja y la superación de estos, las intuiciones acerca de la maternidad, las atrofias culturales, las nuevas imposiciones, tan tiranas como las de antaño; la emoción del amor que de tan carnal es místico y su entera viceversa, los abusos contra niñas, la vindicación de la ternura o el cuestionamiento de lo que debe ser una buena mujer».

En el volumen se intuyen experiencias personales y se reconocen referencias culturales, sin que sea fácil a veces deslindar unas de otras. Camacho explica que «a mí acuden vivencias y referencias de toda índole y las invito a pasar», dice. «Por haber hay hasta lo que llamo relatos plagiados: carteles, patentes, esquelas, cosas que encuentro por ahí a las que solo les faltaba un título para convertirse en relato. Vida y sueño, por supuesto, son materiales de construcción. A partir de ahí, me invento hasta las verdades, como sugería Antonio Machado».

No obstante todas las verdades, hasta las más duras, las pasa Carmen Camacho por el filtro de la ironía. «Mire que trato de darle esquinazo algunas veces...», admite. «Con todo, ya desde Campo de fuerza, mi último libro de poemas publicado en 2012, escribo con la mano de la mordacidad atada a la espalda. Se necesita como picotazo, pero en Vuelo doméstico tienen pista de aterrizaje textos de corte directamente duro, como una serie de relatos de ahorcados, otros de corte fantástico, otros con retranca social y otros que directamente quieren despachar ternura o fijarse en los dones deliciosos y no amargos de la vida. Así que la ironía aquí la dispensé como la sal: la que pide el guiso», concluye la autora.