Entre 1900 y 1901 transcurrió en Sevilla bastante más que un cambio de siglo; hubo casi un regreso al futuro porque, inexplicablemente, dos pasos atrás y uno adelante significaban progreso. Se dio entonces una transición, aún por razonar y sin escribir, que acabó en la síntesis más perfecta que alguien pueda imaginarse de lo viejo y lo nuevo. Si acaso sólo hay otro lugar que pueda compararse con Sevilla: Budapest, pero allí entre Pest y Buda está el Danubio y aquí es el Guadalquivir no era río sino puente. Aquí, después de siglos, la ciudad se unía en torno a un sueño y comenzaba a moverse.

Se unían los artistas y los literatos, los Cagancho y el general Mira, los toreros y los sportsman, las cofradías y los arquitectos, los folcloristas y los ultraístas, Sevilla y Triana; se unía todo el mundo para crear una raza sentimental y transatlántica por imperativo categórico. Se unieron también los periodistas de las decenas de periódicos que entonces tenía la ciudad. El sueño de Sevilla pudo cristalizar y proyectarse gracias a la prensa y a la radio. Ellas crearon la rivalidad entre Joselito y Belmonte, entre la Macarena y El Cachorro, ellas impregnaron de glamour la Feria de Abril.

Pero tendremos que convenir, hablando en plata, que el rizo lo rizó la Asociación sevillana de la Prensa que ahora se apresta a iniciar los fastos de su Centenario. Porque, poniendo racionalidad al raciocinio y yendo al fondo de las cosas, la ordenación cotidiana en la dualidad, que hace de Sevilla -como de Budapest- dos sociedades distintas en una sola ciudad verdadera, la terminaron de plasmar el Sevilla y el Betis. ¿Y como podría haberse hecho realidad ese rasgo si al volver al trabajo después del domingo no hubiera existido durante años y años una Asociación de la Prensa que editara La Hoja del Lunes?

Antonio Zoido es escritor e historiador