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Música para un héroe familiar

La frialdad de un ordenador le escogió como el receptor más compatible del riñón de su hermano, fallecido en un accidente de moto. Casi dos meses después de su "atípico" trasplante renal, el canónigo José Enrique Ayarra (Jaca, 1937) se sentó ante el órgano de la Catedral de Sevilla para expresar con la música esa amalgama de "dolorosas" vivencias...

el 15 sep 2009 / 21:54 h.

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La frialdad de un ordenador le escogió, entre el listado de pacientes nacionales, como el receptor más compatible del riñón de su hermano, fallecido en un accidente de moto. Casi dos meses después de su "atípico" trasplante renal, el canónigo José Enrique Ayarra (Jaca, 1937) se sentó ayer jueves ante el órgano de la Catedral de Sevilla para expresar a través de la música esa amalgama de "dolorosas" vivencias, mezcladas con la esperanza y alegría finales, que le ha tocado vivir en los últimos días. Un concierto singular y extraordinario con el que el cura aragonés mostró su más profundo agradecimiento "a los profesionales sanitarios y no sanitarios que intervienen en los trasplantes" y a cuantos han sentido el fallecimiento de su hermano.

Los profesionales médicos que intervienen en estos casos aseguran que es una constante. Todos los trasplantados "sufren" internamente por sus donantes, aun sin conocer sus identidades. Pero en el caso de José Enrique Ayarra, organista titular de la Catedral de Sevilla desde hace 48 años, ese padecimiento ha sido doble. Después de darle la extrema unción a su hermano Javier, un respetado y querido cirujano de tórax del Virgen Macarena, José Enrique se marchó a su casa el pasado 5 de diciembre a masticar su pena. "Necesitaba rezar, rodearme de silencio. El encuentro con él había sido muy impactante.

Estaba hecho polvo, completamente desfigurado". Pero al poco de llegar a su casa, se produjo la llamada que estaba esperando desde hacía meses para superar la insufuciencia renal que le mantenía atado a la diálisis. "Sabía que su mujer y sus hijos habían dado su consentimiento a una donación multiórganica. Nadie tuvo que confirmármelo. Era evidente que el riñón que yo esperaba era de Javier", el más pequeño de cuatro hermanos al que José Enrique siempre trató como un "hijo mío", a raíz de la tempranera muerte de sus padres.

En la mañana del 6 de diciembre, a la par que en la capilla del Virgen del Rocío se celebraba la primera misa por el fallecido, en otro ala del hospital el riñón de Javier comenzaba a funcionar y a irrigar vida en el cuerpo de su hermano José Enrique, doce años mayor que él.

"Él era joven, sano, fuerte. Tenía una mujer e hijos y hacía un trabajo importante: salvar vidas. Muchas veces, en la soledad de la habitación, en las horas de insomnio del hospital sin posibilidad de desahogo, le he preguntado a Dios por qué se ha llevado a él y me ha dejado a mí aquí, cuando todas las circunstancias estaban a su favor. Mi único consuelo en estas horas de aislamiento y sufrimiento era escuchar a Dios".

Con el luto prendido a su corazón por la "dolorosísima" despedida de su hermano y aislado aún del roce con la gente para evitar la entrada de la más mínima infección en su organismo, José Enrique Ayarra desgranó ayer a través de una selección ocho piezas musicales -una por cada trance de su enfermedad- toda esa cascada de sentimientos que le han invadido en el trance más "amargo" de su vida.

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